La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
el periscopio
DESDE tiempos ancestrales los habitantes de Iberia tenían fama de ser pueblos abnegados, resistentes a cualquier tipo de penuria. Así lo refleja Estrabón en sus escritos y los estudios de Sánchez Albornoz recogidos en su memorable España: un enigma histórico. Una climatología extrema, con veranos saharianos e inviernos propios de la tundra siberiana; una tierra -especialmente en la meseta central- en su mayor parte áspera y pobre; un régimen de lluvias escaso e irregular; una orografía salvaje, con cadenas montañosas que parten el territorio y dificultan las comunicaciones; todo ello, digo, ha conformado una dureza secular del carácter del español de a pie, capaz de aguantar cualquier cosa. Viene este introito a cuento de que algunos creemos que, efectivamente, éste es -o ha sido- un pueblo sacrificado y rocoso hasta límites extremos que ha aguantado de manera encomiable este tiempo de recortes y penurias. Pero que si algo le enerva -y así se refleja en las encuestas realizadas, en los estudios de opinión- es que determinados sectores -sí, la clase política, por ejemplo- no haya renunciado a uno solo de sus privilegios durante estos años de plomo y fuego. "Sacrificios para vosotros, privilegios e impunidad para nosotros" no es, desde luego, la mejor manera de apelar al sacrificio patrio. Pero hay otros ejemplos todavía más cercanos y flagrantes.
Según hemos podido leer estos días previos a la locura del Mundial, cada jugador español será premiado con 720.000 euros en el caso de ganar el campeonato, o más de mil veces el tan debatido salario mínimo mensual. Y, de seguir las pautas tradicionales en el fútbol, el mister del Bosque se embolsaría el doble. A algunos -que por motivos familiares casi siempre nos alineamos con el jugador profesional- esto nos parece un verdadero disparate, pero todavía más en los tiempos que corren. Y es el parecer mayoritario -según una encuesta realizada por el periódico El Mundo- del 90% de la población, harta de estar harta. Estamos de acuerdo en que ese dinero no sale de los Presupuestos Generales del Estado; y que, de ganar, la FIFA otorgaría a la Federación Española un premio de 27 millones de euros. El mismo que a la de Brasil o Alemania, con la peculiaridad de que estas últimas premiarían a sus jugadores con "apenas" 300.000 euros, la mitad que nosotros. Comprendo que el fútbol se ha profesionalizado hasta niveles casi delirantes; que los ideales como "patria", "colores", son cosa, digamos, del pasado (sólo hay que ver el tamaño en la camiseta del escudo nacional y el de la marca deportiva que patrocina a la selección); pero ¿no resultaría más estético, al menos, maquillar de alguna forma tal obscenidad? Sin duda.
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