La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Los sevillanos privados de la mar

Siempre he sentido lástima de los madrileños cuando abandonan la playa y les queda todo un año para volver

Ahora que muchos rememoran qué estaban haciendo el día que Pedro Sánchez cerró España, conviene también recordar cuánto hace que ustedes no pisan la arena de la playa, no ven el mar, no se plantean una escapada para revisar el piso de veraneo, ventilar las estancias, comprobar que todo está en orden (la llave del agua, el registro de la luz, etcétera) y zamparse la lata de mejillones de escabeche que se dejaron en la despensa en septiembre junto a la de tomate frito. Hay gente que tiene el síndrome del farero, solos en casa trabajando desde hace un año. Los conozco y están hasta la coronilla. Viven deseando codearse de nuevo con sus compañeros de trabajo, ya sea en empresas privadas o en esas públicas de la Junta de Andalucía que las iban a cerrar... Tururú. Pues el que no sufre la soledad del farero padece la angustia de no ver las aguas del mar, acostumbrados como estamos a tener un repertorio de playas muy extenso y variado con solo un desplazamiento de entre una y dos horas.

Siempre me han dado un poco de pena los madrileños el último día de veraneo en El Puerto de Santa María. Los ves cargar el coche y se te vienen no sólo a la mente las seis horas de coche que nadie les quita, sino que durante el curso no tendrán ninguna opción próxima para entrar en contacto directo con ese prodigio de la naturaleza que es la mar cualquier día del año. En cambio, nosotros no tendremos ministerios ni falta que nos hacen, pero lo tenemos todo. Tenemos tanto que a veces no lo valoramos, salvo cuando nos encierran, no nos dejan salir de la provincia y nos entra una extraña sensación. ¡Lo que darías por esa lata de mejillones enrocada en el piso de la playa! Te sientes como un madrileño que retorna de Vistahermosa, Marbella o Sotogrande. ¿Cuándo volveré a disfrutar de esa inmensidad azul? Y piensas en la playa de la Victoria, en la belleza de la flecha del Rompido, en esa almenara caída de Matalascañas con sus siete kilómetros de playa...

Todo nos está vedado a los sevillanos hasta nueva orden. No sólo somos sevillanos sin fiestas mayores, hartos ya de Netflix y con tembleque de sólo pensar que florezca el azahar y no haya nada..., sino sevillanos sin acceso a la mar. Si algo muy bueno tuvo el desarrollismo fue permitirnos disfrutar de costas que hasta los años cincuenta resultaban desconocidas por inaccesibles, sólo al alcance de quienes tuvieran un tractor o un vehículo todoterreno. No concebimos ya no sentir el mar como un paraíso próximo. Muy próximo. Y estamos como los madrileños. A la espera de un tiempo mejor.

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