Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Bárbara, el Rey, Jekyll y Hyde
Como creo en el empleo y en la humanidad, dudé de la buena fe de mi cuñada cuando me dijo que por internet, con dos semanas de antelación, no había encontrado un solo billete para viajar en tren de Sevilla a San Fernando el próximo sábado. La línea camaronera. Siempre puede haber alguien que cambie de planes, a quien le surja un imprevisto, y me dirigí a la estación de Santa Justa. Había tanta gente como el día que inauguraron el AVE en presencia de los Reyes de España, hoy eméritos, esos días del 92 en los que el Monarca viajaba con más frecuencia a Sevilla que a Sanjenjo.
Saqué el número en la máquina expendedora: viajes en el día, viaja otro día, información… Deberían incluir apartados de viaje a otro planeta o viaje a ninguna parte, que imagino que sería el destino de muchos de los demandantes. La estación era una gigantesca sala de espera. No había un puñetero asiento donde sentarse mientras avanzaba el monitor con los dígitos correspondientes. Me dio tiempo a echar la quiniela de entre semana, el Young Boys no se ha visto en otra, a comprar un boli rojo en la tienda de libros y periódicos. Leía una biografía de Eugenia de Montijo escrita por el historiador francés Jean des Cars. “El emperador”, escribe el autor sobre Napoleón III, el que haría emperatriz a la granadina, “es un hombre moderno que ya vive en el tiempo del ferrocarril y del telégrafo; tiene prisa”. La prisa en realidad era para casarse con la andaluza que aprendió francés con Merimée y lo perfeccionó con Stendhal. Como Juan Carlos y Sofía en Sevilla 1992, Napoleón III y Eugenia presidieron la Exposición Universal de París de 1855. Cuatro millones de viajeros usaron el ferrocarril para llegar hasta la capital francesa. El caballo de hierro que el Gobierno de Pedro Sánchez con sus promociones populistas está empeñado en oxidar. Como estos ministros (y ministras) nunca se bajan del coche oficial, desconocen esta realidad.
Conozco el caso de unos abuelos que vinieron a ver a su nieto a Sevilla. La abuela volvió a Cádiz en tren, el abuelo tuvo que hacerlo en autobús, en los Comes, porque no encontró billete. En cierta forma, viajaban separados como lo hace la Familia Real. Dos horas después de dar vueltas, mirar la quiniela y conocer nuevos datos sobre Eugenia de Montijo, curiosear en las novedades literarias (a Julia Navarro le harán descuento en los trenes), vi mi número en el monitor. Me atendió una amable empleada en la ventanilla 4. Ni una sola plaza libre para viajar a San Fernando ni después para volver a Sevilla. Alguna vez vendría en tren don Marcelo Spínola, el párroco de San Lorenzo que llegó a cardenal y a beato y que había nacido en San Fernando. Mi cuñada tenía razón. Yo me tenía que tragar mis escrúpulos de ludita.
Junto a la continua cartelería de viajes (a ninguna parte) por toda la geografía nacional, la pantalla emitía el insultante anuncio grabado en tiempo récord para aprovechar la espuma de la pamplina presidencial sobre los Lamborghinis y la demagogia del transporte público. Por lo visto, Ferruccio Lamborghini empezó construyendo tractores. ¿Se podrá ir en tractor a San Fernando? Unas veces a pie, otras caminando.
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