Andrés Trapiello, escritor: “El 27 me parece un grupo de poetas sin demasiado recorrido”

Andrés Trapiello | Escritor

El escritor pasó por la Feria del Libro de Sevilla para firmar ejemplares de su último libro, ‘Próspero viento’, donde deja constancia de las muchas prosas y trifulcas políticas en las que ha participado Luis Alberto de Cuenca: “La mala literatura puede ser fascinante” José María Jurado: “Bécquer tenía un cuarterón gitano”

Andrés Trapiello.
Andrés Trapiello. / Juan Carlos Vázquez.

El maletín de Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) ha debido sufrir no pocos soles y chaparrones. Es de un cuero viejísimo, como de médico rural o estudiante pobre. Parece un hábito trapense, un mensaje en sí mismo, una reivindicación de lo viejo y hermoso (palabras, libros, cuadros, objetos) frente a lo moderno y lo banal. Trapiello pasó esta semana por Sevilla para firmar en la Feria del Libro ejemplares de su último libro, ‘Próspero viento. Una vida política’ (La Esfera de los Libros), donde da cuenta de su labor como prosista y, sobre todo, como espadachín político en periódicos y plataformas; desde sus años estudiantiles en Valladolid como maoísta un tanto desnortado y zangolotino, hasta su vibrante defensa de la Constitución en Libres e Iguales. Bestia negra de la izquierda cultural (y de la política también) nadie puede negar a este escritor (autor de esa impresionante novela en marcha que es ‘Salón de los pasos perdidos’) su completa originalidad de espaldas a las modas y ridiculeces del mundo literario. Sus libros son de sobra conocidos, pero no queremos dejar de mencionar ‘Las armas y las letras’, ya un clásico de los estudios sobre la literatura de la Guerra Civil. Después de su publicación, ya nada fue igual.

Pregunta.–Al final del libro, comenta que su verdadera aspiración es la vida tranquila. Es cierto que en su literatura se observa una veta virgiliana, pero también otra ciceroniana y proclive a las broncas del foro. Es decir, que le va la marcha del debate político. ‘Próspero viento’ es una prueba.

Respuesta.–Como ha dicho tengo una naturaleza bastante bucólica, campestre, rústica... Pero también es obvio que la política me ha marcado desde muy joven. Cuando salí del internado me eché en los brazos del Partido Comunista. Durante la Transición la política española era cosa de unos políticos que creían en la democracia. El problema ha sido después, cuando la izquierda española decidió reventar de una manera muy sibilina esa democracia.

P.–¿Y cómo lo hace?

R.–Con proyectos más o menos mitológicos, como diría Félix de Azúa. De una manera artera ponen en circulación los mitos de la memoria histórica/democrática y de la II República luminosa.

P.–Y su libro pretende llamar la atención sobre estas maniobras.

R.–Este libro me lo encargaron para que tratase de la hegemonía cultural de la izquierda, pero no me siento capacitado para hacer ese tipo de ensayos teóricos. Yo soy un escritor que quiere más que le lean que convencer. Soy un escritor realista, de la tradición española de Cervantes, Galdós, Baroja... No me veo especialmente capacitado para la política. Pero sí me considero lo bastante curioso para dar fe de todo lo que está pasando. También para rebelarme si veo que cosas básicas como los principios de la Ilustración se han conculcado.

P.–¿Se han conculcado?

R.–Absolutamente: en España se han conculcado los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad, aunque no tanto como seguramente querrían algunos. El otro día leía un artículo del ideólogo de El País....

Se han conculcado los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad

P.–¿Se refiere a Ignacio Sánchez-Cuenca?

R.–...Sí, se titulaba Esperando a Dimitrov. Este personaje fue el que se inventó con el Komintern los Frentes Populares, una idea que en España fue el origen de la Guerra Civil. Están reivindicando el Frente Popular, que es el ejemplo de estado fallido por antonomasia, cinco meses donde hubo en España cuatro y cinco asesinatos diarios, cientos de tropelías, barbarie... Y dicen que hay que volver a eso.

P.–Sánchez-Cuenca es uno delos forjadores de ese término entre inquietante y cómico que es “la superioridad moral de la izquierda”.

R.–Es un concepto sustentado en general por gente muy mediocre... Desde luego esa superioridad no viene de sus virtudes. La superioridad moral de la izquierda está sustentada en dos grandes mitos. El primero, en el que ya apenas nadie cree, dice que la mayor parte de los escritores e intelectuales se habían puesto de parte de la República. Eso es absolutamente falso y ya no hay ni que debatirlo. El otro mito es que los demócratas fueron aniquilados solo por el franquismo. Nadie niega que el franquismo fue represor, pero la República también lo fue. Se produjeron muchas víctimas que también fueron victimarios. Hay que reivindicar las víctimas del franquismo, pero también las de la República.

P.–Usted tiene experiencia sobre el asunto por la época en que formó parte del Comisionado para la Memoria Histórica del Ayuntamiento de Madrid, en 2016, a propuesta de Ciudadanos.

–La alcaldesa Carmena quiso levantar un memorial en el cementerio de la Almudena dedicado a las más de 2.000 víctimas del franquismo que allí había. Le dijimos que era un disparate. Primero, poner todos los nombres, porque al menos 500 eran responsables de crímenes atroces. Le propusimos una placa conjunta sin nombres para las víctimas del franquismo y la República. La izquierda no lo admitió y propusimos dos placas, para separar ambos grupos de víctimas. Tampoco lo admitieron. Finalmente, pusieron una placa con los nombres solo de las víctimas del franquismo.

