Olor a mar

15 de mayo 2025 - 03:08

Gimenez Caballero dejó dicho que “el olor a mar emborracha incluso más que el olor a hembra”, o algo parecido. Lo decía recordando a su amada Roma, a donde llegaba el aroma del Mediterráneo remontando el río Tíber, al igual que las vaharadas del Atlántico alcanzan Sevilla siguiendo la senda del Betis (por seguir con la cosa latina). Giménez Caballero, según contó, optó por Roma y su vecino Mussolini debido a una mujer, al igual que Alberti eligió Moscú y su comunismo por la culpa de otra, y eso que el poeta de El Puerto de Santa María fue el primero en España que saludó a la romana (es decir, brazo en alto). Eran los tiempos en los que en los cafés y cervecerías de Madrid se reunían todos (los del brazo y los del puño), “echaban unas risas” y jugaban a los radicalismos. Luego todo saltó por los aires.

Pero no quería hablar de política, sino del olor a mar que ya anuncia el verano, ese tórrido estío que es el infierno y el paraíso de Sevilla, con sus tardes de azufre y sus noches tibias para adormilarse en los veladores. Solo hay que ir a cualquiera de los puentes que cruzan la dársena y dejar que llegue la marea para recordarnos que, hasta llegar a Alcalá del Río, vivimos de prestado en territorio marino. Recuerden: menos la Alfalfa, en la cumbre de ese cabezo que llamó la atención a las naves fenicias para fundar Spal, todo es terreno encharcable. El biólogo Tomás Rodríguez lo ha dicho alguna vez: “Antes o después, Doñana se volverá a inundar y el mar regresará a Sevilla”. Será entonces el momento de desandar el camino de Darwin, girar sobre los talones y volver al agua, sustituyendo los brazos y piernas por aletas, los pulmones por branquias y la piel por escamas brillantes, como peces toreros vestidos de plata virreinal. La Atlántida (o el Atlántico, si lo prefieren) es nuestro destino manifiesto.

Gecé, que es como le gustaba llamarse a Giménez Caballero, es, entre otras muchas cosas, uno de los padres fundadores del surrealismo español con su novela Yo, inspector de alcantarillas. España, que es un país muy cabrón, nunca le ha reconocido su inmensa valía y los cultos oficiales se quedan siempre en su vasto anecdotario, como cuando intentó casar a Pilar Primo de Rivera con Hitler para fundar una dinastía imperial hispano-germana. Y eso que del cabo austriaco decían que era canco y vegetariano, lo cual son escollos importantes para la plena virilidad. Yo lo releo muy de vez en cuando, a Gecé, porque me gusta y por no tener que echar mano de Javier Cercas o David Uclés. Después de una reciente conversación con Romualdo Maestre, he decidido empaparme este verano de Gecé. Será un agosto de olor a mar, estemos donde estemos (el mar, la hembra y yo).

stats