Monumento a los árboles caídos

06 de septiembre 2024 - 03:07

Durante décadas me dediqué a guardar en altillos, arcas y discos duros lo que me estorbaba o no me traía buenos recuerdos. Incapaz de deshacerme de mis propios objetos perdidos, los iba quitando del medio hasta que llegaba el tiempo de las mudanzas o el cambio de temporada y, al abrir los armarios, se me caía la casa encima. Todo olía a dolor. Por eso, he cambiado la estrategia: mientras aprendo –estoy en ello– a soltar las cosas que han de salir de mi vida, me dedico a dejarlas a la vista. Es molesto, pero aprendo más de la presencia que del olvido. Sobre todo, porque el olvido a fondo no existe, o no tanto como a veces quisiéramos o tememos.

Dicen los expertos que el ficus de San Jacinto ha muerto. Disculpen, acabo de caer en el peor error periodístico, que es decir “ha muerto” donde debe decir “le han quitado la vida”: al ficus de San Jacinto entre todos lo han matado. Y lo que va a pasar a continuación –atención, spoiler– es que van a querer quitarse el muerto de encima cuanto antes. Por lo que leo en El País, fray Javier Rodríguez no ve la hora de deshacerse del cuerpo: “Estaré satisfecho si se apea en el próximo mes, evidentemente”. Refranero mix: Ojos que no ven, corazón que no siente; Muerto el perro, se acabó la rabia; El muerto al hoyo... A quienes, primero, pusieron a las personas y las cosas –entre ellas, la cruz del atrio– en peligro, al no cuidar el árbol y podarlo en condiciones; segundo, mandaron sin informes interdisciplinares objetivos arrancar de cuajo este magnífico ejemplar y, tercero, lo han dejado morir, lo que les interesa es quitar de la vista cuanto antes lo que han hecho y quizá plantar en su lugar, por ejemplo, un olivo, bajito y simbólico, y aquí no ha pasado nada, en un par de años nadie se acordará. Quizá, eso sí, sufra su ausencia el templo, al que el árbol, además de darle buena sombra, le restaría bastante humedad subálvea.

Sugiero que lo que ha quedado del gran árbol –leo que un hilito de vida continúa en él– sea un monumento civil a los árboles caídos. No como penitencia para sus victimarios (si total, no advertimos demasiada contrición). Para que tengamos presente que no podemos dejar caer, y mucho menos con falacias y mentiras, ni uno más, vivo y sano, en la ciudad de los 40 grados. Para defender como bien común el arbolado en nuestras calles y plazas. Para tener presente que en Sevilla, parte de su ciudadanía alzó su voz y creó conciencia (no solo en el siglo XXI, en siglo XIX se movilizó para evitar que talaran el extraordinario zapote de San Laureano). Para poder, sencillamente, dejarle unas flores en su alcorque. “Recuérdalo tú, y recuérdalo a otros”, escribió Luis Cernuda. Que la pasión y muerte de este árbol salve al arbolado sevillano.

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