La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La intimidad perdida de Sevilla
EL pasado 17 de agosto murió Víctor Mora, el creador literario del Capitán Trueno. Hijo de republicano, exiliado de niño en Francia, encarcelado en la España franquista, represaliado y vuelto a exiliar, dio vida, junto con el dibujante Ambrós, maestro republicano depurado, al Capitán Trueno, una de las figuras que moldearon, en los 50 y los 60, nuestro imaginario colectivo, junto a otros héroes de series como El Jabato, El Cosaco Verde, El Guerrero del Antifaz, Hazañas Bélicas, El Príncipe Valiente, Rip Kirby y tantas otras colecciones más o menos lejanas de nuestra historia y nuestra cotidianidad. Además, estaban las revistas infantiles: El TBO, Pulgarcito, El DDT, o Tíovivo, cuyos personajes habituales -la familia Ulises, Carpanta, Zipi y Zape, Petra, criada para todo, el Botones Sacarino, Mortadelo y Filemón y la fauna abracadabrante de 13, Rue del Percebe, por ejemplo- nos trasladaban una visión no conformista, sino esperpéntica y bastante crítica de la vida en la España de la época.
Los tebeos o cómics -"cultura de masas"- han sido denostados, en general, por una corriente de apocalípticos elitistas, y, en España, por algunos progres, que los querían ver como medios de transmisión del ideario nacional-católico. A favor de sus valores y de su calidad artística han escrito, entre otros, Umberto Eco, Luis Gasca, Terenci Moix o Román Gubern, así como Carlos Colón. Estoy con estos últimos.
Entre los 50 y los 60 del siglo pasado, en España, los tebeos nos abrían ventanas al mundo de fuera y nos ayudaban a observar el mundo de dentro. Y lo hacían con una mirada nada complaciente para los poderes establecidos: la vida familiar estaba llena de problemas y mezquindades (La familia Ulises; Doña Tula, suegra); los pobres vivían en un mundo sin salida y con la mera ilusión de comerse un pollo (Carpanta); los niños eran estimulados a mostrar su vitalidad y su creatividad frente al paternalismo atosigante (Zipi y Zape); los jefes eran, siempre, más torpes que los subordinados (Petra, criada para todo; Mortadelo y Filemón; El botones Sacarino); y vivíamos en un país sin reglas en el que todo el mundo buscaba su propio camino para sobrevivir (13, Rue del Percebe). No era un mirada contemporizadora.
Por su parte, los héroes de las series, como decía Víctor Mora de su Capitán Trueno, se dedicaban a derribar sátrapas allí donde estuvieran, vivían en camaradería con su equipo de subalternos y convivían, sin pasar por el altar, con señoras rubias de buen ver. Todo muy moderno y muy poco nacional-católico.
El fracaso de los intentos de adoctrinamiento franquista se constata leyendo libros como El florido pénsil y La morena de mi copla. Y el éxito de los tebeos y de sus héroes se debe, en gran medida, a la matriz republicano-democrática y, a veces, ácrata de muchos de los creadores de la época. Creadores, matrices y época bien retratados por el magno Francisco González Ledesma en su claro dibujo de la vida de entonces: Historia de mis calles.
Los niños de mi tiempo esperaban, los miércoles, a que llegaran los tebeos al quiosco, aunque los de la calle Julio César los teníamos los lunes, porque el quiosco de la Estación de Córdoba los recogía directamente del tren correo. Y nos los intercambiábamos. Y, ya usados, se alquilaban en puestos y tiendecitas, o se compraban en El Jueves. Vivíamos de ellos y con ellos. Y crecimos, mejores, con ellos. Y, luego, con ellos detrás, nos echamos el país a las espaldas. ¡Vivan los tebeos de nuestras vidas!
(¡Ah! En 1966, gracias a mi compañero Alfredo Torres Curiel, y también en la calle Feria, conocí a Pepe, el carpintero de la calle Salinas, quien, además de revender tebeos, vendía Playboys clandestinos. Pero esa es otra historia. Y otra "cultura de masas"…).
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