La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
Si desde hace años ser profesor es una actividad de alto riesgo, con los padres envalentonados y siempre respaldados por las autoridades, ejercer en estos tiempos de director de un centro no está pagado ni con toda la plata de América, ni con todo el oro de Moscú. Se veía venir por mucho protocolo anti-Covid y por mucha mesa sectorial de la Educación que se activen. El papelón del arranque de curso acabaría recayendo en los directores. Muchos no han tardado ya en parapetarse en un comunicado conjunto. Hay que reconocer que la responsabilidad es enorme. Los centros docentes son como la receta del gazpacho: no hay dos iguales. Lo tienen mucho peor los de los centros históricos, porque las posibilidades de ampliar el espacio de las aulas es mucho menor. En la mayoría de los casos lo tienen más fácil los ubicados en municipios de la provincia. Las tentación de resolver el problema mediante la apuesta permanente por la vía del ordenador en casa será bastante fuerte. Los inspectores de Educación ya han advertido en comunicado que esa modalidad es la "antieducación". No se puede decir más alto ni más claro. Asistir a clase desde casa con el ordenador, la tablet o el teléfono móvil por delante debe ser una alternativa provisional, una media excepcional, pero jamás debe pasar de ahí, salvo casos de fuerza mayor. La relación entre profesor y alumno debe ser presencial. Cada centro debe preparar el curso en función de sus características. Harán falta más metros cuadrados para garantizar las distancias. Y, sobre todo, hará falta mucha buena voluntad, paciencia y comprensión. Es muy probable que nadie esté contento nunca, sobre todo porque los grupos de WhatsApp de los papás funcionan como motores de la crispación. Esos grupos son el picudo rojo de la educación, en la práctica son un ariete contra la autoridad del profesor, ya de por sí debilitada. Ser profesor hoy no conlleva sólo soportar a alumnos desafiantes, sino a padres histéricos que, por supuesto, siempre están del lado de sus retoños. Pues imaginen ser director de un centro en el inicio del curso 2020-21. Hay que soportar a los compañeros, los papás y la Administración con su cuerpo de inspectores. Y, llegado el caso y en el mejor de los casos, a los alumnos. No son de extrañar algunas dimisiones que ya se han producido. El consejero Imbroda tiene un papelón por delante. Nada estaba previsto en ningún manual especializado sobre la materia. Todo es nuevo. Que la fuerza de la vocación acompañe a los directores. Nadie acudirá a sacarles las castañas del fuego. Y que les sea leve frente al prototipo de papá de hoy.
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