Juan carlos sánchez de lamadrid. Fotógrafo, galerista y gestor cultural

"Si uno no emociona, da igual que tenga la mejor cámara del mundo"

  • Pertenece a una generación de fotógrafos viajeros que también ha sabido mirar con nuevos ojos lo propio

  • Actualmente gestiona el museo El Dique y colabora con la Fundación Cajasol

Juan Carlos Sánchez de Lamadrid, en Cobertura Photo, durante un momento de la entrevista.

Juan Carlos Sánchez de Lamadrid, en Cobertura Photo, durante un momento de la entrevista. / fotoS: rafael beltrán de torres

El entrevistador conoce a Juan Carlos Sánchez de Lamadrid (Sevilla, 1967) desde hace muchos años, cuando ambos eran malos estudiantes en el instituto Carlos Haya (vulgo Tablada). Ya entonces mostraba una sobrada capacidad para el entusiasmo como constructor de tablas de windsurf y navegante en ciernes, pasión que aún conserva y que ha marcado parte de su trabajo como fotógrafo. Hombre largo y tranquilo, se inició en el fotoperiodismo hasta que un día lió el petate y se marchó a Finlandia tras los pasos de Ángel Ganivet, proyecto del que surgió una exposición y un libro. Desde entonces, muchos han sido los viajes y muchas las fotografías. Actualmente reside en Jerez de la Frontera (una de sus ciudades, junto a Sevilla y Sanlúcar de Barrameda) y dirige la empresa Monto Cultura, que entre otros muchos proyectos gestiona el museo de Navantia en Cádiz, El Dique, o las visitas pedagógicas a la Sala Murillo de la Fundación Cajasol, en Sevilla. Previamente, creó una galería en Jerez para vender fotografías a los escasos coleccionistas andaluces. Se declara a sí mismo como un hombre solitario, aunque la crianza de sus cinco hijos apenas le deja tiempo para el soliloquio. Sólo cuando navega frente al coto o hace fotografías alcanza el añorado aislamiento.

-Cada vez que lo encuentro por la calle tiene usted un nuevo proyecto, una exposición, un viaje... ¿El entusiasmo es parte importante en eso que llaman éxito?

-Es importante para sobrevivir trabajando en lo que uno quiere. Soy una persona entusiasta en todo lo que hago, tanto en la familia (tuve cinco hijos de una forma irreflexiva pero entusiasta) como en mi oficio. El entusiasmo fue lo que me hizo ser fotógrafo y, luego, dedicarme a la gestión cultural.

-Galerista, comisario de exposiciones, gestor, pero ante todo se siente fotógrafo, ¿no?

-Sí, porque la fotografía es lo que ha formado mi personalidad.

-Empezó en la prensa.

-Una escuela dura. Veía a mi hermano mayor [José Antonio de Lamadrid, Premio Andalucía de Periodismo 2002 ] en casa revelando, cuando trabajaba para Efe, y empecé a interesarme por la fotografía y el periodismo. Me matriculé en la carrera y la compaginé con el trabajo en varios periódicos, muchos de ellos ya desaparecidos (Diario 16, Sevilla Información, Diario de Andalucía...). Con el tiempo vi que la prensa no me daba lo que yo buscaba. Fue entonces cuando decidí empezar a hacer trabajos por mi cuenta.

"El entusiasmo es muy importante para sobrevivir trabajando en lo que a uno le gusta"

-En ese proceso hay un momento importante, su viaje a Finlandia en busca de la huella de Ángel Ganivet, un escritor y diplomático español que en su momento tuvo un gran influjo sobre la Generación del 98, pero que hoy ya casi nadie lee.

-Había realizado ya varios viajes por Rusia y los países bálticos, buscando el frío y la nieve, elementos que me llaman la atención. Fue entonces cuando descubrí a Ganivet y sus Cartas finlandesas. Quería ver si había alguna similitud entre el país descrito por Ganivet y el actual.

-¿Y la había?

-Me llevé la sorpresa de que Finlandia no había cambiado en muchas cosas en 120 años. La muerte, los apellidos y, en general, todos los temas tratados en el libro seguían prácticamente igual.

-Hay toda una escuela andaluza del frío, de sureños fascinados por el norte. Ahí está Rivero Taravillo.

-Taravillo me escribió un texto sobre un trabajo que hice de Islandia, un lugar que me encanta y del que Cervantes ya habla como la "Última Thule", la tierra del fin del mundo. Yo pensaba que Reikiavik era la ciudad más cool del mundo, pero cuando llegué me di cuenta de que era un pueblo de pescadores.

-¿El Sur no le ha interesado nunca?

-He trabajado en Mozambique, en un proyecto que realicé sobre el agua. Hice una foto aérea en la que se resumía el problema. Se veía el río Zambeze y sus afluentes cruzando una extensión de tierra completamente árida. Las riberas de estos cauces estaban verdes, pero sólo unos treinta metros tierra adentro. El problema era que se regaba a mano, con regaderas, no había un sistema de regadío.

