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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La niña y su hermanito

Esta niña consolando a su hermanito bajo las ruinas enseña que todos somos uno en una misma humanidad

La niña atrapada entre las ruinas consolando y acariciando a su hermanito -con tanto valor, tanta serenidad, tanto cariño- debería acabar con todos los prejuicios raciales, religiosos, culturales, ideológicos, clasistas o sexistas. Solo son dos niños, como nuestros hijos y nuestros nietos. De las muchas infamias que el ser humano comete la peor es la que hace sufrir a los niños. Lo que no solo se hace agrediéndolos, también arrojándolos a un mundo de prejuicios, injusticias, segregaciones o violencias que en muchos casos los pervertirá. Ningún niño nace explotador, asesino, racista o clasista: los adultos lo convertimos en eso. Sin incurrir en la ingenuidad rousseauniana hay mucho de cierto en que "el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe".

"Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abraham, herederos según la Promesa". Lo escribió hace 2.000 años San Pablo en su carta a los gálatas, descendientes de invasores galos que desde el siglo III a.C. se establecieron -por eso lo he recordado en estos días terribles- en territorios de la actual Turquía. Se pueden hacer dos lecturas actualizadas y conciliadoras de este texto. Una religiosa que tienda puentes entre judíos, cristianos y musulmanes -todos descendientes de Abraham- sin incurrir en el relativismo: cada religión tiene el derecho y la obligación de considerarse la única verdadera sin que ello impida que convivan pacíficamente. Y una lectura laica que traduzca así las palabras de san Pablo: ya no hay raza ni cultura ni género ni clase que nos enfrente, ya que todos somos uno en una misma humanidad. Lo que no supone abolir las diferencias enriquecedoras, sino buscar esa raíz común en lo humano que nos vincula con toda la creación y crea -utilizo las conmovedoras palabras de Joseph Conrad- "esa solidaridad en los sueños, en el placer, en la tristeza, en los anhelos, en las ilusiones, en la esperanza y el temor, que relaciona a cada hombre con su prójimo y mancomuna toda la humanidad".

Ojalá que, viendo a estos niños, ella, tan valiente, consolando y protegiendo a su hermanito bajo las ruinas, aprendiéramos de una vez para siempre y actuáramos en consecuencia, que son algo mucho más importante que su raza, su nacionalidad, su religión o su cultura: solo dos niños, solo dos seres humanos.

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