Sevilla

El parasol: el coste de la ‘grandeur’

  • Todos los recursos han salido de las arcas públicas, cosa inexplicable si se tiene en cuenta que es una concesión administrativa

Carlos Mármol

Toda etapa política, sobre todo si su principal protagonista tiene la decidida voluntad de pasar a la historia (otra cuestión es con qué perfil concreto lo consiga) requiere la construcción de un símbolo. Un elemento que, al tiempo que recuerde quién decidió su existencia, permita encarnar las aspiraciones políticas, generalmente también personales, de su promotor. La arquitectura, entre otras funciones más básicas y primarias, sirve justo para colmar esta aspiración, común en el caso de los grandes mandatarios y de los jerarcas; idéntica además tanto si se trata de un gobernante democrático o de un dictador. Presidente de Estado o alcalde de aldea.

La historia nos enseña que todos sueñan con disfrutar de una monumentalidad propia, particular, pero pagada casi siempre con los fondos públicos. De todos. Los doce años que el socialista Alfredo Sánchez Monteseirín ha pasado al frente del Ayuntamiento de Sevilla (primero con el apoyo del PA y después gracias a los votos de IU) tienen acaso su símbolo máximo en el Parasol de la Encarnación: el centro comercial proyectado por el arquitecto berlinés Jürgen Mayer sobre el solar que en tiempos ocupase en antiguo mercado napoleónico, vacío durante más de tres décadas. Monteseirín, que durante sus primeros cuatro años en la Alcaldía aceptó y votó la propuesta del PA para construir un aparcamiento subterráneo y un sencillo mercado de abastos en superficie, decidió tras ganar los comicios municipal de 2003 edificar sobre este enclave, en pleno corazón de la Sevilla histórica, un artefacto nuevo que debía servir como expresión superlativa de su llamado proyecto político de modernización urbana.

El Parasol es justo eso: su proyecto personal. Su elección no fue objeto de debate ciudadano alguno (se organizó un concurso de ideas ad hoc con expertos para seleccionar su diseño) y el proceso de su construcción pasará a la crónica municipal como el mayor ejemplo de ocultación política de los últimos tiempos. También es probable que sea recordado como otro dispendio mayúsculo de fondos municipales después de que, en los años noventa, Alejandro Rojas Marcos (con el apoyo de PP y PSOE, cosa que con frecuencia se obvia) decidió alzar el Estadio Olímpico en el Norte de la Isla de la Cartuja. Al igual que este proyecto mayestático, las ‘setas’, como popularmente se conoce al Parasol, ejemplifican cómo las prioridades políticas municipales, lejos de cuestiones como la cohesión urbana o el reequipamiento de los barrios de Sevilla, apostaron a lo largo de los dos últimos mandatos por alzar una serie de hitos que, aunque sustancialmente no cambian la ciudad ni un ápice, al menos sí permiten hacer un discurso político en dicho sentido. Retórico y costosísimo. El Parasol, además de ser el primer experimento de privatización de un espacio público en Sevilla (se trata de una concesión comercial por 40 años en favor de la empresa Sacyr), tiene una trayectoria inaudita: ha superado hasta cinco fechas oficiales de terminación distintas (la idea inicial era culminarlo en junio de 2007) y ha multiplicado su factura hasta superar los 123 millones de euros.

Todos los recursos han salido, además, de las arcas públicas, cosa inexplicable si se tiene en cuenta que, desde el punto jurídico, es una concesión administrativa. El simbolismo del proyecto, cuyos promotores siempre han dicho que es un ejemplo de arquitectura de vanguardia (cosa curiosa si tiene en cuenta que comenzó a ejecutarse sin un proyecto arquitectónico; apenas con un plan básico), trasciende lo visual y conecta directamente con una forma de gobierno en la que la ‘grandeur’ –la enfermedad de los gobernantes excesivos– se mezcla con al secretismo, pues, con independencia del debate estético que el Parasol genera entre los ciudadanos, su gran talón de Aquiles ha sido su gestión política. La Alcaldía, tal y como en febrero de 2010 desveló en exclusiva el Grupo Joly, ocultó a los sevillanos durante casi tres años que no contaban con la tecnología adecuada para alzar la estructura que da nombre al complejo. Una evidencia que se suma a las constantes inyecciones económicas (la última con un informe en contra del Consejo Consultivo de Andalucía) que el propio alcalde, utilizando su voto de calidad en el Pleno, ha ido autorizando prácticamente hasta su última fase en el poder. El error esencial fue no sólo empezar la obra sin garantías (sin proyecto de obra; con una cimentación insuficiente, sin tener la viabilidad técnica de su construcción), sino, una vez puesto en evidencia el callejón sin salida que era la obra (documentado en varios informes de la ingeniería Ove Arup), la inauditda resolución de seguir adelante sin importar ni los problemas que pudieran presentarse, ni el sobrecoste del proyecto ni, tampoco, sus consecuencias. Se irán viendo en los próximos años, pues la financiación del Parasol se ha comido buena parte de los recursos económicos extraordinarios que el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) obtuvo de las empresas privadas para equipar los nuevos barrios de los próximos doce años y reequilibrar la ciudad hasta dejar las arcas municipales vacías. La ciudad virtual se impuso a la ciudad real.

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