Manuel Alejandro Hidalgo. Profesor de Economía en la Pablo de olavide

"Si quieres ganar como un alemán, tienes que producir como un alemán"

  • Especialmente interesado por el impacto del cambio tecnológico en el mercado laboral, ha publicado el libro ‘El empleo del futuro’, una de las grandes incógnitas de nuestro tiempo

El profesor Hidalgo, en la Cámara de Comercio.

El profesor Hidalgo, en la Cámara de Comercio. / Juan Carlos Vázquez

La cita es en la Cámara de Comercio de Sevilla, en la sede remodelada por el recientemente fallecido González Cordón y bajo las pinturas de Pérez Villalta. Manuel Alejandro Hidalgo (Sevilla, 1973) acaba de presentar, junto al profesor Ferraro, un informe sobre la economía andaluza y se somete pacientemente a nuestro interrogatorio. Es Hidalgo un "socio-liberal" criado en la Oliva, un barrio trabajador de Sevilla en cuyo campo de fútbol lució su palmito durante ocho años como jugador federado. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales de la Hispalense, actualmente enseña Economía Aplicada en la Universidad Pablo de Olavide. Previamente, tras pasar por el Instituto de Estadística de Andalucía, realizó un máster en Economía en el Programa de Postgrado de Economía de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona (2004) y el doctorado en Economía en dicho centro catalán (2008 ). En su trabajo como investigador ha prestado una especial atención al impacto del cambio tecnológico en nuestra economía. Ahora, publica el libro ‘El empleo del futuro. Un análisis del impacto de las nuevas tecnologías en el mercado laboral’, editado por Deusto.

–¿Las nuevas tecnologías supondrán el final del trabajo, como aseguran algunos?

–En mi libro intento desmontar ese mito. Lo que nos dice la historia es que a pesar de la enorme automatización que hemos experimentado desde finales del siglo XVIII (no estamos ante un fenómeno nuevo), este año es el que más gente está trabajando y durante más horas. Es decir, no hay una asociación entre cambio tecnológico, automatización y pérdida de empleo, sino más bien todo lo contrario. Esa tesis de la pérdida de puestos de trabajo ya la trató Keynes en los años treinta y la llamó “desempleo tecnológico”, pero la verdad es que no hay rastro de este. Las tecnologías destruyen puestos de trabajo, pero crean otros y no tienen que ser necesariamente de programadores... Por ejemplo, hace doscientos años no había guías turísticos, o muy pocos se dedicaban a ofrecer servicios a los mayores...

–Por experiencia propia sé que la tecnología no da mejor vida laboral. Vivimos con más estrés.

–No dudo de lo que me dice, pero hay que ponerlo en perspectiva. Supongamos que usted y yo trabajamos las ocho horas legales. Con ese tiempo nos da suficiente para vivir más o menos bien, irnos de vacaciones... Hace 200 años se trabajaban quince horas y, con suerte, podías tener un traje y algo de comida. A muy largo plazo sí se observan los beneficios de la tecnología. El bienestar que tenemos hoy se debe básicamente a esta. ¿Por qué? Porque aumenta la productividad y, por tanto, podemos hacer mucho más en mucho menos tiempo. Eso sí, es innegable que la tecnología, tal como la estamos usando ahora, introduce ciertos elementos de estrés: estamos más conectados, más informados...

–Redes como WhatsApp, son una auténtica trampa. A cualquier hora y cualquier día tu jefe te puede requerir, interpelar, exigir... Hay una auténtica invasión del mundo privado por el mundo laboral. Se están difuminando unas fronteras que antes eran muy claras.

–Evidentemente se está perdiendo el control de nuestro tiempo privado y nos vemos en el cine contestando a un whatsapp del jefe. Es necesaria una autorregulación. Ya se están exigiendo e imponiendo ciertas restricciones y hay sindicatos que exigen que no se puedan mandar mensajes laborales en tiempos de descanso. Para mí, WhatsApp no es un referente del cambio tecnológico.

