Carlos Colón

En torno al humo

La ciudad y los días

03 de enero 2011 - 01:00

LA nueva legislación sobre el consumo de tabaco que entró ayer en vigor tiene unos aspectos positivos y razonables y otros arbitrarios e irracionales. Triunfará a pesar de los segundos. Pero no gracias a los primeros. Triunfará porque la presión sobre el fumador está siendo tan terrible que, además de su salud física, fumar perjudica gravemente su salud mental y su autoestima. En esto se está actuando con una antigua sabiduría clerical o comunista -según las épocas- que, además de castigar al transgresor y alentar las denuncias anónimas como hace la nueva ley antitabaco, le hace sentirse íntimamente culpable y le invita a la autoinculpación. Muchas fórmulas se han acuñado a lo largo del tiempo para generar este íntimo sentimiento de culpabilidad que invita a la autoacusación y al arrepentimiento: lo que le sobrevenga, merecido se lo tiene; algo habrá hecho; no se detiene a los inocentes; las sangres limpias no temen inquisiciones.

Traído a la cuestión del tabaco en particular, y de la salud en general, esto se traduce en las miradas cómplices que se cruzan entre quienes saben de la enfermedad de un conocido; y en la forma en que se dice que fumaba o tenía sobrepeso, convirtiendo su enfermedad en castigo. El delgado que no fuma al que le entra algo malo o le da un yuyu es por ello, para la nueva religión de la salud, un escándalo comparable a las tribulaciones de Job. Si cumplo los mandamientos, ¿por qué me ha pasado esto? Se olvida que obesos y fumadores llevan más papeletas en una tómbola en la que antes o después hay premio para todos.

Es digno de aplauso cuanto se haga para proteger a los no fumadores de los efectos del vicio de los fumadores. Pero prohibir fumar en espacios abiertos próximos a hospitales o colegios es un disparate. No permitir que existan bares exclusivamente para fumadores -empleados y clientes- es una limitación de las libertades. Y permitir que se fume en los toros o en el fútbol -al aire libre, pero pegaditos unos a otros- es una arbitrariedad.

Y no se olvide que el mismo Estado que considera que fumar es tan peligroso para la salud, en 2009 recaudó 9.500 millones de euros en impuestos sobre el tabaco. Por lo que si fumar mata, el Estado se lucra con la causa de esas muertes. Y si fumar fuera una drogadicción, el Estado sería el camello. Hipocresías y dobles morales. Dicho lo cual nadie puede poner sensatamente en duda que fumar daña gravemente la salud y causa muchas muertes, que es importante que los jóvenes no adquieran este dañino hábito tan difícil de dejarse y que la mejor decisión que puede tomar quien fuma es dejar de hacerlo.

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