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Miguel Ángel Abollo

A nuestros profesionales de la educación

Nuestros profesionales de la enseñanza no lo tuvieron fácil. Sin asignaturas explícitas a tal efecto, se esforzaron por inculcar valores como la honestidad, el respeto, la responsabilidad, la gratitud, la sinceridad y la humildad, entre otros, en medio de oraciones gramaticales, operaciones matemáticas o partes del cuerpo humano. Y he de reconocer que algo caló, no debemos echárselo en cara. Tan mal no lo hicieron cuando con su trabajo contribuyeron a formar a los ciudadanos de hoy, aquellos que desde sus puestos de responsabilidad ahora apuestan por reforzar y promover la educación más allá de lo impreso en los tradicionales libros de texto.

Pero no nos engañemos y dejemos caer sobre nuestros profesionales de la educación, vocacionales en la mayoría de los casos, el deber de crear esos ciudadanos y ciudadanas ejemplares del mañana. Si bien se les debería facilitar la labor, dotándoles de una herramienta más de educación específica en valores con las nuevas medidas que nos anuncian, este derecho a la educación de nuestros hijos suscita de manera intrínseca la obligación de los padres a educarlos bajo los mismos valores de respeto y responsabilidad, entre otros, que con tanta valentía abanderamos. No nos confundamos.

Las nuevas medidas de educación progresistas, que esperemos abarquen un amplio abanico de valores humanos fundamentales desde la visión más amplia posible, no llevan aparejadas una disminución de las responsabilidades de los progenitores. Nuestros educadores son evaluados y, en cada vez más ocasiones, cuestionados a diario por algunos que desautorizan en público su labor, vulnerando el respeto hacia la labor de nuestros funcionarios. Quizá la asistencia a esos nuevos talleres impartidos por nuestros respetados profesionales debería ser promovida, además, entre aquellos padres y madres que con sus acciones u omisiones contribuyen de manera nociva y dañina a la educación de sus hijos. 

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