“El flamenco fue más importante en el barrio de la Feria que en Triana”

Manuel Bohórquez | Crítico de flamenco

El gran flamencólogo suma a su obra dos nuevos libros, ‘Memoria del pellizco. Medio siglo en la vida de un crítico flamenco’ y la novela ‘Silverio. El hijo del italiano’, ambos por Colibrí Ediciones Andrés Trapiello, escritor: “El 27 me parece un grupo de poetas sin demasiado recorrido” Eliseo Monsalvete: “Sevilla es una ciudad que da pocas oportunidades de crecer”

Manuel Bohórquez, en el bar Europa, durante la entrevista.
Manuel Bohórquez, en el bar Europa, durante la entrevista. / Juan Carlos Vázquez

Tiene Manuel Bohórquez (Arahal, 1958) algo de gigantón entre amistoso y afilado, pero siempre guarda la compostura de un maestro jondo. Sabe que en el flamenco no caben los chuflas. Sus maneras y su verbo son sentenciosos, como una soleá. Hay en Bohórquez una memoria persistente de la necesidad. Viene esta de sus años de niño pobre en Palomares, de adolescente en el degradado barrio de Su Eminencia, de sus inicios como crítico flamenco en medios que no le pagaban ni el autobús. A todo se sobrepuso y siempre tiró para adelante. Nunca un hombre tuvo una vocación más férrea que la de Bohórquez por el flamenco. Quiso ser cantaor, pero alguien le recomendó que se dedicase a la crítica. Y el flamenco ganó con el cambio: ganó un flamencólogo que es una enciclopedia andante; ganó un coleccionista apasionado que ha rebuscado en mercadillos y domicilios para salvar la memoria material de lo jondo; ganó un crítico valiente; ganó un hombre que investiga como respira... ¿Tiene sus equivocaciones Bohórquez? Quizás, pero es de esos personajes que merece la pena conocer. Genio y figura. Ha publicado recientemente dos nuevos libros: ‘Memorias del Pellizco’ y la novela ‘Silverio. El hijo del italiano’ (ambos en Colibrí Ediciones).

Pregunta.–Manuel, ¿por qué ‘Memoria del Pellizco’?

Respuesta.–Mi vida siempre ha sido y sigue siendo un pellizco. Si puedo presumir de algo es de que le pongo un pellizquito, un poco de alma, a las cosas. Un cantaor sin pellizco no es un cantaor. A Pepe el de la Matrona le dijo alguien: “usted canta muy bien, muy añejo, pero no tiene pellizco”. Y él respondió: “¿Qué es eso del pellizco, que te den con unos alicates?”. Se cabreó.

P.–¿Pero cómo lo definiría?

R.–Pellizco es cuando un cantaor te hiere, cuando te levanta. Hay cantaores que te embelesan por su técnica y otros que te pegan un pellizco, como Chocolate.

P.–¿Y cuándo lo ha sentido usted de una manera más clara?

R.–En el año 78 o 79, Antonio Mairena dio una conferencia en la peña Niño Ricardo. Cuando acabó nos quedamos a tomar una copa. Hacía mucho calor y Mairena se quedó en camiseta de tirantas. Le pidió a Pedro Peña que tocase un poquito la guitarra. Y cantó por seguiriyas de una manera que me destrozó por dentro. Después cantó la Soleá de Charamusco. Fue la primera vez que sentí el pellizco del cante. Yo tenía 18 años y en esa época era muy mairenista.

P.–Pero después ha criticado mucho sus teorías y su gitanismo.

R.–Más que a Mairena he criticado al mairenismo. Yo sigo siendo un enamorado del cante de Mairena. Creo que fue de los más grandes. Creo que el mairenismo es la corriente flamenca más retrógrada que hay. Es una secta. O estás con ella o contra ella. El mairenismo ya está muerto, pero Antonio Mairena sigue vivo.

Antonio Mairena cantó por seguiriyas de una manera que me destrozó por dentro

P.–La última vez que le entrevisté, hace ya unos años, defendió que el flamenco no es una invención gitana. ¿Sigue pensando lo mismo?

