Viajeros y turistas

Baja temeraria

24 de junio 2024 - 05:01

Mientras preparamos nuestro viaje echamos pestes de los viajeros, a los que llamamos turistas. Nosotros somos Lord Byron cuando nos paseamos por Europa pero “los otros” nos parecen Bart Simpson cuando nos visitan. Claro que, menos los británicos, nadie suele vestir en su vida cotidiana como cuando viaja (¿dónde has puesto mi chaleco de Indiana Jones, vida mía?). No minimizo los riesgos del turismo ni un ápice -como casi todas las actividades económicas tiene efectos deseados e indeseables- pero tampoco condeno la masificación si la entendemos como un derecho extendido. Aunque nos guste sentirnos especiales y no comunes consumidores de Low cost como todo el mundo. Como ando sobrada de tragaderas disfrutonas me caben desde EuroDisney a Jaipur, el festival de Aviñón o -si tuviera los huesos en su sitio- una rave en los Pirineos de Huesca. Más remilgos le pongo a los cruceros o a los hoteles con pulserita todo-incluido, pero aunque lo segundo no lo he probado, lo primero resulta indispensable para visitar Egipto o los fiordos noruegos, así que tampoco me quiero poner estupenda. Y cuando se habla de “turismo de calidad” me tiento la ropa: ¿Nos referimos al cash? Si es así podríamos hablar de paraísos de traficantes (de armas, drogas o personas) que suelen contar la calderilla por millones. La calidad del turismo se mide por sus servicios: los sueldos sin duda pero no solamente. Debe ser un quid pro quo: quien viene a ver Historia no suele orinar en las murallas aunque se haya bebido diez cervezas. Y quien ofrece murallas y cervezas debe ofrecer también cuartos de baño.

No hay nada más obsceno que un viajero que trate al aborigen como al mono de un zoo, normalmente en países más baratos -y más pobres- que el del visitante. Presumir de cartera en un país menos próspero que el propio es tan humano -de la parte chunga de la condición ídem- como repugnante. Como siempre he gozado de malas compañías -esa gente que hace de la coherencia una lata- cuando he viajado a lugares donde unos viven en las calles y otros en palacios he procurado adaptarme, sobre todo por mis hijos que me vigilan, vaya a salir el Livingstone del Congo que una lleva dentro a su pesar. Hay quien viaja por playas y buffet libre, por ochomiles, por arquitecturas viejas y nuevas o quien, como yo misma, adora las ciudades con su gente, sus calles, sus transportes públicos y sus ocios. Somos muchos ya: la famosa guía azul de viajes ha sido sustituida por el móvil que cada cual lleva en su bolsillo. No queda más remedio que respetarnos. Cuando vamos y cuando vienen. Los vecinos invadidos que somos. Los viajeros invasores que somos. Como decía el famoso chiste de la orgía o nos organizamos -y regulamos- o todos salimos perdiendo.

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