La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Los mejores de la ciudad

Hay vecinos de la ciudad que con su labor cotidiana demuestran dónde radica la verdadera aristocracia

A Juan lo veo muchos días empujando los carros de sus padres. Los dos vieron reducidas sus capacidades por circunstancias de la vida. Y él, el primogénito de la familia, los lleva con un amor que reconcilia a cualquiera con el género humano. Veo cómo los coloca a la sombra para protegerlos del tórrido verano, otras veces al sol suave del otoño, pero siempre en ese lugar de la ciudad donde ven pasar las horas juntos, próximos a su hijo y arropados por el ajetreo de la vida urbana. Veo a ese sevillano querer a sus padres de una forma generosa, no quejarse nunca del sacrificio que le supone estar pendiente de ellos, no perder la sonrisa en su trabajo, no dejar de tener fe, la fe que precisamente recibió de ellos. Y entonces es cuando piensas que estás ante uno de esos ciudadanos que son la verdadera aristocracia de la ciudad. Un vecino de la ciudad que cada día, sin pretenderlo, ofrece el hermoso ejemplo del amor, sin focos, sin ruido, sin ningún otro objetivo que aceptar lo que le ha venido dado, un gesto que muchos, muchísimos, vemos reproducido en el abrazo de la cruz. A veces coloca a sus padres junto a un velador para que tomen el aperitivo en esa plaza donde la ciudad pasa muchas de sus mejores horas. Leen la prensa, miran a su alrededor, hablan entre ellos y pasan un rato del que en ocasiones soy fugaz testigo. Veo cómo el hijo los mira y cómo ellos se saben mirados por el hijo. Suena el pitido de un mensaje en el teléfono móvil. Alguien me avisa que su primer día de Feria consistirá en llevar al real a doce niños del Aljarafe que no tienen a nadie, absolutamente a nadie en sus vidas, que pueda ofrecerles una jornada de respiro, alegría y distensión en esta fiesta. Viven atendidos por unas monjas. Ayer pudieron pasar un día feliz gracias a la buena voluntad, discreta y auténtica, de dos amigas: Beatriz y Ana. En las redes sociales, José María presume del lema de su cofradía del Tiro de Línea ("Por un mundo mejor") cuando difunde la obra de su hermandad: abrir la caseta para los niños que viven con sus madres privadas de libertad. Otro José María me manda un mensaje con una fotografía. "Ya tengo la familia y el bastón preparados para la Feria". Este José María, con un coraje azul y plata, me pide siempre textos para que Siri se los lea. Hace tiempo que ve por medio del amor de su gente. Su caseta es de las mejores, no por su ubicación junto a la portada ni por la exquisita cocina utrerana, sino porque él es otro ejemplo de la verdadera aristocracia de la ciudad. Si los aristócratas son etimológicamente los mejores, ellos lo son por sus obras. Porque ellos hacen posible una ciudad verdaderamente habitable y una sociedad sana y solidaria donde algunos abrazan la cruz sin pedir explicaciones, sin entonar quejas, sin abonarse en la autocomplacencia.

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