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Pablo Ferrand | Periodista

“Trasladar el Museo de Bellas Artes es una barbaridad”

  • Pocas personas en el periodismo local han sido tan estimados y respetados por sus compañeros como el entrevistado, uno de los mayores defensores del patrimonio sevillano

Pablo Ferrand, en su domicilio.

Pablo Ferrand, en su domicilio. / Juan Carlos Muñoz

En un gremio complicado como el del periodismo local sevillano, pocas personas han contado con el respeto y el aprecio de sus compañeros como Pablo Ferrand (Mateos Gago, 1957). El secreto, ser bueno en el machadiano sentido de la palabra y una sólida formación humanista. Hijo del novelista, pintor y también periodista Manuel Ferrand, el entrevistado empezó a trabajar en el diario ABC desde muy joven, compaginando la que sería su profesión con los estudios en Geografía e Historia. Sin embargo, como recuerda este antiguo alumno de los Padres Blancos de Los Remedios, su principal formación la recibió acudiendo por libre a las clases de Historia de la Arquitectura de Rafael Manzano. No en vano, como periodista, Pablo Ferrand, se dedicó principalmente a defender y divulgar el patrimonio histórico-artístico de Sevilla. Asimismo, fue cofundador de diversas asociaciones conservacionistas, lo que le hizo merecedor de premios como el Ben Baso o el de la Asociación de Restauradores Pétreos de Andalucía. Melómano por sangre, actualmente dedica su tiempo a la restauración de discos de pizarra y ha sido representante de los grupos Quorum y Ars Viva. Su pasión por los exlibris hizo que lo nombrasen socio de honor de la asociación andaluza de esta materia.

–Bonita librería.

–Era la que Becky Buffuna tenía en su librería Trueque. La tuve que adaptar quitándole la parte de arriba.

–Una foto de Becky Buffuna, realizada por José Ángel García, es el cartel de este año de la Feria del Libro Antiguo.

–Fue una auténtica pérdida para la ciudad. Ella es una de las personas a las que debo mi amor por las Alpujarras, donde terminé comprando y restaurando una casita, en Capileira. Está a su disposición para cuando quiera.

–Muy agradecido. Veo que coleccionas discos antiguos de pizarra.

–Sí, además los restauro, como las cintas de casete o de Revox, los vinilos... Me aficioné gracias a Alberto Rodríguez Burgos, que era cámara de TVE y tenía una gran colección de discos de flamenco. También de aparatos de reproducción antiguos:. gramófonos, fonógrafos... impresionante. Yo sabía que en algún momento acabaría mi vida periodística y decidí aprender las técnicas de restauración de estos soportes. Lo hacía por las noches. Tenía unas ojeras tremendas. Terminé dando clases de la materia.

–Es una buena colección.

–Más de 4.000. Algunos son muy curiosos. Fíjese en esta joya, un álbum de Columbia en inglés de la Niña de los Peines. Los discos están nuevos. La Niña de los Peines fue importantísima, muy favorecida por Falla y Lorca. Su voz es Patrimonio Histórico Artístico. Destruir estos discos es delito.

–¿Alguna joya más?

–Este álbum de Tosca, la ópera de Puccini. Hoy cabría en un solo LP, pero entonces había que meterla en 14 discos.

Es decepcionante como se sigue tratando el patrimonio histórico y artístico de Sevilla

–Ahora entiendo por qué se les llama álbumes a los LP. Es llamativa la delicadeza con que se editaban.

–Este de Tosca de La Voz de su Amo es precioso y dése cuenta de lo que pesa. Puede hundir una estantería. El disco que ve allí es una rareza: el himno de la Exposición Iberoamericana del 29. Lo cantó Rogelio Baldrich. La discográfica es Odeón. Tengo mucha música en pizarra: jazz, flamenco, Duke Ellington...

–Hablando con usted no puedo evitar preguntarle por su padre, el inolvidable Manuel Ferrand: escritor, periodista, historiador, profesor... De alguna manera usted ha heredado toda esa galaxia de intereses.

