La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

¿Se olvida el sentido de la Semana Santa?

En lo que a la Semana Santa se refiere, sería mucho más sencillo si no se olvidara para Quién y para quiénes se trabaja

Cuando las organizaciones y los organizadores toman más protagonismo -por torpeza, mezquindad, vanidad o las tres cosas a la vez- que aquello que deben organizar; los problemas, tensiones o rivalidades que se dan en todos los trabajos convierten en secundario, o incluso tergiversan y malogran, el servicio que deben prestar; al usuario se le pone la cabeza como un bombo trasladándole los problemas organizativos de lo que usa; al público que asiste a un concierto, un cine o un teatro lo que se le da, antes que música, películas, drama o comedia, son los cotilleos sobre los piques entre los actores, entre estos y la dirección y entre esta y los técnicos; a los fieles, en vez del oficio religioso, les largan una monserga sobre las trifulcas entre esta parroquia y la otra, el cura y el sacristán, el párroco y arzobispo...

Cuando estas cosas pasan, y los servidores se creen más importantes que aquello a lo que sirven, lo esencial se convierte en secundario, el medio en fin y el orden lógico se invierte causando graves daños. La vanidad del artista le hace creerse entonces superior al arte y al público a los que se debe, el servidor público más importante que el ciudadano al que sirve, el cura más importante que la religión y la estructura religiosa más importante que Dios. Lo resume bien lo que un teólogo dijo de un colega: "Es tan soberbio que se ofende si se habla de Dios sin citarle".

Algo de esto está pasando con nuestra Semana Santa. Los problemas de su organización por el desmesurado (y no muy comprensible en los tiempos que corren para la religión) crecimiento de las cofradías, agravados por el éramos pocos y parió la Magna, el protagonismo de quienes se ocupan de ello y la sobreinformación sobre estas cosas (que no es culpa de los informantes: la demanda alimenta la oferta) está produciendo este efecto de distorsión que desdibuja el objeto y la finalidad de cuanto se hace, poniendo lo organizativo y los organizadores por encima de aquello que se organiza. Al igual que el aparato -costaleros y bandas sobre todo- parece adquirir más protagonismo que aquello a lo que se ordena, que es el culto público a la imagen sagrada. Esto que parece tan complejo, tan difícil, tan trabajoso, sería mucho más sencillo si no se olvidara para Quién y para quiénes se trabaja: para Dios, los hermanos y los devotos. Eso a lo que se le llama el sentido: la razón de ser o finalidad de algo.

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