TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

Pilar del Río | Periodista y escritora

“El Evangelio según Jesucristo’ nació en el Quiosco de Curro”

  • La sevillana, viuda de de José Saramago, publica un libro en el que retrata la cotidianeidad del escritor en su casa de Lanzarote, ya uno de los lugares históricos de la literatura ibérica

Pilar del Río, en la calle Tetuán.

Pilar del Río, en la calle Tetuán. / Juan Carlos Muñoz

Pilar del Río (Sevilla, 1950) no quiere subir a la redacción. “Vamos a un bar, allí se hacen mejor las entrevistas”. La viuda del Nobel de Literatura portugués José Saramago, periodista veterana, sabe de lo que habla. Acabamos en una de las mesas del bar Rioja, entre dependientas, jubilados y plumillas de Diario de Sevilla, charlando de cosas importantes: Portugal, Canarias, España... Elegante y progre, miembro de eso que un cayetano malicioso llamaría ‘la izquierda caviar’ y un pureta con memoria la ‘gauche divine’, Pilar del Río acaba de publicar con la editorial Itineraria el libro ‘La intuición de la isla. Los días de José Saramago en Lanzarote’, un conjunto de estampas periodísticas sobre la cotidianeidad del Nobel portugués en su casa canaria, ya convertida en uno de los lugares históricos de la literatura ibérica, como la Velintonia de Aleixandre o la casona de Tudanca de José María Cossío. Guardiana de la memoria del que fue su marido, Pilar del Río, hoy con pasaporte portugués y residente en Lisboa, vuelve a la isla de Lanzarote cada vez que su agenda se lo permite. Esta semana ha estado en Sevilla para acudir al ciclo ‘Saramago, las huellas de la literatura’, organizado por la Fundación Cajasol y la Academia de Buenas Letras.

–Me han dicho que es usted de Granada.

–Esa es una confusión muy corriente. La de Granada era mi madre. Yo soy sevillana. Nací en Heliópolis. Allí viví unos años hasta que nos fuimos a vivir a Alcalá de Guadaíra, en un chalet que estaba al lado del de Manolo Otero, el empresario del Hotel Inglaterra. Desde entonces soy amiga de sus hijas. Los jardines colindaban y cambiábamos uvas por higos. Las puertas siempre estaban abiertas. Nos reíamos mucho.

–¿Y el periodismo?

–Oía mucho la radio y mi padre traía toda las noches la prensa. Yo quería ser una persona que contara. Estuve en la SER, la Voz del Guadalquivir, Radio Nacional, TVE.

-¿Es verdad que conoció a su marido, el Nobel de Literatura Portugués José Saramago, en la librería Repiso?

–Al autor, no al hombre. En Repiso encontré un libro cuyo título me llamó mucho la atención: Memorial del convento. Nunca había escuchado hablar de su autor. Lo leí y me pareció sorprendente. Acababa una página y volvía a leerme la solapa, porque no me podía creer que fuese un escritor contemporáneo. Fue descubrir de repente el talento, el genio... Volví y dije que me dieran todo lo que tenían de Saramago. Me di cuenta de que leerle me justificaba, a mí que era un ser mediocre.

Lanzarote nos pareció un sitio estupendo donde llegaban las voces pero no los ruidos

–¿Y al hombre, dónde lo conoció?

–Lo llamé en Lisboa para tomar un café. Era un genio escribiendo, pero después una persona muy normal en la vida cotidiana. En Sevilla, ciudad a la que vino mucho, lo conoció mucha gente.

–¿Qué le gustaba de Sevilla?

–Muchas cosas. El Evangelio según Jesucristo, que es un libro fundamental del siglo XX –según ha dicho Harold Bloom– nació en el quiosco de Curro de la calle Sierpes. En una de sus visitas a la ciudad, pasó por delante del quiosco y leyó un titular que rezaba: “El Evangelio según Jesucristo”, luego siguió por la calle Sierpes pensando en el asunto. Decidió volver para leerlo de nuevo, pero ya no estaba... Había sido algo así como un efecto óptico... Por la noche me lo contó y siguió dándole vueltas hasta que salió ese libro fundamental en el que habla del origen de nuestra civilización, que tanto justifica a la gente tramposa. Si Jesucristo no es Dios nuestra civilización está basada en la mentira.

–¿Qué más le gustaba de Sevilla?

–La gente. Cuando lo fueron a recoger al aeropuerto por primera vez unas amigas mías le llamaron de usted, porque lo veían muy mayor, pero antes de llegar a La Palmera ya le llamaban Joselito.

–Tenía pinta de ser una persona formal, muchas veces con corbata...

