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Tomás García Rodríguez

La peste negra en Sevilla

La muerte negra de 1649 aniquila en Sevilla a más de sesenta mil almas sólo en su núcleo urbano

En época del emperador bizantino Justiniano I, a mediados el siglo VI, se tiene constancia histórica de una epidemia de peste negra, aunque es en el periodo comprendido entre 1347 y 1353 cuando se registra una pandemia con noventa millones de muertes en el continente euroasiático y cuatro millones en la península ibérica -dos tercios del total-, entre ellas la del rey castellano-leonés Alfonso XI, que recibiría sepultura en la antigua Capilla Real de Sevilla. En ambas etapas, la muerte negra coincide con una pequeña "edad de hielo" dentro del periodo cálido interglaciar que llega hasta nuestros días.

"En el año del Señor de 1348, se difundió por casi toda la superficie del globo una horrible mortandad... Los vivos apenas eran suficientes para enterrar a los muertos. Se apoderó de todo el mundo un terror tan grande que las víctimas eran abandonadas incluso por sus familiares..." (J. Calmette).

En la antigüedad, se achacaba este mal a los denominados miasmas: efluvios malignos emanados de materia orgánica en descomposición que corrompen el aire y alteran los humores al penetrar en el organismo. No se identifica el origen de este azote secular hasta finales del siglo XIX, revelándose la transmisión al ser humano de una bacteria -Yersinia pestis- mediante picaduras de pulgas parásitas de ratas, ratones u otros animales presentes de forma cotidiana en barcos, casas o graneros. El mal se refleja externamente en nódulos linfáticos inflamados -las bubas-, siendo sus variantes septicémica y neumónica las de mayor letalidad.

Tras sufrir distintos episodios de peste bubónica, la muerte negra de 1649 aniquila en Sevilla a más de sesenta mil almas sólo en su núcleo urbano, la mitad de la población, acelerando el declive de la variopinta metrópoli. Entre los fallecidos se encuentra el excelso escultor de origen jiennense J. Martínez Montañés, mientras B. E. Murillo, pintor de inmaculadas, angelotes y pordioseros, es asaltado de manera brutal por la enfermedad al perder tres hijos cuando comienza una fase de franca progresión artística. Son habilitadas numerosas fosas comunes -carneros- en zonas extramuros cercanas a las puertas para atender las necesidades de enterramiento y desinfección; un vástago de Murillo sería sepultado en una de ellas, donde hoy se eleva una cruz y persiste grabada en piedra la memoria del improvisado camposanto: "En 1649 quedaron enterrados en este entorno, llamado monte del Baratillo, marineros, pescadores y vecinos del Arenal que perecieron debido a una epidemia de peste... Convirtiéndose en lugar de culto y devoción que dio origen a la Hermandad de la Cruz del Baratillo".

"Si cada hora viene con su muerte,/ si el tiempo es una cueva de ladrones,/ los aires ya no son los buenos aires,/ la vida es nada más que un blanco móvil,/ usted preguntará por qué cantamos/.../ Cantamos porque el sol nos reconoce/ y porque el campo huele a primavera/ y porque en este tallo en aquel fruto/ cada pregunta tiene su respuesta" (Mario Benedetti).

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