La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¿Dónde está el límite de la vergüenza?
El pirómano quiere impartir un máster sobre cómo apagar el fuego. Pedro Sánchez se sacrifica, sigue en el puesto y se echa la presión sobre los hombros para regenerar la democracia en España. El tipo denuncia una degradación de la vida pública. En este caso el lagarto sí entiende de Ciencia Natural. Sánchez es el icono indiscutible de esa degradación. Se conoce a la perfección la teoría como suele ocurrir con los grandes manipuladores. Habló de amor cuando en realidad quería hacerlo de poder. De aumentar el poder, de morder la tentadora manzana de controlar a los rebeldes con toga y puñetas o a los de los medios de comunicación. El narcisismo populista del presidente no tiene límites. El período de cinco días de reflexión ha sido la enésima prueba del ego de un político capaz de demostrar que llueve hacia arriba con tal de mantenerse en el puesto. Ahora yo, luego yo y siempre yo. El coche oficial como cuadriga del César y la derecha como el pueblo bárbaro que hay que exterminar. Sánchez se ha inventado su particular cuestión de confianza: un tiempo de silencio para que la tuna vaya a rondarle en la sede de Ferraz y en el Congreso de los Diputados. Forma parte de los nuevos usos de esta política degradada que nos toca sufrir. Sánchez ha creado nuevos moldes y nuevas prácticas que son tan discutibles como tóxicos. Inventa un enemigo maligno, siembra el odio y enfrenta a los administrados para salir fortalecido. El sanchismo necesita la división, se alimenta de la crispación y vive de la confrontación. De otra manera no se podrían justificar ciertos pactos y decisiones.
No se ha ido este lunes. El gran problema no tanto la fecha de su salida de la Moncloa, sino cuánto perdura su legado. Hasta qué punto ha contaminado una política que, en efecto, está degradada porque no hay maestros, ni prestigio, ni a nadie al que admirar. Algunos de los males del sanchismo no son un patrimonio exclusivo del personaje, pero él es el presidente del Gobierno. Hay gente de buena fe que se cree el cuento del enamoramiento, el ataque que sufre su mujer, el acoso a su familia y el rollo macabeo del ataque a la persona para destruir un proyecto político. No hay más proyecto que permanecer el máximo tiempo en el poder, no hay más ideología que la del poder por el poder, no hay partido sino el fomento del culto a la personalidad. La mujer del jefe del Ejecutivo tendrá que dar explicaciones ante un juez las veces que sea requerida como todos los españoles. La prensa tendrá que hacer su labor con libertad y, cómo no, sujeta al marco normativo al igual que todos los españoles. La denuncia de los abusos del poder es uno de los pilares de la democracia. Cuidado, orejas altas y mucha alerta con los intentos de control revestidos de regeneración. El narcisismo no conoce límites. Aquiles tiene sus Homeros que le cantan las hazañas. La principal es seguir en el poder al precio que sea. Un día se irá, pero quedarán unos modos, un estilo y unas formas que se resumen en la irrisoria declaración de Óscar Puente, esa lumbrera de la política contemporánea: "Pedro es el puto amo".
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