-¿Qué más países?

-Me llamó mucho la atención Jerusalén. Fui allí para fotografiar el cambio de milenio. Cuando llegué, había miles de periodistas haciendo lo mismo, aquello era una verbena. Yo creía que la idea se me había ocurrido sólo a mí. En estos viajes aprendí mucho, porque los fotógrafos sevillanos viajeros de nuestra generación no tuvimos maestros que nos enseñasen, lo cual nos habría ahorrado mucho tiempo y dinero.

"Creía que Reikiavik era una ciudad 'cool', pero cuando llegué me di cuenta de que era un pueblo de pescadores"

-Estamos hablando de lugares un tanto exóticos, pero como fotógrafo también ha trabajado mundos muchos más cercanos, como los riacheros del Guadalquivir o los coquineros de Sanlúcar de Barrameda.

-Solemos tener la idea de que lo exótico es lo interesante, pero para hacer estos reportajes en el extranjero hace falta mucho tiempo y dinero. Un día comprendí que enfrente de mi casa en Sanlúcar tenía Doñana, un lugar magnífico para trabajar, y empecé a hacer esos reportajes antropológicos sobre los riacheros de Trebujena o los coquineros de Doñana. Las fotos las acompañé de textos de escritores, como el de Caballero Bonald sobre los hombres de la mar o el de Mendicutti sobre los riacheros.

-Usted siempre ha vivido entre Sevilla, Jerez y Sanlúcar.

-Principalmente por circunstancias familiares: mi padre es sanluqueño y mi mujer jerezana. Ahora residimos en Jerez, porque tenemos muchos proyectos en la zona y porque está muy cerca del mar, algo que en un momento dado me obsesionó. Una época me dediqué a fotografiar a los pescadores de bajura, los de Barbate, los que iban a pescar a Larache. Me embarcaba con ellos unos días y veía lo duro que era su trabajo y lo mal pagado que estaba.

-En Jerez abrió una galería de arte especializada en fotografía. Ahora la tiene en Sevilla junto a Cobertura Photo, el espacio de Alberto Rojas, aunque se está replanteando su formato.

-En el año 2011, en plena crisis, decidí montar una galería en Jerez, porque era algo que me apasionaba. El espacio era muy bonito y llevamos a fotógrafos muy interesantes, tanto consagrados como jóvenes. Empezamos con un trabajo sobre los italianos de Bruno Barbey, de la Agencia Magnum; seguimos con Isabel Sierra y Gómez de León, que es una sevillana que actualmente vive en EEUU, y Cristina Mejías, jerezana que reside en Madrid; después vino Atín Aya, etcétera. Disfrutamos mucho con la galería, pero te das cuenta de que, al principio, necesitas muchos recursos económicos para poder ir a grandes ferias, que es donde se hacen las ventas y los negocios. Nos faltó ese pulmón.

-¿La fotografía, pese al boom que vivió hace unos años, sigue siendo una cenicienta de las Bellas Artes?

-Sí, conozco muchos coleccionistas a los que no les importa gastarse bastante dinero en pintura o escultura, pero, sin embargo, la fotografía les cuesta más. El argumento suele ser que no pueden controlar el que no se hagan más copias de sus fotografías...

"Fui a Jerusalén a fotografíar el cambio de milenio. Había miles de personas haciendo lo mismo, era una verbena"

-Ha mencionado a Atín Aya, un fotógrafo que ha sido muy importante para las generaciones más jóvenes.

-Atín Aya es un referente para los fotógrafos jóvenes y los de su generación, incluso para otros mayores que él. Fue el primero que tuvo aquí el concepto del reportaje trabajado en el tiempo. Esto le llevó a hacer su gran libro sobre las marismas. Tenía la mirada de los fotógrafos americanos... o mejor dicho, de las fotógrafas americanas como Dorathea Lange. Es decir, tenía una mirada más femenina que masculina, con una sensibilidad que entonces no se tenía en España a la hora de enfrentarse a un reportaje.

-La revolución digital ha entrado a saco en la fotografía. En esta avalancha de millones de fotos, ¿cómo diferenciar al fotógrafo del que no lo es?

-La clave está en la sensibilidad con la que uno se acerca a un objeto o a un sujeto. Es muy importante el oficio, sobre todo en la prensa. El problema que se está produciendo ahora es que se hacen millones de fotos que luego no se guardan, se están perdiendo los álbumes familiares, esos objetos que nos servían para recordar y que deberíamos recuperar para guardar nuestra historia personal. La digital no es la primera revolución que ha sufrido la fotografía. Por ejemplo, en torno a 1860, el francés Disdéri inventó la carta de visita, un pequeño retrato de más o menos 4x12 cm que, por detrás, tenía el formato de una postal. Antes de esta innovación, fotografiarse era carísimo, algo sólo al alcance de los más ricos. Él consiguió abaratar costes y precios y difundió muchísimo la foto. Había millones de ellas. Esto banalizó la fotografía, como hoy en día los móviles.

-Hablemos de su faceta como gestor cultural. Usted tiene un maestro, el recordado Paco del Río.

-Con mi entusiasmo habitual, yo le solía llevar a Paco mis proyectos en la antigua sede de la Caja San Fernando, en la Plaza de San Francisco. Un día le propuse traer a Jerez la exposición World Press Photo y me hizo caso. La cosa salió bien y, a partir de ahí, empecé a colaborar con él en muchas cosas en Sevilla, Jerez y Cádiz. Aprendí mucho, porque Paco te enseñaba y te guiaba, pero te también dejaba que te equivocases. Era una persona muy generosa, que encargaba proyectos a mucha gente joven y desconocida. Tuvo la capacidad y la visión de dedicarle grandes exposiciones y catálogos a jóvenes artistas que estaban empezando por el año 2000. Eso le dio un aval a muchos para presentarse luego en galerías e instituciones.

-¿Algún consejo a la gente aún más joven?

-Que se peguen a la gente que lo hace bien y, sobre todo, que tengan la humildad de reconocer sus limitaciones. Antes de conocer a Paco del Río, el problema que yo tuve fue el de no encontrarme a alguien que supiese y que tuviese la generosidad de enseñarme.

-Ha realizado muchos proyectos sobre flamenco, ¿le gusta especialmente?

-El flamenco, en Jerez, se respira por las cuatro esquinas. Mi galería la monté en el barrio de Santiago, el más flamenco junto a San Miguel. Allí estaba yo trabajando y se sentaba un tío en la puerta y se ponía a cantar flamenco. Empecé a buscar proyectos de fotógrafos que se hubiesen dedicado al flamenco. Antes había hecho un documental, junto a mi amiga la fotógrafa americana Kirsten Sculler, de una gira de Antonio el Pipa por Nueva York, Londres y París. Lo hicimos con el dinero que ganamos en un pleito que le pusimos en EEUU a National Geographic por un incumplimiento de contrato.

"El proyecto sobre El Pipa lo hicimos con el dinero de un pleito que le ganamos a 'National Geographic"

-¿A National Geographic?

-Sí, nos decían que no sabíamos a quién nos estábamos enfrentando. Nos dio igual, pusimos la demanda en EEUU y la ganamos. Reconocieron su error y nos pagaron. Nos fuimos con Antonio el Pipa a Nueva York y allí lo llevamos al estudio de Gilles Larrain, un fotógrafo muy vinculado al flamenco, al que se aficionó cuando estuvo en Sevilla en los años 80, conoció a Paco Lira y se quedó un mes en La Carbonería fotografiando a los flamencos.

-En general, y seguramente por ignorancia, la fotografía flamenca siempre me resulta muy parecida. Pocas veces veo cosas que me llamen la atención. Mucho dramatismo y claroscuro.

-Eso es porque solemos vincular el flamenco sólo a lo que ocurre dentro del teatro, a cuando el artista está en el escenario, y eso ya está más que fotografíado y aburre. Hay que buscar otro flamenco, como el de Lebrija que está fotografiando Antonio Pérez Gil. También están las fotografías de Cristóbal Lara de flamencos en su casa. Llegaba, llamaba al telefonillo y les preguntaba si podía hacerles una foto. Hay una magnífica de Antonio Mairena en un bar tomándose un cubata.

-Y con la revolución tecnológica, ¿dónde está el futuro de la fotografía?

-Dependerá del fotógrafo... al final estamos hablando de una óptica que te acerca o aleja a un objeto, da igual que sea digital o analógica. En fotografía no es tan importante el equipo técnico, sino la mirada del fotógrafo. Si uno no emociona, da igual que tenga la mejor cámara del mundo.

-Bueno... hay veces que es muy importante el equipo.

-Hay fotógrafos que están haciendo sus fotos con móviles y quedan estupendas. Es verdad que para algunos trabajos de fotoperiodismo, como los deportivos, hace falta un gran teleobjetivo... pero para hacer un trabajo más pausado y personal lo importante es tener una cámara discreta, que la gente no se de cuenta de que estás haciendo fotos.

-Dentro de los muchos proyectos de su empresa de gestión cultural, Monto Cultura, está uno muy potente: la gestión del museo de Navantia, El Dique, en Cádiz.

-Navantia se remonta al astillero que montó Antonio López, al que Ada Colau le quitó la estatua en Barcelona, hace más de 140 años. Lo creó para reparar barcos que compraba en Inglaterra y que, posteriormente, usaba para su compañía, que tenía la exclusividad de la correspondencia con América. El Dique es un museo desconocido, pero muy importante. Allí fue donde se hizo el primer trasatlántico español, el Magallanes, que hacía la línea Cádiz-Nueva York. Vino Alfonso XIII a botarlo y los interiores no tenían nada que envidiarle al Titanic. La vajilla era de la Cartuja. Ahora estamos intentando hacer un menú con las cartas de su restaurante.

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