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Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El saco de Sevilla

Sevilla ha sido víctima de la peor chusma que ha visto la Península Ibérica desde la infantería de Wellington

Un grupo de elegantes y caballerosos aficionados al fútbol.

Un grupo de elegantes y caballerosos aficionados al fútbol. / DS

QUISIERON los dados que la resaca de la final de la UEFA coincidiera con la presentación, en el Centro Cívico de la Buhaira, del último libro de Manuel Gregorio González: Las ruinas. Una historia cultural (Athenaica). Allí, en aquel patio neomoruno abierto a un tórrido cielo de mayo (el antiguo taller del hermano Cózar para los que pasamos nuestros años infantiles en Portaceli), el sabio de Eritaña desplegó su vasta erudición y, entre otras muchas cosas, nos habló del desdén germánico por la latinidad declinante allá por el siglo XIX. Y fue imposible que no acudiesen a nuestra mente las estampas que habíamos visto sólo una jornada antes, en las que Sevilla, la Nueva Roma de Vicente Lleó, había sufrido el asalto de una horda entre teutona y anglosajona (“anglocabrona”, diría el gran Rafael García Serrano). Era difícil no evocar las antiguas estampas del saco de Roma de 1527 o de la toma de Sevilla por los vikingos en el 844, en los tempranos años andalusíes del Emirato Omeya, cuando pasaron a cuchillo a toda la población de Coria del Río. Y es que durante esta semana que ya agoniza, en Sevilla todo remitía a la retorcida iconografía del pillaje y el saqueo, una mezcla de violencia ambiental con mal gusto, ordinariez, eructos operísticos (homenaje a González-Cotta), pipí en el patrimonio histórico-artístico, ladridos incomprensibles y olor a sobaquina.

Quizás el Ayuntamiento y su comandante Muñoz no sean muy conscientes de la sensación de humillación que muchos sevillanos han sentido estos días. Sólo hay que pasearse un poco por las barras de la ciudad (las que quedan) para darse cuenta. Nos tocó aguantar a la peor chusma que vio la Península Ibérica desde la infantería de Wellington y encima, al parecer, debemos dar las gracias por los sesenta millones de euros que dicen que nos dejaron en la saca. El mismo Ayuntamiento que prohibe a los sevillanos beber en la calle cuando sale la hermandad de su barrio le presta la ciudad a una horda de bárbaros del norte para que la conviertan en un inmenso muladar bajo el pretexto de ese gran becerro de oro del mundo contemporáneo que es el fútbol. Nuestra latinidad ultrajada y nuestro orgullo por los suelos. Enhorabuena a todos los que han participado en hacer posible semejante hazaña.

La revolución cubana, cuentan algunos, fue posible no gracias a complicadas cuestiones socioeconómicas, sino a que los habaneros estaban hartos de que los turistas yankis se measen en la estatua de Martí. Aquí, para no ver cómo los bárbaros miccionan al Belmonte del Altozano, nos vamos a tener que echar al monte de Aracena, pero no con un fusil (que ya no tenemos edad), sino con un jamón y una caja de tinto. Y a la ciudad y sus grandes eventos deportivos que les den morcilla (del Coronil, por supuesto).

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