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El taller

Hay mil formas de ensanchar nuestro mundo: aprendiendo italiano, repostería, sabiendo que podemos seguir creciendo

Es cierto que cuando nos confinaron el pasado año no quisimos entender que el mundo se paraba y que nosotros teníamos ahí la oportunidad de calmar nuestros ritmos: nos entregamos a una vorágine de cursos de todo tipo como si el mero sosiego, la lectura relajada, la agenda en blanco fueran opciones que no podíamos permitirnos, derechos que habíamos perdido. Si te conectabas a internet te asaltaban propuestas de yoga, repostería, bricolaje, panadería, botánica, idiomas, música. El panorama resultaba abrumador, porque daba la impresión de que lo que nos movía no era el legítimo deseo de aprender, sino nuestra incapacidad manifiesta para descansar sin que nos escociera la conciencia. Debíamos ser productivos, mantener activo el engranaje, llenar las horas con contenidos y alejar la tentación de la pereza.

Podría decir que en esos meses me resistí a este entusiasmo por la formación on line -sí caí en la moda de hacer bizcochos, no quiero ir de puro-, pero creo que fue durante esa cuarentena, condicionado por las circunstancias, cuando empezó a ganar peso una idea que llevaba tiempo barajando, la de apuntarme a alguno de los estupendos talleres literarios que se organizan en la ciudad. Decidí matricularme en el que ofrece la librería Casa Tomada en la modalidad de novela: escribiría una siguiendo las indicaciones de la profesora, escuchando las sugerencias de los compañeros. Hoy puedo decir que aquella fue la decisión más afortunada que he tomado en este extraño curso 2020-2021, pero tendrían que haberme visto el primer día, como un Peter Sellers de saldo al que se le caían los folios y que leía su texto con voz temblorosa, convencido de que la escena tontorrona e inmadura que recitaba merecía pena de cárcel, o si no al menos unos buenos latigazos. La inseguridad, la timidez, ese temor a lo que pensarán de ti, han dado paso con los meses a un viaje compartido, marcado por la confianza, en el que vemos con ilusión cómo crece el proyecto de cada uno. En este tiempo he entendido que había dentro de mí un hombre deseoso de volver a aprender, de ampliar sus miras en el diálogo con los otros. Por ahora, en el taller nos encontramos cada semana de forma virtual, pero sé que pronto podré ver en persona a este grupo que se ha convertido en una pequeña familia, una nueva y emocionante pandilla.

Así que ahora sé que albergo a un cuarentón que después del ajetreo del trabajo y la vida desea y merece detenerse, e intenta no castigarse por ese rato que se tumba en el sofá, pero también que escondo todavía a ese joven que se conmovía investigando, descubriendo cosas. Tenían razón. Hay mil formas de ensanchar nuestro mundo: aprendiendo italiano, con clases de repostería, sabiendo que podemos seguir creciendo.

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