"Durante el Año Cernuda me hicieron muchos feos por no ser político"

El rastro de la fama. Jacobo Cortines

Poeta, traductor de Petrarca, editor, estudioso de la lírica española, melómano irredento, los intereses del autor de 'Consolaciones' exceden con creces el mundo universitario.

"Durante el Año Cernuda me hicieron muchos feos por no ser político"
"Durante el Año Cernuda me hicieron muchos feos por no ser político"
Luis Sánchez-Moliní

17 de febrero 2013 - 05:03

-El primer tomo de sus memorias se titula Este sol de la infancia, las últimas palabras que escribió Antonio Machado. ¿Es la niñez la única patria del poeta?

-Estuve dudando en titularlo como parva domus (pequeña patria), una expresión sacada de Nebrija, pero estimé que era difícil que el lector contemporáneo entendiese su significado. Entonces pensé que sería bonito usar el segundo hemistiquio del verso de Machado: Estos días azules y este sol de la infancia. Queda muy bien en cuanto la niñez tiene esa cosa de luminosidad... Fueron años maravillosos de contacto con la naturaleza y la gente del campo en una hacienda del siglo XVIII... Evidentemente también hay una admiración por Machado, uno de mis poetas predilectos.

-¿Para cuándo el segundo volumen?

-Espero tenerlo bastante encauzado a finales de año. Tratará de los años de formación, de las luces y las sombras de mi estancia como interno en Portaceli y los años de la Facultad.

-Una facultad que fue la de Filosofía y Letras, que en aquellos años era considerada casi como una carrera de niñas.

-En una colaboración que acabo de escribir para un libro-homenaje a García Calvo recuerdo que fui el único de mi quinta de Portaceli que escogió Filosofía y Letras. En la promoción anterior sólo la escogió Miguel García-Posada.

-Ha mencionado a García Calvo, una fuente inagotable de anécdotas, algunas muy disparatadas.

-Sí, pero yo recuerdo ante todo sus clases de Latín y sus magníficas traducciones de Catulo y de las Bucólicas de Virgilio. Me gustaba su insistencia en el ritmo del lenguaje, en la sonoridad del lenguaje. Entonces yo no conocía su condición de poeta; más tarde leí en la recién creada colección Visor Sermón de ser y no ser, que me deslumbró. Su poesía posterior ya no me interesó tanto.

-¿Tuvo claro desde el principio su opción por la Filología?

-Me gustaron mucho las clases de Juan de Mata Carriazo, tanto que estuve dudando entre la Filología y la Arqueología. Mi padre tenía una magnífica colección arqueológica y yo lo acompañaba en sus expediciones. Me acuerdo de cuando apareció un barco romano en las marismas o el descubrimiento del Tesorillo de Évora en Trebujena, cuya excavación visité.

-¿Qué es lo que le decantó por la Filología Moderna?

-Fundamentalmente la literatura.

-¿Algún magisterio en concreto?

-Bueno, estaba López Estrada... Pero también pesó mucho el buen ambiente con los compañeros, como Fernández Bañuls, José María Pérez Orozco, Alfonso Jiménez o Miguel García-Posada.

-Imagino que, por entonces, la música ya sería una de sus grandes pasiones.

-No me perdía ninguno de los pocos conciertos que había entonces en la ciudad, como los de la Sociedad Sevillana de Conciertos. Tampoco las grabaciones del Festival de Salzburgo que ponía Julio García Casas en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos. Estaba entusiasmado por Stravinsky, Shostakovich, Ravel y todos aquellos músicos que eran los más modernos de entonces. Por supuesto, también sentía pasión por Chopin, que es el músico más ligado a mi infancia en Lebrija, porque era lo que tocaba el profesor que teníamos.

-El último año de la carrera se fue de lector a Londres.

-La experiencia de Londres, en 1967, fue para mí absolutamente maravillosa, el primer año que viví solo, lejos de la familia, en soledad profunda... Me cogió el mayo del 68, que allí no tuvo ninguna trascendencia. Recuerdo también el estreno de El submarino amarillo de los Beatles, que me interesó poquísimo. Me gustaban mucho más los conciertos en el Royal Festival Hall.

-No es usted, precisamente, un paradigma del 68. ¿Nunca le interesó la política?

-Nunca he pertenecido a ningún partido político. Sí he tenido siempre una preocupación social y la situación actual del mundo me parece aterradora. Con el Mayo Francés siempre fui muy escéptico. Recuerdo que la llegada de Dani el Rojo a Londres no tuvo ninguna repercusión. Eso sí, me interesaron los pensadores de la época: Sartre o el propio García Calvo...

-Una de sus primeras investigaciones fue la dedicada a la revista Bética, publicación decisiva en la llegada de la modernidad cultural a Sevilla.

-Fue mi tesina de licenciatura. El alma de esta revista fue mi tío abuelo Felipe Cortines Murube, personaje sobre el que yo quería hacer mi tesis doctoral. Me metí pues en la faena de elaborar el índice bibliográfico de Bética, tres tomos que editó Archivo Hispalense.

-Ahora se cumplen cien años de su fundación y, sin embargo, sigue siendo una gran desconocida.

-Es una revista sin la cual no se explican otras publicaciones posteriores, como Grecia o Mediodía. Se conoce algo de la obra de José María Izquierdo, pero muy poco... A Cortines Murube no se le conoce casi nada, pese a la importancia de su poesía y de sus ensayos.