–El mundo de mi padre se veía en su biblioteca: la literatura, los comics, el cine, el arte, el humor... Era una persona muy curiosa y a sus hijos nos llevó por esos caminos. Nos recitaba poemas de Rubén, Lorca, Fray Luis; todos los días se inventaba un cuento para dormirnos; antes de comer nos ponía música, como hacía Menéndez Pidal: Beethoven, Sherezade, flamenco, Joan Baez, lo que fuese... Siempre tenía una sonrisa y nos intentaba hacer feliz.

–Un hombre con muchas facetas.

–No se suele hablar de su condición como dibujante y pintor. Tenía una gran facilidad para el dibujo. Para la revista Letras inventó un personaje que se llamaba Tic. Fue habitual de La Codorniz y llegó a pintar unos frescos en la Iglesia del Santo Ángel, pero se acabó el dinero y se terminaron borrando. Tenemos los bocetos. Ahora, mi hermana Ana Mari se está encargando de recopilar sus dibujos y pinturas para hacer una exposición o un libro. Es difícil, porque él lo regalaba todo y su obra está muy dispersas.

–¿Echa de menos el periodismo?

–El periodismo tuvo para mí dos cosas buenas: gracias a él conocí a gente muy interesante y me ayudó a superar mi timidez. Lo echo de menos solo un poquito. Ahora estoy pensando escribir un artículo sobre el primer proyecto del primer arquitecto regionalista de Sevilla: José Gómez Otero, que fue el padre de los Gómez Millán y autor, junto a Espiau de lo que hoy se conoce como la Casa Guardiola. También de toda la magnífica reforma que se hizo de la Casa de la Moneda. Es una maravilla lo que sabía ese hombre de proporciones. Fue alcaide del Alcázar. No me importaría hacer un libro sobre él.

–Usted ha sido uno de los periodistas de referencia en Sevilla sobre temas de Patrimonio Histórico. ¿Cómo ve actualmente esta cuestión en la ciudad?

–Es decepcionante como se sigue tratando el patrimonio en Sevilla. ¿Cómo se puede comprender lo que está pasando con la Avenida de la Palmera, una de las más hermosas entradas de Europa? Compárela con la de Berna, que era similar, y está perfectamente cuidada. No han tirado ni un solo palacete. Pero aquí llegó Monteseirín y... Ahora, el actual alcalde quiere sacar el Museo de Bellas Artes del convento de la Merced, donde tiene su sede desde los tiempos de la desamortización. Es un edificio maravilloso, bien cuidado, ¿para qué abandonarlo? Es una barbaridad, una locura. Y después a ver qué arquitecto hace el proyecto... Mire lo que está pasando en la Caridad...

Más de la mitad del patrimonio histórico y artístico de la ciudad ha desaparecido

–Cuénteme.

–Han empezado a excavar donde no debían en las Atarazanas y, además, percutiendo. Las grietas que se han provocado en el edificio de la Caridad no son ni mucho menos pequeñas. Los azulejos se están cayendo, hay arcos de puertas que están apuntalados, se han desprendido trozos de cornisas...

–Está claro que, en general, no está muy conforme con la política patrimonial.

–Compare a Sevilla con Bolonia. La ciudad italiana, similar a Sevilla, está impecable. Desde los años cincuenta Sevilla ha perdido más del 50% del Patrimonio. ¿Para qué ha servido el Catálogo de Arquitectura Civil Sevillana? Para que los especuladores viesen los metros cuadrados que tenían los palacios y tirarlos.

–¿Y la Comisión de Patrimonio?

–Yo estuve una época representando a Adepa. Nos temían una barbaridad y nos dejaban estar con voz pero sin voto. Cuando llegaba la Navidad empezaban a llegar los regalos desde los pueblos. Todo el mundo se ponía muy contento: los políticos, los historiadores, los arquitectos... luego llegaban las peticiones de derribos. Terminé dimitiendo. Vi cómo se cargaban Arahal, Écija...

