Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
CON las fatigas que pasa Juanele, que es Petronio, árbitro de la elegancia, para cuadrar sus cuartos presupuestos, vienen los rectores de las universidades a enmendarle la plana, porque por mucho que salga del burladero el consejero Rogelio, el que tiene el lápiz, la calculadora y las tijeras es Bravo, bravísimo. No me gusta, aunque lo entienda, que la izquierda no sepa ver el esfuerzo del Gobierno en quedarse con 12.000 de los 20.000 sanitarios contratados para luchar contra la pandemia.
Ninguna empresa se queda con el personal que, por ejemplo, contrata como refuerzo en Navidad. La lectura más acertada no es que se vayan a la calle ocho mil, sino que se quedan doce mil. Sencillamente porque eso no ocurriría en una empresa privada por puros criterios de rentabilidad, ajustes de demanda y oferta y de los períodos de productividad y consumo. Ahora son los rectores, no la izquierda (aunque haya veces que parezcan lo mismo), los que se quejan de las cuentas. El rector de la Universidad de Sevilla, Miguel Ángel Castro, hombre que suele hablar claro y sin complejos hasta de asuntos tan de actualidad como la fiesta de los toros, ha echado por tierra el presupuesto. Le parece insuficiente. Y lo mejor es que Rogelio Velasco le responde como el padre que no sabe cómo explicarle al niño que no le puede duplicar la paga semanal. ¿De dónde saco el dinero extra? ¿De la dependencia, de la sanidad, de qué partida?
No, consejero Velasco. Los rectores no tienen que hacer ese trabajo. Los rectores cumplen su función con más o menos acierto. Suprimir y crear partidas es sencillamente gobernar, tomar decisiones, priorizar, apostar por unos gastos o inversiones y no por otros. El jovencito de la casa no dirige ni organiza la economía doméstica, ni se le debe dar la oportunidad de que lo haga, porque entonces colocamos a todos al mismo nivel. Y eso puede ser muy moderno, participativo, asambleario y todas esas teorías buenistas que, al final, acaban en el caos. De hecho, en las universidades sufren hace tiempo las consecuencias de haber igualado... por abajo.
Podríamos preferir rectores que nos hablaran más de otros asuntos antes que de dinero, que exigieran más dentro de sus propias instituciones (más excelencia académica, por ejemplo) que al gobierno de la Junta, pero es lo que tenemos. En Sanidad y Educación siempre será poco el dinero reservado. Son dos agujeros negros desde un punto de vista presupuestario. Y no se olvide que ser rector es como ser obispo o gerente del SAS. No se hace academia, ni pastoral, ni sanidad. Se hace política.
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