A pie de calle

Carrito con "diamantes" en la Avenida

El carrito Happy Sojan, con el canasto y estructura dorados.

El carrito Happy Sojan, con el canasto y estructura dorados. / Redacción Sevilla

Sevilla es una ciudad de colas. Largas filas de personas que esperan a pie parado para cualquier cosa. Ya sea para entrar en un besamano, para hacerse con un velador o para comprar lotería. La más famosa de esta última modalidad la protagoniza El Gato Negro, la administración de la Avenida de la Constitución (o la Avenida a secas) que desde mediados de otoño registra un elevado número de clientes que aguardan varias horas para hacerse con un décimo del sorteo de Navidad

Desconocemos cuándo los sevillanos se acostumbraron a las colas. Puede que exista una generación que quedara marcada por las colas de la Expo para entrar en los pabellones más fascinantes. Lo cierto es que las colas se han convertido en un buen termómetro para constatar el éxito de un proyecto o negocio. Acudimos a aquellos establecimientos en los que no se cabe o en los que hay que esperar para hacerse un hueco. En todo ello, claro está, hay un factor determinante: la novelería, a la que tan dada es esta ciudad. 

Las colas son dignas también de un análisis antropológico, pues en ellas se reúnen las más diferentes tipologías sociales. Incluso de los gustos y tendencias de cada época. Lo hemos observado recientemente en una foto que nos han hecho llegar de la hilera de personas que esperan a comprar un décimo de la Lotería de Navidad en El Gato Negro. Allí, bajo las luces propias de estas fechas (aunque de motivos navideños tengan poco), aparece un carrito de bebé que difícilmente pasa desapercibido para quienes pasean por esta arteria principal de Sevilla (insufrible en verano). Los brillos de su canasto se convierten en anzuelo para la mirada de los transeúntes. Tanto o más que las bombillas led que decoran las alturas. 

Un nombre exótico

No he podido resistir la tentación de buscar el preciado carrito en Google. El modelo recibe el nombre -un tanto exótico- de Happy Sojan. En varios portales de internet se vende como "un diseño exclusivo" (¡y tanto!). Atención a la descripción de los materiales que lo componen, "con unos bonitos diamantes tallados y toques dorados". Ya saben que la discreción no supone un valor al alza en estos tiempos posmodernos. 

Eso sí, para calmar el aullido de la conciencia ante tanto brillo hipnótico, nada mejor que hacer saber que con su fabricación se ha contribuido al mantenimiento del medio ambiente, valor muy a tener en cuenta por el pensamiento globalizado. En su anuncio se advierte de que está realizado en "poli piel ecológica". Así se garantiza que para el carrito no se ha empleado piel de animal (desconocemos si se ha llegado a tal extremo con los de dos piernas).

El carrito Happy Sojan, con todos sus detalles. El carrito Happy Sojan, con todos sus detalles.

El carrito Happy Sojan, con todos sus detalles. / Redacción Sevilla

Por si fuera poco, todas sus piezas son reversibles y, como regalo, incluye bolso a juego, plástico para la lluvia, mosquitera, portabiberón y cubrepiernas. Ofrecen la posibilidad de adquirirlo en una amplia variedad cromática. Hasta en siete colores: blanco, negro, celeste, verde, rosa, azul y berenjena. 

Casi mil euros

Lo mejor de la información viene cuando le dicen el precio: 899 euros. Esto es, casi mil euros por comprar un carrito de bebé con el que los progenitores de la criatura (seamos políticamente correctos) lograrán no pasar desapercibidos cuando paseen con él por la calle. El artículo cuenta con dos años de garantía, periodo más que suficiente para arrepentirse de su adquisición si se ha cansado de que tal artículo sea el principal foco de atención de las miradas ajenas. 

Atesora, además, un toque navideño. Los brillos de su canasto nos recuerdan aquellos anuncios de burbujas doradas de Freixenet que, por estas fechas, nos hacían soñar con un mundo de lujo y sofisticación. El glamour horterizado.

Mejor quedarnos con la evocación que este carrito con diamantes hace en la memoria de aquella mítica película de Audrey Hepburn. Sin desayuno, pero con colas. Muchas colas. Hasta el mismísimo (e icónico) moño de la Hepburn de tantas colas. Y las que quedan. 

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