R.–Ahora más todavía. Como creo recordar que le dije que yo no entiendo el flamenco sin los gitanos, pero no comparto eso de que es un arte gitano. En Andalucía ya se cantaba y bailaba hace dos mil años, mucho antes de que llegasen los gitanos. Si decimos que el flamenco es un arte gitano y que solo son ellos los que lo dominan, ¿qué hacemos con Silverio, Chacón, Marchena, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar...? ¿Qué hacemos con los moriscos, con los judíos, con los castellanos...? El flamenco es el resumen de muchas culturas que pasaron por aquí. Y eso sin meternos en América y África. Las peteneras vienen de Veracruz... El gitanismo ha explotado mucho el tema de la fatiga, del dolor... Mis antepasados fueron todos jornaleros, gentes perseguidas que sufrieron mucho. ¿Sólo han pasado fatiga los gitanos? ¿Y por qué cantan los mineros de la zona del levante? Por defender, estas cosas me dan por todas partes. Me dicen que le quiero quitar el flamenco a los gitanos. Pero yo le he hecho biografías a la Niña de los Peines y a Tomás Pavón. Me gasté 5.000 euros en describir quien era El Planeta...

P.–En el libro queda claro que para usted el flamenco no solo ha sido una afición o una profesión, sino sobre todo una manera de vivir y una ventana al mundo en toda su amplitud.

R.–Dejé el colegio a los 12 años porque tenía que trabajar para ayudar en mi casa. No tengo ni el certificado de estudios primarios. Sin el flamenco yo sería un obrero jubilado sin cultura ninguna. Pero yo tenía una sensibilidad para la escritura y le debo al flamenco todo. A través de él he aprendido la historia de España, descubrí a Lorca, Machado, Miguel Hernández; aprendí qué era Ronda, Puente Genil, Cabra... En el flamenco lo he aprendido todo, nunca pensé en el dinero. Estuve años trabajando como crítico sin cobrar ni para el autobús. El flamenco es para mí como una amante que te maltrata. Te la quieres quitar de encima pero no puedes. Me levanto por la mañana y tengo que escuchar algo. También me pasa con la escritura, necesito escribir algo todos los días.

P.–Su vocación ha sido pertinaz, cai suicida.

R.–Como no me pagaban en los medios tenía que trabajar haciendo calicatas. Un día estaba en el tajo y paró un mercedes en el que iba Chiquetete. Me dijo: “¿A esto os dedicáis los críticos?” Me humilló, pero no se lo tomé a mal. Cuando llegué a casa le dije a mi madre que no volvía a coger el pico y la pala, ni a hacer techos de escayola. Me hice profesional y las pasé canutas, peor que cuando era un niño pobre en Palomares. Entonces tenía al menos un puchero que comer. Como crítico he pasado verdaderas necesidades.

P.–Usted intentó ser cantaor.

R.–Sí, esa era mi verdadera vocación. Y canto con los amigos. Pero una vez me presenté a un concurso en la Peña del Cerro. Lo pasé muy mal y canté con los ojos cerrados. Cuando terminé y los abrí se había ido todo el mundo. Había una persona, el Faiqui, y le dije que se le notaba que le gustaba el cante. Él me dijo: “no, yo soy el dueño del local y estoy esperando para cerrar”. También estaba Márquez el Zapatero, quien me comentó: “Manuel, no se puede cantar temblando, pero lo que has cantado no lo saben muchos cantaores más expertos. Métete a crítico que los que quedan son todos unos borrachos”.

P.–Existe el tópico de que el crítico es un artista frustrado. ¿Está usted de acuerdo?

R.–Sí, yo soy un cantaor frustrado. José de la Tomasa me dijo una vez que cantaba bien y que por qué no me había dedicado a esto. Le dije que porque me había dado cuenta de que no servía, no como otros, que siguen dando el coñazo. Se lo tomó a mal, porque creía que lo decía por él. Los flamencos son muy quisquillosos.

Dejé el colegio a los 12 años. En el flamenco lo he aprendido todo, nunca pensé en el dinero

P.–En el libro aparece bien retratada la degradada Sevilla periférica de los 70. Usted vivía en Su Eminencia.

