La mucha pasta es una ruina

30 de diciembre 2018 - 02:33

Un sueño hecho realidad muy bien puede acabar en pesadilla, porque, como dice una canción de Queen, "demasiado amor puede matarte". Soñamos con hacernos ricos gracias a uno de los décimos que llevamos del Gordo y el Niño: con olvidar cómo se pone el despertador en el móvil, con viajar a todos los lugares como -según- Phileas Fogg dando vueltas al mundo a globo sacado y así llenar de chinchetas de colores el mapa del despacho, como émulos humanos de Curro, el perrito del resort en el Caribe pegado a una pulsera mágica que te dice "reviente usted sin problema" o, en fin, como un Stendhal del XXI con un punto de glamour romántico y cultivado. Pero resultar agraciado con un premio millonario tiene altos riesgos: aceptémoslo, no todos servimos para ricos. Casi ninguno moriremos podridos de pasta. Al menos, así, las a veces repulsivas luchas fraternas por las herencias no llegarán a la evisceración a vil metal ni al moñeo con la cuñada en la puerta del notario. Porque hacerse rico de pronto estigmatiza, desequilibra, emparanoia y puede llegar, como cantaba Freddie Mercury, a matarte. Los datos avalan esta ironía del destino.

No señalen al plumilla por clasista: los datos sobre auge y caída de los premiados por el azar son, ya decimos, más de pesadilla que de sueño dorado. Usted argumentará: "Dame millones, que ya me manejo yo la pesadilla". Pero un porcentaje nada desdeñable de los nuevos ricos acaban arruinados a los pocos años de hacerse millonetis: no es fácil ser plutócrata. Una persona con más de 5 repentinos millones -qué decir con un Euromillón de 150 kilos-dejará de salir tranquilo a la calle, recelará de cada llamada que le pueda solicitar caridad o préstamos de dudoso cobro, meterá una cuña en su vida sentimental, se sentirá a veces vampirizado por sus asesores, no digamos por sus bancos de inversión y el fisco; por los pelotas que buscan donaciones para la peña, la hermandad, la ONG más o menos pirata y autosolidaria, el evento altruista vestido de visón. Y quizá vivirá en permanente zozobra por el miedo a las hienas: secuestradores, amores de plástico fino que te quieren chupar todo, todito, todo. Algunos medios en general fiables afirman que alrededor del 70% de los agraciados acaban desgraciados a los 5 años de recibir el premio: recluidos, en soledad, siempre con la mosca tras la oreja, paranoicos, desclasados. Como colofón, no me resisto a estimar que más de 2 millones de euros de repente y por azar genera entropía, abuso y descoloque vital. De hecho, yo me conformo con eso, con millón y medio o dos, ahora, por el Niño.

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