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Tribuna

MARCOS PACHECO MORALES-PADRÓN

Las huevas de oro del Guadalquivir

Los esturiones existen desde hace 250 millones de años y alcanzan los 3,5 metros de longitud La presa de Alcalá del Río fue uno de los motivos de su desaparición del Guadalquivir El puente de la discordia: el del Centenario

Pescando esturiones. Año 1945.

Pescando esturiones. Año 1945. / Fototeca del Ayuntamiento de Coria del Río

Esta es una historia triste de varios cientos de millones de años, y el drama es que se acaba en escasos cincuenta… que es el tiempo que la mano del hombre necesitó para extinguir el esturión en el Guadalquivir.

En España, desde siempre y hasta los años setenta, se pescaban esturiones por su carne y huevas, tanto a orillas del Mediterráneo como del Atlántico, y a lo largo del Guadalquivir, Ebro, Duero o Tajo. Dichos peces son una especie migradora, anádroma, lo que significa que, aunque pasen gran parte de su vida en el mar, especialmente en su juventud, remontan los ríos para reproducirse. Además, a diferencia de los salmones que, agotados, no sobreviven a la freza, los esturiones suelen retornar al mar tras la puesta y pueden criar varios años seguidos. Existen desde hace 250 millones de años y pueden alcanzar los 3,5 m de longitud y 350 kilos. Solo entre el 12-16% del peso de una hembra lo constituye el caviar; de ahí el dicho popular, tan sevillano: "estás más gordo que un sollo". El resto es piel (utilizada para la fabricación de carteras), huesos (no tiene espinas) y carne. Como curiosidad, y por raro que parezca, ¡esta especie puede alcanzar el siglo de vida! Según el biólogo Fernández-Pasquier, quien examinó las variaciones anuales en el número de esturiones registrados en el Guadalquivir, la abundancia de estos se correlacionaba con el nivel de precipitaciones, siendo mayor en aquellos años donde el volumen de agua dulce era mayor. Después de nacer, estos pasaban los primeros meses de vida en el estuario y, al final del primer o segundo año, la mayoría se dirigían al mar.

El Guadalquivir, como el resto de los ríos europeos, ha seguido la misma pauta. No tenemos nada que envidiarle al Rin, el Danubio o el Volga. Ya los Reyes Católicos otorgaron el monopolio de la preparación del caviar a los monjes de La Cartuja, además del derecho de ahumar la carne de este pez a una cofradía de pescadores que tenía su domicilio en el "barrio de los ahumadores"; actualmente San Vicente.

A principios del siglo XX los esturiones se capturaban en cantidad en el Guadalquivir. Tanto era así, que el caviar se tiraba a los cerdos y la carne se vendía al precio del pescado más basto. No es hasta 1931 cuando su captura se industrializa, gracias a la iniciativa empresarial de la familia Ybarra. Hasta 1970 en Coria del Río se desarrolló la producción de caviar, siendo uno de los de mayor calidad de Europa junto con el francés. Históricamente el sevillano, o coriano, fue, como en Francia o Rusia, un manjar famoso y deseado.

Para que se hagan una idea de la riqueza piscícola del Guadalquivir, entre 1931-1970 hubo años en los cuales se capturaron más de 500 esturiones. Pero, como bien dice otro dicho popular: “la avaricia rompe el saco”. Si en 1935 se pescaron 342 hembras, en 1950 la cifra solo llegó a 104. Poco a poco, el esturión del Guadalquivir se convirtió en una rareza. Antes de la Guerra Civil, en la factoría de Coria del Río se recibían casi 400 ejemplares por año, pero en 1961 ya solo fueron 49, mientras que en 1968, cuatro. La fábrica de caviar cerró en 1970 constatando la "falta de entrada de pescado en el río", tras haber procesado aproximadamente 4.000 esturiones en su historia (160.000 kilos de caviar). Desde entonces algunos se han pescado esporádicamente, el último de ellos en 2017 en Bonanza (Sanlúcar de Barrameda).

Las posibles causas de su desaparición pueden estar relacionadas con la presa de Alcalá del Río. Esta obra, infranqueable para ellos, les impidió desde 1931, mismo año de puesta en funcionamiento de la fábrica (paradojas de la vida), alcanzar los lugares idóneos para el desove, entre Almodóvar del Río y Córdoba. Al cerrarse el paso natural del río, cambió por completo su estado hidrobiológico. Los sollos se concentraban ante las compuertas de hormigón en su intento por remontar la corriente, lo que propició que pescadores de las poblaciones cercanas aprovechasen este filón para mejorar sus pobres ingresos económicos de posguerra. Esto pudo deberse por el desconocimiento de los factores biológicos de los arquitectos que diseñaron dicha infraestructura, aunque es cierto que la misma posee una escala de peces. A pesar de ello, los esturiones consiguieron establecer frezaderos aguas abajo de Alcalá.

Pero la construcción de dicha infraestructura supuso, además, un cambio en el ecosistema al producirse una modificación en el movimiento de las aguas, especialmente de los limos. Ya no se producía la sedimentación que de forma natural se da en las zonas bajas, pues los materiales eran retenidos por la presa. Por tanto, cuando se llevaba a cabo una suelta selectiva de aguas turbias y colmatadas, esta se realizaba de una manera brusca, lo cual afectaba a los huevos y larvas de peces.

Asimismo, el uso de artes de pesca destructivas, como las telas metálicas en las desembocaduras de los caños (no pudiendo pasar las crías de esturión hacia el mar), las redes de cuchara, o el uso del espinel (ristra de anzuelos tendidos a ras del fondo, donde las pesadas hembras cargadas de huevos quedaban prendidas en su viaje río arriba), mermaron notablemente su población. La modernidad se había confabulado contra los esturiones.

Ambos factores, la presa y la sobreexplotación, unidos a la contaminación urbana, agrícola e industrial del tramo final de la ría, condujo a la práctica desaparición de estos peces del Guadalquivir: nuestro más preciado tesoro de la fauna autóctona. Los sollos llevaban siglos surcando a contracorriente las aguas del Guadalquivir, pero para cuando nos dimos cuenta de que valía la pena conservarlos, ya habíamos acabado con todos ellos.

Restaurando el hábitat del esturión no solo conseguiremos la vuelta de este, sino que conseguiremos recuperar y mejorar también otras especies de alto interés piscícola, como la anguila o el sábalo, que han visto muy mermadas sus poblaciones durante las últimas décadas.

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