No te mires en el río

18 de enero 2019 - 02:30

No sé ustedes, pero servidora tiene afán de ribera. Y de rivera. No me refiero a Albert, ni a los adelantados mayores de Andalucía, ni siquiera al buen vino. Hablo del río grande que alegra a varios pueblos de la provincia y de su canal principal, el de Alfonso XIII, que atraviesa la ciudad. Hay en los lugares con río una dicha de la que carecen los pueblos de pleno secano. Eso lo sabía Lorca, que enclavó la negrura de Bernarda de Alba en un "maldito pueblo sin río, pueblo de pozos", donde son mal vistas las ribereñas. Así decía una vecina en Yerma: "Estas machorras son así: cuando podían estar haciendo encajes o confituras de manzanas, les gusta subirse al tejado y andar descalzas por esos ríos". El río es agua que corre y renueva, promesa de mar y -más acá del símbolo- suele ser vivencia de buenos ratos en sus orillas, entre los juncos, o en los merenderos. Aunque también hay estampas terribles, como la Ofelia sevillana (bueno, mitad Ofelia, mitad Narciso) de aquella copla, No te mires en el río. La imagen que más me impactó en 2018 fue tomada por Juan Carlos Muñoz: el cuerpo, yacente y cubierto, de un piragüista, en la plena noche del río. "Dulce Guadalquivir, discurre plácidamente, hasta que termine mi canción. Las ninfas se han marchado", hubiera escrito T. S. Eliot de haber sido de aquí. En Roma, París, Zamora, Krasnoyarsk, Oporto o Dublín me siento como en casa: son ciudades con río. Aunque ninguna de ellas le haya cantado tanto y tan seguido como la nuestra a su Guadalquivir.

En Sevilla, ¿vivimos y cuidamos el río con la misma intensidad con la que le cantamos? El tramo de Contadero que va desde el puente de Triana al del Cachorro lo habitan mayormente guiris que alucinan bajo el sol de invierno, amartelados, voyeurs, quizá chavalitas con sus cachimbas y sus selfis. El Paseo de la O -lo digo en voz bajita- resiste a salvo de franquicias y mogollones, más propios de la actual vida de calle Betis, aunque hay noches en que una aprieta el paso por lo oscuro. No es un lugar cuidado. El Muelle de Nueva York aún lo paseamos tímidamente. En el Muelle de la Sal y en Betis, una reza a las náyades para que no haya iniciativas hosteleras que -con el rollo de dinamizar la zona- deterioren la vida del lugar con actos multitudinarios y vocingleros. (Prefiero en todo caso las velás de Santa Ana y San Miguel). Los barcos de paseo son transporte casi exclusivo de turistas. Piragüistas, runners, ciclistas y pescadores sí viven más la ribera. Y los foráneos, que le echan el ojo al río en cuanto llegan, y lo transitan con fervor. Por Altadis abrirán un paseo fluvial pero, ¿lo frecuentaremos? Suele contarse que hubo un tiempo en que la ciudad vivió de espaldas al río. Cuando derribaron el muro de Torneo, la ciudad descubrió al otro lado un lugar donde poner en remojo la mirada. ¿Se mira de veras Sevilla en su río? Un saludo desde la orilla.

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