El palio nunca vacío

La imagen del palio vacío tan lleno de su presencia me recordó la silla vacía de Elías que hay en las sinagogas

01 de abril 2022 - 01:45

Me envía el amigo Eladio una fotografía del palio nunca vacío de la Macarena. Está montado y sin la Virgen, pero no vacío. Uno de los muchos dones de la Esperanza es su capacidad para llenar de presencia las ausencias. Lo hace con los difuntos que nos miran desde sus ojos haciendo que los sintamos tan vivos cuando estamos ante Ella como ellos lo están ante Dios. Y lo hace consigo misma. Es su capacidad para estar no estando. Es su eterno comenzar cuando todo parece haber acabado. Es su ignorar el punto final. En macareno todo se escribe con punto y seguido. La vida es un único párrafo que se empieza a escribir cuando se nace y nunca se acaba. Se nace para ser eterno y se muere para resucitar.

Esto es lo que dice la Esperanza con su cara y esto es lo que repite como un eco el universo en forma de palio que su hermandad le ha dado para que su ajuar sea espejo que la multiplique y púlpito desde el que con más fuerza se oiga la palabra esculpida de su cara. Por eso nos enloquece y nos serena, nos desbarata y nos reconstruye. Siempre sin griterío, con la mayor seriedad, que no hay silencio más denso en Sevilla que el que crea cuando arría, cesa la música y la Esperanza recibe el don de las lágrimas irreprimibles que por pudor intentan disimularse y de las oraciones interiores que pronuncian, no los labios, sino los corazones, todos fundidos en una misma y única mirada, en una misma y única oración interior, a la vez que todos absolutamente solos, únicos, ante Ella. "En la oración vocal le hablamos a Dios, en la oración interior Él nos habla", dijo Madre Teresa. Por eso es en ese silencio cuando más alto y claro nos habla la Esperanza.

La imagen del palio vacío tan lleno de presencia me recordó la silla vacía de Elías que nuestros hermanos mayores judíos tienen en las sinagogas. Es un rico sillón que proclama la ausencia de Elías, cuyo seguro regreso se aguarda, a la vez que afirma su presencia como testigo del rito que simboliza el pacto entre Dios y Abraham. Elías es el profeta más macareno: no reconoció el paso de Dios en el huracán, ni en el temblor de tierra, sino en "el susurro de una brisa suave". Nada más macareno que reconocer el paso de Dios en el susurro, en la brisa, en la suavidad de una caricia. Ninguna definición más honda y original de la Esperanza que el genial "brisa que quema y no arde" de Juan Sierra. Es la divina brisa de Elías.

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