Adiós a la mujer de los paraguas
Encarna Olivera Carrión, la indigente que vivió desde 1992 en un portal de la calle Marqués de Paradas, falleció la semana pasada.
Hace 22 años los sevillanos se prepararon para recibir al futuro. Llegaba la Expo 92 y de su mano la modernización de una ciudad que vivía en el pasado. Era el año de la modernización, con sus trenes de alta velocidad, sus infraestructuras, pabellones y promesas. Sevilla fue aquella primavera la capital del mundo.
Sin embargo, en la ciudad también había otra realidad, en esa Sevilla a la que no llegó la luz del nuevo tiempo vivía Encarna Olivera Carrión, más conocida como la mujer de los paraguas. Ese mismo año, a escasa distancia de la entrada al recinto de la Exposición Universal se instaló Encarna, en el número 49 de la calle Marqués de Paradas. Era la imagen que nadie quería mirar. Ante el portón del edificio de la Seguridad Social, esta mujer ha vivido durante 22 años, hasta hace escasos cuatro meses.
Los servicios sociales de Salud Mental, a mediados de abril, y conscientes de su deteriorado estado de salud, consiguieron a fuerza de confianza y más de tres años de trabajo llevar a la mujer al Hospital San Lázaro. A fuerza de confianza porque Encarna se negaba a abandonar su hogar, el que había sido su techo durante más de dos décadas. Posteriormente fue trasladada a una residencia de ancianos en Écija, donde permaneció hasta mediados de julio. Sus últimos días transcurrieron en el Hospital de Osuna, donde falleció el 17 de julio.
Encarna murió a la edad de 67 años, después de más de veinte viviendo en la calle entre la realidad y la imaginación, a causa de la enfermedad mental que padecía y que la había llevado a separarse de su familia -tenía tres hermanos- y a no querer abandonar nunca el que consideraba su portal. Bajo sus paraguas se escondía su pequeño mundo, configurado con retazos del pasado, cargado de miedos e inseguridad. Los paraguas negros de Encarna eran sus señas de identidad, aunque en realidad eran su defensa, ya que por las noches le servían para protegerse y mimetizarse con la oscuridad, con el fin de evitar que la molestasen, e incluso golpeasen más de una vez, gamberros y borrachos.
Pasados los años, los numerosos transeúntes y sobre todo los usuarios del ambulatorio descubrieron que había sido instalada una fuente justo delante del Encarna. Cuentan los vecinos que la fuente fue una iniciativa del Ayuntamiento para que Encarna se aseara. Era una mujer muy pulcra y pudorosa, pues se acicalaba por las noches para que nadie la viera y que dentro de sus circunstancias hacía todo lo posible para mantener el decoro. Siempre tenía el portal limpio, llegó incluso a desinfectar la papelera que tenía al lado para evitar las cucarachas y las ratas.
A aquellas personas en las que depositaba su amistad Encarna les demostraba la naturaleza de una mujer fuerte y de carácter, que solía pedir a sus vecinos más cercanos que le comprasen un café -siempre en el mismo bar de la calle Julio César, porque sabían cómo le gustaba- que ella misma pagaba. Era, además, una persona muy hacendosa que acostumbraba a coser su ropa y que remendaba sus cartones y paraguas para protegerse.
Los vecinos convivían con ella, ayudándola de diferentes maneras, había quien le lavaba la ropa, una familia cada semana le llevaba la compra, que ella ordenaba con mucho cuidado entre sus cartones. Y otros simplemente hablaban con ella cada día, ya que estaba siempre informada de lo cotidiano porque leía los periódicos gratuitos. Más de dos décadas en el barrio convirtieron a Encarna en "la vecina del número 49 de Marqués de Paradas", era "una más". Prueba del afecto que sus vecinos le tenían han sido los sucesivos ramos que han ido dejando en el portal hasta el pasado jueves, cuando se celebró una misa en su memoria en la parroquia de San Vicente Mártir. Desde esta iglesia sale cada noche un grupo de voluntarios del barrio, del proyecto Levántate y Anda, que han acompañado a Encarna junto a otras organizaciones durante todos estos años.
Encarna, a quien de un modo u otro muchos sevillanos han despedido estos días, es el rostro reconocible de tantos otros indigentes, que son desconocidos, aquellos que conforman un colectivo con nombre en el que no se reconocen las individualidades. Les queda la esperanza de reincorporarse al sistema gracias a los vecinos que tienden su mano, a los voluntarios capaces de ver donde nadie ve, a los servicios sociales que luchan por sacarlos de la calle.
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