En su sitio

Más que mover la Constitución lo deseable sería la realineación de los agentes políticos a sus posiciones naturales

Hace no demasiados años, nuestra Constitución, esa misma que estos días cumple cuarenta años, estaba mejor vista por la izquierda que por la derecha. No se sabe muy bien si por su concepción del Estado como social y democrático de derecho, si por su apuesta desde el principio por el estado compuesto de vocación asimétrica (contestada y todavía no resuelta) o si por su aconfesionalidad atemperada, lo cierto es que desde los sectores más conservadores se intuía cierto desdén por la carta magna, como un mal menor, un coste a pagar dentro del proceso transformador hacia un país moderno y europeo.

Hoy, sin embargo, esa sensación de antaño ha virado, o al menos así me lo parece a mí, y es la izquierda desnortada y errática de la hora la que no para de ponerle palos en las ruedas, mientras la derecha la tiene como asumida en sus proclamas de estabilidad institucional. Mientras unos piden su voladura para levantar una nueva estructura social y política sobre su solar demolido (el rechazo indisimulado al sistema de monarquía parlamentaria o la puesta en entredicho de la soberanía del pueblo español equivale prácticamente a eso), los otros apenas apelan a un lavado de cara que no afecte a sus principales pilares: monarquía, unidad nacional, libertad, seguridad, derechos sociales y, deberíamos añadir, Europa.

Cierto es que los ataques a la Constitución proceden mayormente sobre todo de la izquierda radical de Podemos, ambientada en ese ruido callejero que todavía se oye en los ecos del movimiento 15-M aprovechando la ola de desigualdades y corrupción del peor capitalismo globalizado. Como también lo es que el PSOE se ha dejado llevar por esa pulsión rupturista que lo aleja del centro político con los réditos electorales que vamos conociendo (¡ay Susana!). Mirado con perspectiva, no deja de ser curiosa la complacencia con que los principales dirigentes de Vox dicen encontrarse dentro del marco constitucional, mientras los socialistas pierden el tiempo explicándonos las bondades mágicas de un federalismo que ni ellos mismos entienden.

Más que mover la Constitución, que sigue estando en su sitio, lo que sería deseable es la realineación de los agentes políticos a sus posiciones naturales que nunca debieron perder, para reformar en su caso lo estrictamente necesario para que sirva a su primera función de marco de convivencia. Y que siga siendo así por muchos años.

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