La ministra pija

Ella y él encarnan a la perfección la degradación de una vida pública de la que huyen los válidos

02 de junio 2020 - 02:32

Es una cayetana en toda regla. Sus formas, su lenguaje, sus gestos. Una supercayetana de catálogo. "Superdrástico", "tía", "muac, muac". Ni en la calle Núñez de Balboa de Madrid ni en la Avenida de República Argentina de Sevilla. Ahora me meso el cabello, ahora me lo dejo caer. Él en cambio es mucho más inteligente. "Cierra al salir", le dijo al barbudo de Vox. Al vicepresidente sólo le faltaba el palillo en la comisura, un suelo de serrín y el sonido de fondo de un salivazo. Son entrañables. Superentrañables mejor dicho. En cuanto se relajan asoman el pelo de la dehesa de lo que siempre han querido ser. Es muy español eso de destrozar cuanto uno anhela, que es lo que uno no tiene. Odian aquello que quieren ser. Pero al final la verdad y las miserias emergen. Tenemos ministros pijos, irresponsables, que incitan al odio cuando les interesa y que pretenden hacer pasar la facilidad en el arte de la demagogia como supuesto revestimiento intelectual. Hablan de proporcionar un escudo social, cuando ellos se proveen de su propio escudo al insistir en las dos Españas continuamente. Harán lo que haga falta para mantenerse en el poder, porque sólo les interesa el poder por el poder, de ahí su afición por los tronitos y otros productos televisivos de fácil consumo. Son falsos, un objeto de marketing político, un traje a la medida de esta sociedad que no analiza, no piensa, no reflexiona. España embiste más que nunca. Ellos lo saben. Tienen en común que no tienen ni un pelo de tontos. Por eso azuzan, incendian, provocan y asoman el chulo que llevan dentro. Cuando se les responde con su misma dureza se tiran como un delantero italiano que se duele en la hierba, sobreactuando para parar el partido y dejando que el público exija la tarjeta roja. También saben revestirse de humildad cuando toca. Nunca la política ha sido más teatro que con ellos. Tienen claro que se dirigen a una sociedad de consumo, a un electorado que se guía por las emociones, no por el discurso reflexivo, mucho menos crítico. La política es eso que les sirve para mantener un estatus, un nivel de vida, unas aspiraciones personales satisfechas. Son como quienes en otros tiempos se metían al sacerdocio para codearse con las marquesas. Piensa uno en los nombres de antiguos ministros solventes y se viene el mundo abajo cuando les ve sentados en la bancada azul. Ellos simbolizan mejor que nadie la degradación de la vida pública. Ellos espantan de la política a cualquiera que tenga dos dedos de frente. ¡Pero qué bien habla él y que simpática y valiente es ella! Muac, muac. Son dos cayetanos. Si pudieran vivirían en la Casa de las Dueñas, que es superideal, tía.

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