En el congreso-funeral que ha organizado el PP para despachar a Pablo Casado y recibir a Feijóo contrastó el fino humor de Rajoy, cada día más a gusto con la libertad que le concede su condición de ex-presidente, con el halo de frío que acompañó en todo momento al presidente saliente, que rima con doliente. Rajoy lo dice todo cuando deja que el silencio remate sus frases. “A Alberto lo hemos elegido...”. ¿Lo hemos elegido, don Mariano? Se acordó del andaluz Hernández Mancha, el único ex presidente no invitado a Fibes. También lo hizo luego Feijóo, ay, ay, ay que me sabe a Calisay. A la intervención de don Mariano le precedió una música estruendosa al estilo de un mitin americano o de una atracción de coches locos, lo cual le sienta al señor de la barba como las margaritas a un paso de Semana Santa. No se trata de conectar con Clásicos Populares de Radio Nacional de España, pero sí de que cada cual luzca el traje apropiado. Rajoy tiene el discurso más serio del PP, sobre todo al denunciar la “política de puerilidad y tuits” que lastra España.
Ocurre que en su partido ha habido y hay quienes también la practican, señor. Rajoy marca el nivel, pese a su dontancredismo en muchos asuntos. Gana prestigio con el paso del tiempo como los cardenales eméritos del Renacimiento. Se permite el humor fino, capacidad reservada a quienes controlan las materias. Casado, ay, tuvo el privilegio de hablar en su funeral... político. Así lo quiso el interesado. Pareció por muchos momentos el nuevo presidente en lugar del expulsado por los barones. Porque lo echaron, aunque la liturgia de aplausos, abrazos, frases hechas y toda la fanfarria de rigor pudieran hacer parecer lo contrario. Casado se quiso quedar, trazó su plan de supervivencia, pero lo echaron muchos de los mismos que ayer lo aplaudieron. Y él aceptó el juego de continuar un mes en el cargo para hablar... en su adiós. Pónganle el nombre que quieran: tacticismo, hipocresía, interés personal, etcétera. Contestó indirectamente a Rajoy por la enésima defensa que el gallego hizo de la “política de adultos”, como reza el título de su libro. Allá Pablo si se dio por aludido y se picó. Sabemos qué come el que se pica.
Eso de contar que Feijóo le ha ofrecido colaborar, pero que deja el escaño y se echa a un lado destila un tufillo a soberbia. Su discurso fue flojo. Sobre todo porque le tocó hablar detrás de un relajado y sólido Rajoy. Y eso que Casado ha sido siempre un orador muy solvente. Quizás el sapo era demasiado grande, pero fue él quien eligió el menú de su intervención postrera. Los congresos son siempre una representación, un trampantojo, una mentira maquillada. Si de verdad hay un retorno a la política adulta, bienvenida sea.
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