El triunfo de algunos bares

Hay que tener un retrete donde no se pueda dar la vuelta para cerrar el pestillo a riesgo de rozarse con el orinal

21 de diciembre 2019 - 02:31

Uno está convencido de que el secreto para que los bares triunfen en Sevilla es que el dueño sea pretencioso, trate mal a los clientes o que el servicio sea pequeño. ¿Qué se entiende por un servicio pequeño? Aquel en el que una vez dentro no se puede usted dar la vuelta para cerrar el pestillo, caso de la taberna de Álvaro Peregil de la calle Mateos Gago o el Cateca de la Plaza de la Campana, que no está en la Campana (sin veladores) pero como si lo estuviera. Vamos, que si se da usted el giro hacia la derecha o hacia la izquierda en uno de esos retretes tiene que rozarse con el urinario más que un paso de misterio con los abonados de la primera fila de Sierpes. En todos esos casos la puerta siempre se queda abierta mientras usted se dedica a la faena, se queda más expuesto que los respiraderos de una cofradía en el Mercantil, y cuando llega el gracioso de turno y abre la puerta se tiene que quedar -qué remedio- más hierático que Paco Ojeda ante el toro en sus mejores tiempos. Todo lo más que puede hacer es silbar mientras se agarra bien a la... manigueta en pleno acoso. Estos días de Navidad en los que la gente se echa a la calle se perciben más que nunca estas claves. La gente es capaz no ya de almorzar sin mantel -¡qué finura pretender comer en ciertas condiciones!- sino de aguantar la escasa calidad de los productos, el maltrato directo de los camareros o esa moda en auge que es la de asegurarle la mesa a las nueve de la noche pero con el compromiso de dejarla libre a las diez y media. ¡Ni en un comedor escolar hay tanta premura por devolver la bandeja de los macarrones! Pero hay bares que, incomprensiblemente, se siguen llenando. Y no nos referimos a los citados, dos ejemplos de éxito en distintas etapas, sino a comederos de nuevo cuño, todos decorados de la misma forma de acuerdo con la nueva moda alegre pero reiterativa: taburetes de aparente mimbre y de patas finas, colores alegres y manteles cortos para no gastar mucho en lavandería. Es la moda del AVE de los tiesos pero en hostelería. ¿Sabe alguien quizás distinguir un tomate frito hecho en la cocina de uno de lata vendido con la etiqueta de casero? ¿Y diferenciar una ensalada de pimientos realmente casera de una comprada en grandes almacenes? Nunca ha habido tan mala hostelería y tantísimos clientes en esta ciudad. Se ve a las claras en estos días de luces laicas, mensajes de felicitación tan vaporosos como buenistas y escaso sentido de la autenticidad. "Todo está riquísimo", dicen los incautos mientras comen pimientos a precio de lata y con tarifa de establecimiento del centro encima de un contenedor porque no hay un velador libre. Y después irán al servicio y pretenderán echar el pestillo...

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