Sevilla

La ciudad en encefalograma plano

  • Sevilla ha asistido a este desastre con una resignación y una abulia que no presagia un cambio de ritmo, sino todo lo contrario

José A. Carrizosa

Director de Diario de Sevilla

A finales de 2009, un dirigente empresarial de la provincia definía a Sevilla como una sociedad conformista y adormecida. Un diagnóstico, desgraciadamente, preciso y en absoluto exagerado. La grave crisis económica iniciada un año antes ha sacado a la luz -y de qué forma- las carencias y puntos débiles de una ciudad que ha perdido todos los trenes que le han pasado por delante en los dos últimos siglos y que vive sumida en un profundo sopor del que parece que nada ni nadie es capaz de despertarla. En 2009 y los primeros meses de 2010 los efectos del deterioro de la situación económica se han dejado sentir en Sevilla con un tremenda fuerza. La tasa de paro está muy por encima del desastroso índice nacional y su débil estructura empresarial ha quedado devastada por la crisis. La capital y la provincia se enfrentan a unos tiempos duros en los que va a necesitar de mucha inteligencia y de gran capacidad de innovación. La duda está en si esas circunstancias se pueden dar en un contexto como el actual. Durante los años de bonanza económica Sevilla llegó a tener una clase empresarial, sobre todo formada por compañías surgidas al amparo del boom inmobiliario, que permitió durante algún tiempo abrigar la esperanza que desde la capital se alumbraba el nacimiento de un nuevo empresariado con vocación andaluza, con ideas y con capacidad de riesgo. Hoy quedan los restos del naufragio y habrá que esperar a que pase la tormenta para ver qué se puede reconstruir y que se ha perdido definitivamente. 2009 fue, desde el punto de vista económico, un año para olvidarlo. Todo lo que se había conseguido tras el bache que siguió a la Expo del 92 se ha perdido y lo malo es que las perspectivas para el futuro inmediato no son, ni mucho menos, halagüeñas. Si España va a tardar más que Europa en ver los primeros síntomas de recuperación, Andalucía va a tardar más que España y Sevilla, posiblemente, más que el conjunto de la región. Hay otras provincias, como Málaga y Almería, con estructuras productivas más acordes con los tiempos que vienen y mejor situadas para iniciar la remontada. ¿Se van a sacar lecciones de esta crisis para encarar las que vengan en mejores condiciones? Hay motivos para dudarlo. La ciudad ha asistido a este desastre con una resignación y una abulia que no presagia un cambio de ritmo, sino todo lo contrario. En encefalograma plano. Aquí hacen falta grandes dosis de iniciativa pública y privada para levantar expectativas de futuro y generar ilusión. Hace falta empuje de la Administración, pero también que logremos formar una sociedad civil que se ponga al frente y que tire para adelante. No se ve ni lo uno ni lo otro. Ni los que nos gobiernan ni los gobernados parecen estar en esa clave.

Un episodio muy significativo de la debilidad de la sociedad sevillana lo ha vivido recientemente en la Universidad. El prestigio de la Hispalense se ha visto seriamente afectado por dos episodios que alejan la imagen de solvencia intelectual que durante décadas había proyectado este centro educativo, considerado como uno de los punteros de España. Su exclusión de la calificación de Campus de Excelencia Internacional, una etiqueta que debía distinguir a las mejores universidades españolas, y una absurda normativa que garantizaba el derecho de los alumnos sorprendidos copiando a concluir el examen pusieron a la Hispalense en la picota durante demasiado tiempo. Por el segundo de estos acontecimientos, la Universidad de Sevilla fue durante semanas el hazmerreír  de  los medios de comunicación españoles e incluso la perplejidad traspasó nuestras fronteras.