R.–Aquello era terrible y el gran temor de mi madre era que nos metiésemos en la droga. Allí no entraba ni la policía. Pero yo me dedicaba al flamenco y a cantar en un grupo de sevillanas. Aunque nunca milité en política sí compartí movilizaciones con el PCE y el PTA. Ellos eran los que se quedaban a aguantar los palos, los que estaban en el barrio. Los del PSOE eran los primeros que salían corriendo cuando llegaba la policía. Durante mucho tiempo votaba al PCE. Ahora me he quedado sin partido al que votar. Soy un hombre libre. Su Eminencia fue un barrio que me marcó. Allí fue donde me enamoré la primera vez. Enamorarme de llorar.

P.–¿Cuál es la gran mentira que se ha contado sobre el flamenco?

R.–Que hay que ser pobre o gitano para cantarlo. Flamencos te lo puedes encontrar en todas las partes del mundo. Conocí a una finlandesa que era más flamenca que Bernarda de Utrera.

P.–También niega que Triana sea la única cuna del flamenco en Sevilla.

R.–Triana es una de las cunas, pero siempre defiendo que el flamenco fue más importante en el barrio de la Feria que en Triana. El de la Feria es el barrio olvidado de la historia del flamenco y, sin embargo, casi todas las figuras nacieron o vivieron allí. En Triana había unas cuantas familias: los Pelaos, los Caganchos, los Puya, los Vega, que eran herreros o alfareros que cantaban. Pero no había ni un café cantante, ni un tablao, ni nacieron grandes figuras. Silverio era de la Alfalfa; el Maestro Pérez, de Feria; Antonio el Pintor, de San Juan de la Palma... El mayor asentamiento de gitanos que había en Sevilla no era Triana, sino Santa Catalina. La calle Jaúregui era conocida como calle de los Gitanos. De Santa Catalina, muchos se fueron a Triana y otros a los pueblos. El flamenco estaba en Sevilla y eso se ha negado siempre. Yo he vivido en Triana y la adoro, pero cuando investigas te encuentras muchas sorpresas.

P.–Como crítico ha sido usted muy valiente. ¿Ha sentido alguna vez miedo?

–Miedo no, porque mido 1,90 y peso 120 kilos. Pero me han insultado muchas veces. Los artistas flamencos no aceptan bien las críticas.

P.–¿Cómo ve el flamenco actual?

R.–Ya he dicho que el flamenco ha muerto. Ahora hay buenas bailaoras jóvenes y, sobre todo, buenos guitarristas. El cante está muy mal. Sevilla se ha quedado sin referencias. Tenga en cuenta que en treinta años han muerto cuarenta primeras figuras y eso, en un arte, se resiente. En Sevilla queda José de la Tomasa y Aurora Vargas. Los cantaores de ahora son cantantes, están todo el día en las redes sociales y no investigan. Tu hablabas con Antonio Mairena y era un catedrático. Ahora la gente no sabe ni lo que canta, todo se reduce a salir muy arregladito en Facebook. Luego les haces una entrevista y te das cuenta de que están pegados.

Me hice profesional y las pasé canutas. Como crítico he pasado necesidades

P.–Su último libro es una vida novelada del gran Silverio.

R.–He aportado mucho sobre la figura de Silverio. Su partida de nacimiento, que la buscaron sin éxito Demófilo o Luis Montoto, la encontré yo. Silverio es la figura histórica flamenca más importante. Fue un cantaor al que nadie discutió y un gran empresario, el primero que creó una compañía y los cafés flamencos... Dignificó este arte. Se fue a América de picador con Manuel Sánchez el Pintor. Cuando regresó ocurrió el verdadero nacimiento del flamenco. Los artistas empezaron a hacerse profesionales. Silverio fue una gran figura y es una pena que Sevilla lo tenga totalmente olvidado. Nada recuerda a Silverio. El rey de los cantadores, lo llamaban en Cádiz.

P.–¿Cantadores?

R.–Así es como se les llamaba antes en los periódicos

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