–¿Y algún pueblo que se haya sido ejemplar?

–Osuna, gracias a Rodríguez Buzón, al que llegaron a amenazar de muerte. Es el pueblo mejor conservado de Sevilla junto a Carmona, que lleva un tiempo luchando por el merecido título de Patrimonio de la Humanidad. En el patrimonio siempre es importante que haya una persona que plante cara y que diga que no se corrompe. Recientemente, la Unesco ha elegido la calle San Pedro de Osuna como la más bonita de Europa. Allí fue Rodríguez Buzón el que creó una escuela de hacer las cosas bien.

–A estas alturas ya ha quedado claro que usted sigue siendo un activista del patrimonio sin complejos.

–Desde que se presentó la Asociación de Defensa del Patrimonio Histórico Artístico (Adelpha) en la Casa Pilatos, a finales de los 70. En el acto estuvo Santiago Amón, que dijo que las casas antiguas tenían un alma y que había que respetarlas. Gracias a Adelpha se salvaron muchas cosas. Allí estaban gentes como el abogado José Luis Souto o Ignacio Medina.

–En la destrucción del patrimonio en Sevilla, hubo momentos muy duros.

–Recuerdo cuando mi padre llegó desolado a casa porque se había enterado de que iban a derribar los palacios del Conde de Palomares y Sánchez-Dalp para construir el Corte Inglés. Mi padre dijo: “se acabó la plaza”. Los anticuarios como Segundo decían que estuvieron años viviendo de lo que se sacó del palacio de Sánchez-Dalp. Enfrente también se cargaron el palacio neoclásico de los Cavaleri, que tenía unos frescos magníficos.–Aún perdura su portada en el edificio horroroso que hicieron.

El derribo de la Casa de los Tavera fue uno de los grandes atentados contra el patrimonio de Sevilla

–Pues todo eso se hizo a partir del año 1964, cuando Sevilla ya se había convertido en un conjunto histórico artístico por ley. Es curioso, hasta entonces todo había aguantado bien, con algunas barbaridades, como cuando tiraron parte del edificio de la aduana de las Atarazanas, del siglo XVIII, para que Galnares Sagastizábal hiciera la delegación de Hacienda. La portada, que es preciosa y estaba en la fachada de la calle Temprado, está desmontada en el Arqueológico. Algo se podría hacer con ella.

–Aquello solo fue el comienzo.

–Fue un desastre: la casa de los Levíes, la de los Céspedes, la del Cardenal Mendoza, la de los Marqueses de Alcalá de la Alameda –que estaba en lo que hoy es el pasaje de los Azahares– la de los Tavera...

–¿De los Tavera?

–Fue uno de los grandes atentados contra el patrimonio. Era tan importante que cuando vino el Vizconde de Vigier, uno de los pioneros de la fotografía en Sevilla, el Duque de Montpensier le dijo que no se podía olvidar de fotografiar la casa de los Tavera. Vigier también hizo la única foto que existe del Puente de Barcas. La casa era una maravilla, con una parte nazarí que no tenía igual en Sevilla, zonas mudéjares y del siglo XVI, un artesonado que luego se rescató para el Museo, mármoles de Génova... El problema es que la Academia era cómplice de aquellos derribos. Cuando tiraron la casa, en el verano de 1963, Joaquín Caro Romero, que vivía al lado, se metió entre los escombros y rescató la veleta. En esa casa, Lope de Vega ambientó su obra de teatro La Estrella de Sevilla. Fíjese qué pena.

–Pero eso pasó hace mucho tiempo. Durante su etapa profesional, ¿qué barbaridades destacaría?

–Dos atentados contra el paisaje urbano: las Setas y la Torre Pelli. Se pudo parar la torre de Bofill, que era más baja y más adecuada, pero no la Pelli. Se incumplieron nueve leyes, como demuestra Fernando Mendoza. En general se han cometido muchas barbaridades. ¿Cómo permitimos que se perdiese la casa de Pepe Luis en San Bernardo?