Pero vayamos a un ejemplo más de cuál es el tono vital de la ciudad. Un ejemplo grave que afecta a la política cultural, uno de los pocos campos en los que todavía Sevilla puede aspirar a la primera división. El recorte de financiación impuesto por el Ayuntamiento al Teatro de la Maestranza y a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, bajo el demagógico argumento de que en tiempos de crisis no se pueden dedicar recursos a la cultura de élite, puede terminar con dos instituciones que han sido básicas para proyectar la imagen de Sevilla como referente cultural y da perfecta medida de cuáles son las ideas por las que se mueve el gobierno de la ciudad en materia tan sensible. La miopía extrema es impropia de una ciudad que aspira –que debería aspirar– a convertirse en un referente europeo de la cultura de calidad. Sevilla, se ha dicho hasta la saciedad, es una ciudad especializada en perder oportunidades y todavía no ha podido formar una burguesía emprendedora que la empuje hacia el futuro. Con el panorama económico que se vislumbra para los próximos años, las bazas que puede jugar para el futuro más inmediato no son muchas. La de proyectarse como una urbe capaz de atraer un turismo de calidad a la búsqueda de riqueza patrimonial y oferta cultural es de las pocas a las que puede aspirar con razones fundadas. En este diseño la potenciación de la Orquesta Sinfónica y del Teatro de la Maestranza es una necesidad. Tirar por la borda lo hecho hasta ahora, hasta el punto de poner en riesgo la continuidad del proyecto cultural que representan ambas instituciones, es enfocar el futuro de la ciudad desde un punto de vista provinciano y cateto. Entender, como está haciendo el gobierno municipal, que la cultura de calidad es un capricho elitista del que se  puede prescindir alegremente es un disparate. Pero, además, revela una absoluta falta de visión estratégica.

Como falta de visión estratégica revelan algunas de las operaciones urbanísticas diseñadas por la corporación municipal. La más polémica, también la más desastrosa desde el punto de vista de la gestión, es el proyecto Metrosol Parasol para la plaza de la Encarnación. Un engendro estético con el que nadie en la ciudad está de acuerdo, pero que además se eterniza en el tiempo y se traga millones de euros de coste, sin que a la opinión pública se le explicara que era, cuando se aprobó, inabordable desde el punto de vista técnico. El escándalo de dimensiones mayúsculas, al que la ciudad ha asistido entre sorprendida e indiferente, demuestra que se ha gobernado con unos métodos absolutamente cuestionables desde la más elemental óptica de la eficacia e incluso del respeto democrático. La Encarnación quedará en Sevilla como símbolo del disparate de una gestión municipal, que, sin embargo, en otros ámbitos, ha logrado diseñar un modelo de ciudad que la ha hecho más habitable y más cómoda para los vecinos. En este capítulo cabe anotar logros como el fomento del uso de la bicicleta como transporte de ciudadanos o la apertura de grandes espacios peatonales que han sido ganados al automóvil y a la contaminación.

Este balance con muchas más sombras que luces ha tenido como telón de fondo una situación política dominada por la inestabilidad. Sevilla estrenó 2010 con un Ayuntamiento en situación de extrema provisionalidad. El alcalde con un pie fuera de la gestión e intentando imponer a un candidato, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, que el aparato provincial del partido no estaba dispuesto a aceptar. Cuando este artículo vea la luz, la decisión deberá estar tomada. Un protagonismo absoluto en ella habrá tenido el presidente de la Junta y secretario general de los socialistas andaluces, José Antonio Griñán. Cuándo, cómo y a dónde se va el alcalde y quién lo va a sustituir ha sido durante muchos meses el gran asunto de la agenda  municipal, lo que ha consumido grandes dosis de energía del equipo de gobierno municipal. Si a ello sumamos los esfuerzos que ha tenido que dedicar a contrarrestar las diversas acusaciones de corrupción que han ido jalonando la última legislatura de Monteseirín, se comprende que no haya quedado demasiado espacio para la gestión. De esos casos, el mayor protagonismo lo han adquirido los tejemanejes en torno a Mercasevilla, un turbio asunto en el que la instrucción judicial ha apuntado cada vez más alto y que apunta hacia piezas políticas de caza mayor. Lo que depare el futuro de la instrucción judicial en torno a la presuntamente irregular venta de terrenos a la empresa Sando va a determinar comportamientos políticos que será muy interesante estudiar a futuro.

Así las cosas, Sevilla tiene ahora por delante un reto difícil: demostrar que de la crisis se puede salir y se puede salir fortalecido. Para ello necesita lo que necesita toda sociedad moderna: políticos eficaces, empresarios emprendedores y una sociedad civil que mire al futuro. Complicado, pero no imposible. Y además, imprescindible.

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