–Sabía gestionar los momentos. Ahora han hecho una fotobiografía de él y los dos autores se quejaban de que en la gran mayoría de las fotos sale con las mimas gafas, la misma corbata y la misma postura con las manos en los bolsillos. Tuvieron que cambiar el planteamiento y les ha salido un libro maravilloso: Saramago, seus nomes. Trata de los grandes nombres que lo formaron como persona: Jesucristo, Marx, Fellini...

–Ahora, usted acaba de publicar el libro ‘La intuición de la isla, los días de José Saramago en Lanzarote’. ¿Por qué eligió una ínsula para vivir?

–Él ya había escrito La balsa de piedra y había puesto a la Península Ibérica a navegar hacia América Latina y África. ¿Por qué no él también? Fuimos a visitar a una hermana mía que vivía allí y nos pareció un sitio estupendo, donde llegaban las voces, pero no los ruidos.

–Canarias es una encrucijada entre América, África y Europa.

–Como decía hace poco alguien, Canarias está más cerca de Caracas que de Barcelona. Las chicas visten como las caribeñas. Carmen Chacón me decía, en Canarias hay una hora y una talla menos.

–Saramago fue un gran iberista.

–Era más humanista que nacionalista. En sus libros hay continuas referencias a la cultura española, algo muy extraño en esa época en Portugal, porque lo normal era que los portugueses viajasen a Francia (por cuya cultura sentían adoración) cruzando España con la nariz tapada, entre otras cosas porque aquí había una siniestra dictadura nacional-católica. La dictadura portuguesa no era nacional-católica y la tiraron con la Revolución de los Claveles, algo que los españoles nunca hicieron. La fascinación de Saramago por la cultura española era, insisto, un caso insólito.

José era más humanista que nacionalista. Sentía fascinación por la cultura española

–España se lo ha reconocido, prueba de ello es el ciclo que se ha realizado esta semana en la ciudad, ‘Saramago, las huellas de la literatura’, organizada por la Fundación Cajasol y la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.

–Lo más importante es que en España sigue habiendo muchísimos lectores de Saramago. Hay una gran cantidad de escuelas, teatros y bibliotecas que se llaman José Saramago.

–Fue un amante de los perros, ¿no?

–Les tenía miedo.

–¿Miedo, pero si tenía tres?

–Porque fueron llegando a Lanzarote. Era un conflicto que tenía desde pequeño, porque habia tenido un altercado con un perro. Pero es cierto que los quería muchísimo. En casi todas sus obras hay un perro.

–En el libro reproduce al final una de las iniciativas políticas y sociales de José Saramago, la Carta Universal de los Deberes Humanos. ¿En qué consiste?

–La idea ya la dejó caer en su discurso del Nobel. Muchos años después de él muerto la retomó la Universidad de México, con un congreso de más de trescientas personas. José Saramago creía que estábamos pasando de ser ciudadanos a meros consumidores. Y si no tienes capacidad para consumir estás eliminado. Somos seres de derechos, pero estos no nos los conceden los estados, sino que los ganamos nosotros los ciudadanos. Si queremos ser respetados tendremos que velar por nuestros derechos. La Carta de Deberes nos recuerda la obligación de que se cumplan los derechos. Hay que denunciar siempre que falte la libertad sindical y política, o que se condene a alguien por ser de determinada manera, como ocurre ahora con demasiada frecuencia. El humanismo se ha extinguido.

–En el libro habla de su vida cotidiana en Lanzarote. ¿Era un hombre de rutinas?

–No, porque tenía que salir continuamente de viaje. Cuando estaba en casa, la mañana las dedicaba a leer, a la correspondencia, a escribir artículos. Las novelas las escribía por las tardes. El cine era algo importantísimo en su vida. En Lisboa iba prácticamente todos los días al cine y anotaba las películas que veía. Insólitamente le gustaba la literatura ciencia-ficción, algo que nunca conseguí comprender.

–Él se fue disgustado de Portugal.

–Él no tuvo problemas con Portugal, sino con un gobierno que cometió un acto de censura.

–Se refiere, claro está, a cuando, en 1992, el gobierno que dirigía Aníbal Cavaco Silva (PSD) vetó la candidatura de ‘El evangelio según Jesucristo’ para el Premio Europeo Literario.

–Tiempo después, el que sustituyó a Cavaco Silva pidió disculpas. José Saramago nunca hubiese aceptado un acto de censura, bajo ningún concepto, de nadie. Se armó tal escándalo que decidió marcharse.

La cocina de la casa de Lanzarote era el gran sitio de reunión. Allí se fraguaron muchos proyectos

–La casa de Lanzarote, como se ve en el libro, se convirtió en una especie de lugar de peregrinación a la que iban muchos escritores y artistas de todo el mundo. Incluso usted habla de la cultura de la hospitalidad.