–Yo pondré mi grano de arena. Una de las mayores pérdidas de Sevilla han sido sus soportales. Cuando se hacen obras no es extraño encontrar sus antiguas columnas. Muchas hoy se respetan.

–Bolonia, que como ya hemos dicho es una ciudad ejemplar en estas cuestiones, es conjunto artístico gracias a sus soportales. Puedes recorrer la ciudad entera sin pasar calor en verano o sin mojarte cuando llueve. La desaparición de los soportales es un problema muy antiguo, que se registra ya en los siglos XVIII y XIX, en los que se ven casas que ya se han apropiado de ese espacio.

Enriqueta, la amante de Juan Belmonte, me cogió como su protector los últimos años de su vida

–Ya que antes sacó la cuestión taurina no puedo dejarle de preguntar por dos asuntos en los que usted tuvo mucho que ver. El primero es su participación en la adquisición por la Maestranza de una de las más importantes colecciones de arte taurino.

–Sí, participé en esa adquisición. Era un amplísimo conjunto de obras que se extendían cronológicamente de los siglos XVII al XX. En ella encontramos auténticas joyas, sobre todo en series de grabados, algunas de un gran interés, como la que hizo Antonio Carnicero en los últimos años del siglo XVIII. Pero, sobre todo, hay que destacar las dos Tauromaquias de Goya que tiene dicha colección: la edición de aguafuertes de 1855 y la que se grabó en París en 1875, una auténtica rareza.

–¿Solo tiene grabados?

–No, también óleos, dibujos y acuarelas, con nombres como Mariano Fortuny, José Benlliure, Gustavo Doré, John Lewis, David Roberts, Joaquín Domínguez Bécquer, Valeriano Bécquer... Actualmente se exponen en dos salas del Museo Taurino de Sevilla, pero hay mucho guardado. La Maestranza debería ampliar las salas para mostrar más cosas.

–La otra cuestión taurina es su relación con la amante de Juan Belmonte, la que dicen que fue su último amor. Una historia novelesca.

–Se llamaba Enriqueta Pérez Lora. Fue la mujer que visitó Belmonte la mañana del día que se suicidó en su finca Gómez Cardeña.

–¿Cómo la conoció?

–Un día me llamó Rafael García Diéguez, el catedrático de Arquitectura –su padre era el que le hacía los dibujos a Talavera–. Me dijo que Enriqueta necesitaba dinero y quería vender cosas. Entre ellas una edición de la biografía de Belmonte de Chaves Nogales maravillosamente encuadernada –probablemente por los Galván de Cádiz– y dedicada a ella por el torero. Se la vendí a Manolo Ramírez. Me encontré con una mujer de 93 años muy lúcida y activa. Vivía en República Argentina. Me cogió como su protector los últimos años de su vida. Le hacía la comida y me preocupaba de sus asuntos. Un día, en una maleta muy fea imitación de leopardo, metió un montón de cosas: la pitillera de oro que le lanzaron a Belmonte en Lima, un reloj de oro en el que en vez de los números aparecen las doce letras de Juan Belmonte, fotografías, pequeños mensajes que le mandaba el torero para concertar sus citas amorosas... muchas cosas. Todo lo compró el coleccionista Juan Barco. Enriqueta decía que mi cara le daba confianza. Cuando murió Belmonte trabajó como niñera de los hijos de Anthony Quinn, quien por su buen humor la llamaba Torre del Oro.

–¿Y cómo terminó todo?

–Un día apareció en su casa tumbada en un charco de sangre. Murió a los pocos días en San Juan de Dios. Su familia se desentendió y me dieron a mí las cenizas para que cumpliese con su voluntad de que fuesen vertidas en el mar, el río o una fuente de Sevilla. Era de noche y llovía. El tarro de las cenizas todavía estaba caliente. Al final las eché en el río, por la parte del parque de San Jerónimo.

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