–¿Qué opina de la reivindicación de la jornada de 35 horas? ¿La tecnología lo permite?

–Mi opinión es que todo lo que implique la reducción de la jornada laboral es positivo siempre que esté justificado. La reducción de la jornada laboral a lo largo de la historia se ha producido a golpe de movilizaciones, pero sobre la base de un aumento de la productividad. El problema es que, pese al último cambio tecnológico, todavía no ha crecido la productividad. Hasta que no se produzca este aumento no se puede reducir la jornada laboral, porque traería consecuencias muy perniciosas para la economía, como el aumento de coste por trabajador, lo que se traduciría en mayor precio del producto o en desempleo.

–No me diga que las nuevas tecnologías aún no han producido un aumento de la productividad.

–Eso es algo habitual. Lo normal es que cuando irrumpe una nueva tecnología de propósito general (es decir, que se usa prácticamente en todas las actividades productivas) implique casi más costes que beneficios, porque hay que implementarlas, aprenderlas, instalarlas... La máquina de vapor no supuso un aumento de la productividad inmediato y hubieron de pasar cuarenta o cincuenta años para notar sus efectos. Los ordenadores empezaron en la II Guerra Mundial, pero hasta los ochenta no se notaron sus efectos positivos. Ahora estamos en una fase en el que la Inteligencia Artificial está empezando a explotar y aún le queda mucho recorrido. Nos encontramos en una fase en la que estamos intentando comprender qué es lo que podemos hacer con estas nuevas tecnologías. Cuando lo hayamos conseguido, la productividad probablemente empezará a crecer de forma considerable, lo cual será beneficioso, porque eso se traducirá no sólo en mayores beneficios, sino también en mayores salarios.

–¿Los derechos laborales se verán perjudicados?

–Los derechos laborales se están viendo perjudicados, pero una de las cosas que intento explicar en el libro es que esto no se debe exclusivamente a las nuevas tecnologías. Los procesos de externalización y los falsos autónomos o el de la concentración de actividades productivas en ciertas empresas, que se vienen ya observando desde los ochenta y noventa (aunque fue con la crisis cuando empezamos a hacerles caso), no se deben obligatoriamente al cambio tecnológico, pero es evidente que este lo facilita.

Si el cambio tecnológico se intensifica, las generaciones que ahora tienen 40 o 50 años lo van a tener difícil”

–Autores como Thomas Piketty advierten del preocupante aumento de la desigualdad en nuestros tiempos.

–Es evidente que se está produciendo y que el cambio tecnológico está siendo un factor relevante. Se está registrando una polarización, gente vinculada al cambio cuyos ingresos crecen junto a personas que se están viendo desplazadas. En Europa y EEUU se ha visto cómo ha desaparecido una clase media trabajadora vinculada a la industria. El elemento diferenciador es el conocimiento o la capacidad para cambiar. No hay que ser ingeniero, pero sí hay que estar muy vinculados a las nuevas formas de producción y trabajar. Evidentemente, si no tienes una cierta cualificación te vas a ver relegado a los puestos de trabajo peor remunerados. La desigualdad es uno de los grandes costes del cambio tecnológico.

–¿Y en Andalucía nos estamos preparando para todo esto?

–Las administraciones públicas tienen un papel muy importante en este asunto. En primer lugar, por el sistema educativo. Hay que educar pensando en el cambio tecnológico. Esto no significa sólo fomentar que los alumnos estudien ingeniería o matemáticas, que también, sino un tipo de educación que amplíe las habilidades de los trabajadores, esas que ahora llamamos no cognitivas o soft: capacidad de liderazgo, saber hacerse las preguntas, trabajar en equipo, coordinación... Este tipo de habilidades van a ser muy importante. Si eres capaz de cambiar tienes mucho ganado.

–Pero ¿lo estamos haciendo bien en Andalucía?