–Es que la isla de Lanzarote es maravillosa y, cuando José escribía de ella, siempre había alguien que venía a vernos. Incluso llegamos a construir un apartamento para recibir amigos y teníamos la idea de crear una beca de residencia. El otro día un millonario me animaba a retomar el proyecto, pero ya no sé si quiero.

–Hoy ya no recibimos tanto en nuestras casas, probablemente porque las de la mayoría son muy pequeñas.

–José decía que el mejor restaurante de la isla era nuestra casa. La cocina era el gran lugar de reunión. Allí se fraguaron muchos proyectos. Era el corazón del hogar. Estábamos en el salón y, de repente, nos encontrábamos en la mesa de la cocina.

–Pasarían muchas cosas curiosas.

–Fue muy emocionante cuando nos visitó Bertolucci. Llegó mi hermana y le dijo al director: “Hace más de treinta años que vimos tu película Novecento, y dijimos que si algún día teníamos un hijo le pondríamos de nombre Olmo. Ha tardado, pero te presentamos a Olmo”, que en ese momento tenía cuatro años.

–¿Dónde vive usted ahora?

–En Lisboa, y tengo la nacionalidad portuguesa. ¿Quién quiere ser hoy en día portugués o ucraniano?

–Bueno... ahora en España hay un gran aprecio por Portugal, algo en lo que ha contribuido mucho la práctica desaparición de la frontera gracias a la UE.

–Después de tantos años estamos llegando al nivel de los animales, que no entienden de fronteras. Lo más positivo de todo es la excepcionalidad ibérica que se ha aprobado para el precio de la energía. España y Portugal deben ir juntos. Por supuesto también hay que promover el diálogo cultural. No hace falta pasar por Madrid para que hablen Portugal y Andalucía o Cataluña. Tenemos la suerte de ser una península con una gran riqueza cultural. Es un privilegio tener tantos idiomas. Ayer mismo estuvo en la Fundacion Saramago Ximo Puig y parte de su Gobierno. Hubo un concierto y explicaron a los portugueses las particularidades de Valencia. No somos un país unidimensional. Nosotros tenemos la riqueza de la pluralidad. Es algo maravilloso.

–¿Qué autores españoles le gustaban a Saramago?

–Era amigo de Vázquez Montalbán, Umbral... En Sevilla tenía amistad con Julio Manuel de la Rosa. Se llevaba bien con Cela...

–Cela... parecen caracteres muy distintos.

–Cela podía ser tremendo, pero no con José. Un día llegó impresionado porque había estado comiendo con Cela y, en un momento dado, el gallego le dijo muy serio: “José, esto se acaba”.

No somos un país unidimensional. Tenemos la riqueza de la pluralidad. Es algo maravilloso

–Se refería a su vida, claro está.

–Sí, José venía impresionadísimo. Cela era un hombre que podía tener un alto nivel de ternura.

–En su literatura, de hecho, lo demuestra. Saramago le puso a uno de sus perros Camoes. Es curioso, porque a Camoes se le podría reivindicar como el gran poeta ibérico, que escribió tanto en castellano como portugués.

–Es que entonces no existía la perversión de las fronteras, algo de lo que José Saramago escribió en un libro que se llama Terra y que hizo con Sebastião Salgado. Llamó así al perro porque llegó a la casa de Lanzarote justo el día que le dieron el Premio Camoes. Cuando falleció José, Juan Teba escribió una crónica preciosa: Camoes llora por Saramago. Fue el último de los perros que se murió.

–Otro de sus perros se llamaba Pepe.

–Sí, porque mucha gente se empeñaba en llamar a José Pepe, un nombre que no existe en Portugal. Cuando alguien le decía: “Oye Pepe, qué te parece esto”. Él decía: “Me parece muy bien, pero por qué se lo preguntas al perro”.

–¿Y Greta, por completar los tres perros?

–Greta era mía y odiaba a José. Le mordía continuamente. Era muy pequeña y le cabía una sola persona en la cabeza. Apenas pesaba cuatro kilos y se enfrentaba al camión de la basura porque le molestaba el ruido.

–Hablemos un poco del libro. Es una especie de reportaje de la cotidianeidad de Saramago en Lanzarorte.

–Aplico la técnica periodística y por eso yo no aparezco. Sólo lo hago una vez de forma tangencial, cuando hablo del matrimonio Saramago, y porque no tenía más remedio que hacerlo. José había sido director de un medio y respetaba profundamente a los periodistas.

–¿Cómo se animó a escribirlo?

–Nunca lo hubiese escrito si no me lo hubiese pedido la editorial Itineraria, creada por dos jóvenes de Lanzarote, Alba Cantón (que trabaja como guía en mi casa) y Sergio Erro. La montaron para editar libros del viajes por los que las editoriales convencionales no están interesados, como Hacia el sur. Viajes por España de Virginia Woolf o Lancelot. Guía integral de una isla atlántica, de Agustín Espinosa.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios