En la muerte de Rogelio

Rogelio: Vivir no es de cobardes

  • Fue una de las joyas de la Baracaldo del Sur, el nombre que recibía Coria del Río por la fértil cosecha de buenos futbolistas

Rogelio, a la derecha, junto a Ruiz Sosa, en 2005 en Coria del Río.

Rogelio, a la derecha, junto a Ruiz Sosa, en 2005 en Coria del Río. / José Ángel García

Hubo una época en la que Coria del Río era la Silicon Valley de los futbolistas, hasta el punto de que a la localidad ribereña se la conoció como la Baracaldo del Sur por su fertilidad en criar talentos balompédicos. Uno de los más genuinos se sigue llamando Rogelio Sosa porque esa manera de entender el fútbol y sobre todo la vida es inmortal. Como si viajara con la analogía geográfica a Baracaldo, en la figura de Rogelio hay mucho del casticismo de Unamuno. Un grande que siempre ejerció de uno más. En puertas de un derbi contra el eterno rival, en noviembre de 2005, el año que el Betis ganó su segunda Copa del Rey, junté a dos corianos a la vera del Guadalquivir, Ruiz Sosa y Rogelio Sosa, un apellido tan corriente en ese municipio como Japón. Rogelio debutó como futbolista del Betis contra el Madrid de Puskas, DiStéfano y Gento. Como Ruiz Sosa hizo lo propio en el Sevilla contra el Condal, modesto equipo barcelonés, Rogelio le dijo a su paisano con esa retranca tan suya: "No digas eso, al Condal no lo conoce nadie, pon otro". Rogelio es una de las muchas joyas de la cantera coriana que participó en los actos del 75 aniversario del equipo. Su amigo Juan Manuel Suárez Japón, que fue consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, coordinó un libro estupendo y Rogelio fue uno de los muchos que participaron en una festiva cena llena de recuerdos y rememoración de un tiempo que se fue, como el del descuento arbitral en el final de los partidos.

El Barcelona lo pretendió y llegó a jugar un partido homenaje con la camiseta azulgrana. Alguna vez le he oído a su buen amigo Luis Carlos Peris que Rogelio debutó en Primera con el Betis el mismo día que Iríbar lo hizo con el Athetic de Bilbao. La injusticia poética, que también existe aunque los cronistas sólo se acuerden de la justicia poética, impidió que estas dos figuras se encontraran el 25 de junio de 1977 en la primera final de la Copa del Rey que el Betis ganó con el aire norteño de los dos goles del montañés Javier López y el penalti que Esnaola le marcó a Iríbar en el último suspiro. Rogelio vio el partido desde el banquillo. Jugó 17 temporadas en el primer equipo del Betis, con paréntesis episódicos como una etapa en la Ponferradina o un préstamo para jugar una fase de ascenso con el Tomelloso.

Pasó a la historia por una frase que él mismo alguna vez puso en cuestión o matizó: "Correr es de cobardes". Una sentencia que por lo visto le dijo en un entrenamiento al húngaro Ferenc Szusza y que figura con letras de molde en el imaginario popular como si la hubiera pronunciado Kant o Descartes. Ya no hay futbolistas como Rogelio. Es posible que ya no queden seres humanos como él. Estuvo muchos años vinculado al Betis en labores de segundo entrenador de numerosos técnicos. En una de las travesías del desierto del equipo por Segunda, era segundo de Felipe Mesones, que llamaba a los futbolistas por una mezcla entre apócope o reducción casi infantil: Cañi (a Cañas), Meri (Merino), o Kuki (a Kukleta). La sorpresa en el caso del tercero es que Rogelio, encargado de traducir los subtítulos del entrenador, demostró tener un perfecto conocimiento del checo para transmitirle al exótico delantero la precisa indicación de su entrenador. Genio y figura. 

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