Brindis al sol
Alberto González Troyano
Vieja y sabia
La muerte no nos iguala. Hay muertos que se quedan solos, una soledad a lo Bécquer, y los hay que se van camino del camposanto bien arropados, con su cortejo de plañideras y dolientes, sus obituarios y sus esquelas. Los funerales distinguen a los muertos como la plaza al público taurino. Unos a la sombra de una misa en la parroquia oficiada por varios curas, y otros al sol de un responso exprés con un cura de guardia, cogido a lazo, en ese tanatorio que cada día se parece más a Casa Ricardo, pero sin croquetas, de la de fotos de cristos y vírgenes que hay colgados de las paredes. Se dice que los solteros suelen ser los que más herencia dejan, pero también los que menos gente congregan en un funeral.
El otro día no había ni media entrada en el adiós del poeta Manuel Garrido. Había más bancos vacíos que en una novillada de julio. Garrido escribió todas esas letras que forman parte del imaginario colectivo de la ciudad. Garrido era Triana, una cofradía, una Virgen, una vida dedicada a hacer vibrar a los demás. Pero en su funeral no se oían ni los maullidos de los cuatro gatos congregados. El cura estuvo soberbio al recordar algunas anécdotas de Manolo junto a la Esperanza de Triana, a la que escribió la Salve marinera. Qué solos se quedan los poetas al morir. Debe ser que cada día se estilan más los pésames de bajo coste, dados por medio de las redes sociales o por WhatsApp.
Algunos tienen el detalle de efectuar una breve visita al tanatorio, pero sin asistir al funeral: cabezazo, abrazo y a pedir el taxi de vuelta o a pagar el mínimo en el aparcamiento subterráneo. Las misas duran mucho y la gente tiene la mala costumbre de morirse en jornadas laborales.
Los nuevos hábitos sociales han creado la figura del doliente de cara a la galería, porque muchos prefieren soltar una parrafada a modo de obituario en su muro de Facebook. Con eso se despacha el compromiso con el muerto. Qué bonito lo que le escribió a Zutano, tenía 380 me gusta. Si a todo se suma que el finado no deja descendencia ni tiene viuda, para qué y ante quién cumplir. No hace muchos años se celebró el funeral de cuerpo presente de un célebre sevillano nonagenario que dejó algún hijo bien situado.
Aquel funeral registró un lleno absoluto de fieles con prensa incluida. Un fotógrafo profesional susurró mientras los sepultureros hacían su faena: “No he visto a nadie llorar, será porque tenía más de 90 años”. Con más de noventa nadie te llora. Con más de noventa y sin hijos, no convocas ni un cuarto de entrada en tu funeral. Qué solos se quedan los poetas. Garrido lo dijo diez años antes de morirse: “No me llaman, creerán que me he muerto”. Tenía más de noventa. Poeta... y profeta.
También te puede interesar