–Hay un cierto interés por hacer el cambio, pero esto exige la coordinación de muchos agentes sociales, no sólo de los políticos, y esto es muy difícil. Las administraciones públicas deben orientar a las empresas para realizar el cambio, pero estas deben también impulsar el proceso. Por su parte, nosotros, individualmente, tenemos que comprender que no podemos seguir trabajando como nuestros padres y que nuestros hijos se deben preparar de una forma diferente. Todos vamos a tener que poner de nuestra parte.

–¿Habrá una generación sacrificada?

–Si el cambio tecnológico se intensifica en la próxima década, las generaciones que ahora tienen cuarenta o cincuenta años lo van a tener muy difícil. Los que vienen detrás aprenderán sobre la marcha. Hay que tener voluntad.

–Hablemos del mercado laboral en España. El aumento de la precariedad es preocupante.

–El empleo en España es como es porque así lo queremos. Decir esto puede resultar muy fuerte, pero la realidad es que tenemos una regulación y unas instituciones laborales que tienden a generar este tipo de empleo. Nuestra regulación laboral fomenta la contratación temporal y precaria, un problema en el que España es campeona.

–¿Cree que habría que profundizar en la reforma laboral del PP?

–Cuando se dice profundizar muchos entienden que se trata de desregularizar más el mercado del trabajo, y no es eso. La reforma laboral del PP, partiendo de un punto de vista positivo, fue muy incompleta y con algunos elementos que se han manifestado como negativos, algunos de los cuales yo apoyé en su día. Defiendo una reforma laboral muy general, no parches. Habría prácticamente que derogar todas las leyes y empezar de cero; repensar nuestro mercado de trabajo.

–Con toda esta revolución tecnológica y del mercado del trabajo, ¿seguirán existiendo los funcionarios?

–Esa pregunta me la suelen hacer habitualmente. Mi deseo es que se reduzca el número de funcionarios, no porque no me parezca bien esta figura, sino porque cada vez pierde más su sentido. Los nuevos tiempos necesitan personas predispuestas a cambiar, y una seguridad laboral como la que disfrutan los funcionarios es un desincentivo. Creo que el futuro es una administración pública con más trabajadores contratados y menos funcionarios.

–¿Hemos salido de verdad de la crisis? Aún se ven muchas cicatrices.

–De la crisis salimos hace mucho, a lo largo de 2014-2015. Pero la crisis de 2008 fue muy profunda, una gran recesión que comparte características con la del 29 o la de los 70. Ha dejado muchísima huella y tardará en curarse. Hay amplios sectores de la sociedad que todavía no se han recuperado y, para ellos, hablar de recuperación suena a broma. Cada familia lleva su penitencia. Diez años después se ven muchos ecos de la gran recesión.

La desigualdad es uno de los grandes costes del cambio tecnológico. Se registra una polarización”

–Hay agoreros que dicen que viene una peor.

–No, ahora mismo no hay datos para pensar eso a corto plazo. Ahora bien, en los últimos meses algunos indicadores se han debilitado más rápido de lo que esperábamos. Hace un año, la probabilidad de una recesión en el ejercicio siguiente era de un 4% y ahora es de un 32%. Si entramos en un ciclo recesivo y viene una nueva crisis ésta no tiene por qué ser peor que la anterior, pero el problema es que ahora estamos muy debilitados, sin defensas.

–Nos quejamos mucho de que los salarios españoles son bajos. ¿Está usted de acuerdo con esta percepción?

–¿Bajos con respecto a qué? Esta es la pregunta. Si comparamos nuestros salarios con el resto de Europa es cierto que hay una brecha, la misma que existe con respecto a la productividad. Suelo decirle a mis alumnos que si quieres ganar como un alemán tienes que trabajar como un alemán. Dicho esto, es verdad que ha llegado el momento de que los salarios crezcan más intensamente para reducir la pérdida de poder adquisitivo de los últimos tiempos, sobre todo en los estratos donde los sueldos son más bajos. Pero, insisto, nuestro mercado laboral fomenta que los salarios sean bajos. ¿Por qué? Porque expulsa a muchos trabajadores hacia empleos poco cualificados y ellos mismos presionan los salarios hacia la baja.

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