La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Juanma apunta a un verdadero problemón
La aldaba
El poder es siempre tan arrogante como a veces irrisorio. Sucede que cuando es motivo de risa deja de ser respetado. Fracasa en su objetivo inicial de impresionar. Se convierte en motivo de mofa. Ocurre que nadie se ríe en la cara del poder, salvo los osados. ¿Quién le habla de la desnudez a los aspirantes a reyezuelos? Los que de verdad tienen poder no suelen hacerse acompañar de séquitos, no tienen problemas en acudir solos. Recuerdo un gobernador del Banco de España llegando tan solo a un foro que casi nadie se dio cuenta de que entró hasta la cocina del hotel donde debía intervenir, al mismo tiempo que presidentes de pequeños parlamentos autónomos parecen absurdas cleopatras en visita de inspección a la construcción de las pirámides. Fíjense en la cantidad de personajes que acompañan a nuestros barandas a sueldo con el único objetivo de que se sientan alguien. Hacen esperar a sus súbditos a las puertas del hotel, restaurante o palacio de congresos sin atisbo de misericordia. Siempre me han recordado a esas señoronas del antiguo régimen que necesitaban dos o tres tatas para sentirse señoras y, sobre todo, que daban el peñazo en una cena hablando de los problemas del servicio doméstico. No tenían otro tema de conversación. Hoy las nuevas tatas son los jefes de gabinete, asistentes, secretarias y todos los miembros de esas cohortes de incautos pegados al teléfono móvil de forma compulsiva, siempre con prisas, ansiedad y estrés y con esa actitud de estar permanentemente pasando por la Calle del Infierno. Hemos pasado de las señoronas que te daban la barrila con las tribulaciones de “la tata” hasta la misma hora en que retiraban el postre de tiramisú, a los señorones que trufan su paupérrimo discurso de alusiones a “mi jefa de gabinete”, a la que piden gestiones de su vida personal a pesar de estar pagada con dinero público.
Cuando estos personajes pierden el estatus se pasan los días hablando en pasado con alusiones a sus añoradas secretarias o jefas de gabinete, que son las tatas del siglo XXI. Cada vez que hay un foro de supuestos poderosos, siempre hay que mirar los vestíbulos, los jardines, los porches o las barras del bar, pues en ellos bostezan escoltas, conductores, secretarias y responsables de gabinete como óleos de Valdés Leal que recuerdan el carácter efímero, fatuo y blando del poder. El verdadero arte de mandar consiste en que otros hagan lo que uno quiere sin que se note el emisor del que parte la orden. Eso exige discreción. Quienes mandan nunca se pasean en coche de caballos por ningún real. Ni mucho menos hablan de las tatas. Una cosa es estar en la Feria. Y otra ser feriante.
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