P.–¿También con los nombres de los asesinos?

R.–Por supuesto.

P.–Su padre fue víctima de la extorsión y la violencia ambiental del Maquis ya acabada la Guerra. ¿Le ha pedido algún tipo de compensación al PCE?

R.–No, porque mi padre y la gran mayoría de los que hicieron la guerra actuaron con gran inteligencia. La Transición está hecha sobre la base de que los únicos que tenían derecho a la memoria eran los que habían hecho personalmente la guerra, de un bando y de otro. Aunque no la habían leído, ellos entendieron perfectamente la frase de Nietzsche de que un exceso de memoria dañaba la vida. Sin memoria no es posible la justicia, pero sin olvido no es posible la paz. Es un equilibrio muy complicado, pero ellos lo alcanzaron. Consiguieron sortear los fantasmas de la Guerra Civil que tanto temían unos y otros, hasta que llegó un necio como Rodríguez Zapatero, que tenía un mito en la cabeza, el del fusilamiento de su abuelo, quien había participado en la represión de los revolucionarios de 1934. Es decir, que si la guerra le llega a sorprender en Madrid en vez de en León, le hubiesen fusilado los comunistas o los anarquistas. La memoria histórica para esta gente es recordar hechos que no han sucedido, como es el caso de la República luminosa, régimen hecho de desigualdad, violencia, odio.

P.–Es curiosa la proliferación de la etiqueta “revisionista” para los historiadores que no están alineados con la memoria histórica, un término estalinista.

–Además, el primer revisionista es Zapatero, que no solo quiere revisar la historia, sino cambiarla. No solo quiere repensar la Guerra Civil, sino ganarla. Es curioso como la República, a medida que iba perdiendo la guerra, iba ganando el relato, hasta el punto de que lo monopoliza.

“Hay que reivindicar a las víctimas del franquismo, pero también a las de la República”

P.–En el libro se le ve pesimista con Cataluña. Casi da por hecho de que habrá un referéndum de independencia.

R.–Lo habrá si mañana lo necesita Pedro Sánchez para seguir en el poder. Encontrarán la triquiñuela legal para sortear la Constitución. Han conseguido inocular en la sociedad catalana la idea de que tienen un derecho a decidir por el resto de los españoles.

P.–Romper con la soberanía del pueblo español.

R.–A mí no me van a recortar los derechos que tengo sobre Cataluña, como a ningún catalán le pueden quitar los que tienen sobre mi pueblo leonés. Pero si estás diciéndole todos los días a los niños catalanes que son diferentes (es decir, superiores) de los niños andaluces, habrá un momento en que considerarán una injusticia enorme el no poder decidir en exclusiva sobre su territorio. Esto es una anomalía democrática que hay que revertir. Lo primero es volver a la lengua común, que en absoluto tiene por qué ir en detrimento de las lenguas locales. Hoy en día, el sueño de Cataluña es ser como Dinamarca, extirpar el castellano de sus escuelas e implantar el inglés.

P.–Inmediatamente después del procés hubo una especie de euforia entre los constitucionalistas. Se había ganado el pulso que le quisieron echar a la democracia española. Sin embargo, pasados los años, queda un regusto amargo a cierta derrota.

R.–Es así. Si desde el Estado, que debería representar los intereses de la nación entera, vas haciendo concesiones al independentismo para poder gobernar, al final te encuentras con el hecho real de que has perdido... Si no puedes abrir un comercio en Cataluña con un rótulo en castellano sin que te lo saboteen...

Me di cuenta de que el arte moderno no era más que una extensión de la alta decoración

P.–No quiero despedirnos sin hablar de arte, otro de sus temas de referencia. Usted fue en sus años un modernazo de Madrid, hasta convertirse en uno de los principales detractores del arte contemporáneo. ¿Qué pasó?

R.–Sí, fui muy moderno. Soy una persona que tiene la cabeza bastante hecha para el arte. En su día yo pintaba, dibujaba, incluso hice alguna exposición... El arte siempre me ha interesado muchísimo. Pero llegó un momento en que me di cuenta de que el arte moderno no era más que una extensión de la alta decoración (o de la más hortera, depende). Era algo totalmente banal. En un momento dado miré los cuadros que tenía y me dije: ¿qué hace este mamarracho en mi casa? Los vendí todos e invertí el poco dinero que me dieron en mi casa del campo.

P.–¿Y en literatura?

R.–En literatura siempre lo tuve más claro. Apenas sufrí veleidades vanguardistas. En literatura es importante que lo que se lea se entienda. Si te presentan un galimatías... Mis referentes siempre han sido el 98 y la escuela realista frente al 27. El 27, en general, me parece un grupo de poetas sin demasiado recorrido.

P.–Pues ahora viene el centenario del 27. Se anuncian fastos.

R.–Nos van a aburrir muchísimo.... Volver a leer a Manuel Altolaguirre... qué tortura. A mí, del 27 los que me gustan son los difíciles, que no pertenecían al grupo de amigos de Lorca, Alberti, Aleixandre, Emilio Prados, Gerardo Diego.... Los difíciles son Bergamín (sobre todo sus poemas, no sus ensayos ni su política); Rosa Chacel, que tiene la mejor novela de esa generación y una de las mejores del siglo XX, Las memorias de Leticia Valle, y Cernuda, un poeta hondísimo en la tradición de Leopardi. Y, por supuesto, Ramón Gaya, que es el pintor de todos ellos y un escritor extraordinario. Todos eran solitarios que apenas se llevaban con ninguno de los otros.

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