Granada-Betis · El otro partido

Una torre de Babel en rebelión

  • El Betis cedió el choque a un Granada que salió con 11 jugadores de 11 nacionalidades

  • Los verdiblancos, contritos al final ante sus aficionados

Víctor Sánchez manda a los jugadores quedarse ante la afición al final.

Víctor Sánchez manda a los jugadores quedarse ante la afición al final. / m. á. molina / efe

Tuvo que llegar el Betis al Nuevo Los Cármenes para despertar al Granada, penúltimo y casi desahuciado, que se vistió de equipo grande y goleó sin apenas despeinarse al equipo de Víctor Sánchez. Tuvo que llegar el conjunto verdiblanco a Granada para devolverle al equipo de Lucas Alcaraz el empaque y la fe suficientes para vencer un partido con holgura: el Granada no marcaba cuatro goles desde el pasado mes mayo, en un inaudito 1-4 en el Sánchez-Pizjuán.

Fue un Betis de amarillo pollito el que pretendió desafiar en los prolegómenos a esa particular torre de Babel que ha erigido el presidente del Granada, Jiang Lizhang. El empresario chino, con ínfulas de arquitecto bíblico, mostró ayer el alcance de su planificación: 11 futbolistas titulares de 11 nacionalidades distintas, un hito en la historia de la Liga.

Pues ni por ésas. Sin ánimo, sin intensidad ni humores, inodoro, incoloro e insípido, el equipo entrenado por Víctor Sánchez no estaba anoche para hacer historia. Y no fue capaz siquiera de navegar a favor de la corriente del mito, aquel por el que Dios castigó el orgullo y la racionalidad humanas destruyendo esa magna torre que ambicionó alcanzar el cielo con las manos.

No es el Granada tampoco un equipo de ambicionar demasiado, de grandes aspiraciones. Basta la permanencia. Limitado atrás, el conjunto de la capital nazarí se valió de la inoperancia de un Betis al que le faltó intensidad, ritmo, conceptos, reacción, competitividad, amor propio... Fútbol.

Sometido desde muy pronto, parecieron los béticos que jugaban, en lugar de en el interior de una torre, en el Coliseo de la Roma imperial. A falta de ese carácter de manada de lobos con el que se estrenó al micrófono Víctor el Motivador, salieron los leones granadinos a la escena. Las carreras de Carcela parecían las de una hiena, la presión de Wakaso semejaba la de un oso pardo y la zancada de Adrián Ramos era la de avestruz con la rabia inoculada.

Entre todos se engulleron a un Betis que no tuvo tino ni carácter para probarlo. La torre de Babel del Granada no sólo se mantuvo en pie tras el paso del equipo visitante sino que continuó levantando plantas sin miedo al espíritu bético, que no fue ni se pareció a ningún ser divino. Más bien fue todo lo contrario, un estar o aparentar de lo más divino.

En nada se pareció este Betis al que, no hace tanto tiempo, mareó con juego al Barcelona en Heliópolis. Del espectáculo al bochorno sólo es necesaria una incomparecencia como la protagonizada en Los Cármenes. Los goles fueron cayendo como ladrillos y andamios en las botas de los hombres vestidos anoche de fósforo. Se derribaron torres más altas, pero el Betis no tuvo en Granada ni el arresto de medirla. Y se quedó sin saber ni la longitud.

Llegó el pitido final. Un arrebato de vergüenza de Víctor Sánchez obligó a los suyos a acercarse a la grada donde los 700 hinchas béticos habían visto el ridículo de sus colores. Allí permanecieron unos cinco minutos, cabizbajos, rendidos y vergonzantes. Fue un gesto de humildad, el purgatorio en la tierra. Vanidad de vanidades. La torre se había rebelado.

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