-¿Dónde radica la importancia de esta publicación?

-Fueron los constructores espirituales de Sevilla. Indagaron en el alma de la ciudad más allá del caserío, los monumentos y los jardines. Crearon el llamado idealismo sevillano. En cierta manera, la Exposición Iberoamericana del 29 pudo dar una imagen determinada de Sevilla gracias a este grupo.

-Es decir, lo que ahora llaman tan horrorosamente crear una marca.

-En cierta manera sí. Hay una búsqueda del ideal andaluz que no es más que una variante de aquello que Ortega y Gasset bautizó como la redención de las provincias. Es muy importante, por ejemplo, el descubrimiento del paisaje andaluz: el paisaje de las marismas, de las dehesas, de los toros... Son los años en los que Juan Ramón, que tuvo mucha relación con este grupo, está escribiendo Platero y yo.

-De la revista a Cortines Murube, también un desconocido.

-No tiene el lugar que le corresponde. Por ejemplo, El poema de los toros, escrito en 1910, es el primer libro que trata sobre el toro en su paisaje y provocó el entusiasmo de Unamuno, que era muy antitaurino. También cosechó las alabanzas de Juan Ramón, de Maragall, de Cansinos Assens.

-¿Y en prosa?

-Ahí están sus relatos, recogidos en el volumen La collera de avutardas, o sus investigaciones sobre la microhistoria de la Guerra de Independencia. Aparte de esto, hace la primera biografía de un personaje imporantísimo: Alejandro Aguado, marqués de las Marismas del Guadalquivir, un sevillano que fue el banquero más importante de París, íntimo amigo de Rossini y de los caudillos de la independencia de Hispanoamérica.

-Después de Londres pudo disfrutar de una estancia en Nueva York, otra ventana abierta al mundo.

-Aunque estudiaba fuera de Manhattan me las arreglé para vivir en un pequeño apartamento de la Quinta Avenida. Tuve la grandísima suerte de conocer a todos los grandes hispanistas que estaban en Nueva York y que iban a casa de Olga Kattan, una árabe nacida en Belén que había hecho su doctorado sobre Valle Inclán y que servía de puente entre la Universidad de Sevilla y Nueva York gracias a un programa de intercambios. En su casa traté a Paco Ayala, a Philip Silver, a Vicente Llorens, a Eugenio Granell... Además me impactó el buen funcionamiento de la universidad norteamericana, sobre todo de sus cursos de posdoctorado.

-Llegamos a una de las cumbres de esta entrevista: Petrarca. Usted es uno de los mayores conocedores de la obra del poeta italiano del siglo XIV.

-Soy el que más lo ha traducido. A Petrarca lo descubrí cuando me fui de profesor a la Universidad de Córdoba, porque en Sevilla tenía las puertas cerradas. Allí explicaba el Siglo de Oro y no paraba de hablar del petrarquismo de Garcilaso, del petrarquismo de Góngora, etcétera, hasta que me interesé por la fuente. Leí una versión en español muy mala que me empujó a iniciar yo mismo la traducción en endecasílabos, el metro fundamental de Petrarca. Me entusiasmó y Andrés Trapiello me pidió una selección para la colección Entregas de la Aventura, que editaba junto a Quico Rivas y Juan Manuel Bonet. Hice una selección de 20 sonetos amorosos que tuvo muy buena aceptación, con una crítica estupenda de Luis Alberto de Cuenca. Después traduje los Triunfos por encargo de Editora Nacional, una obra de la que no se hacía una versión en español desde el siglo XVI y que llevó a que Cátedra, por empeño de Francisco Rico, me encargase la traducción de Cancionero, a lo que me negué en un principio, pero que luego acepté. Fueron 9 años, del 80 al 89, dedicados plenamente a Petrarca, una aventura que ya he dado prácticamente por terminada.

-¿Por qué un escritor del siglo XIV suena a contemporáneo?

-Petrarca es la nueva sensibilidad ante el hecho amoroso y frente al paisaje. Es un autor muy contradictorio en el que conviven la pasión hacia Laura -una mujer de la que incluso se ha dudado de su existencia- y una llamada a la renuncia de las cosas mundanas. Todo esto hace de Petrarca un escritor muy moderno.

-¿Ha influido en su obra como poeta?

-Cuando publiqué mi primer poemario, en el 78, puse una cita de Petrarca, pero entonces no lo había leído directamente. Muchos me decían que el libro era muy petrarquista... Evidentemente, mis traducciones de Petrarca las considero como una continuación de mi creación literaria.

-¿Qué otros poetas le han influido?

-Principalmente Leopardi. Es un poeta que conocí en la adolescencia y nunca se me ha caído. También Baudelaire. Por supuesto los clásicos castellanos: Manrique, Garcilaso, San Juan... De los más contemporáneos, evidentemente Bécquer, el poeta del que partimos todos. Luego Rubén, Juan Ramón, los Machado...

-¿Cómo se define poéticamente?

-Me siento dentro de la tradición de la poesía reflexiva y, al mismo tiempo, muy verlainiano: la música ante todo. También me ha influido mucho la pintura. Me gusta el paisaje, tomar notas al natural cuando voy andando por la ciudad, por el campo... Como un pintor con su caballete.

-De la poesía a la política de la poesía. Usted fue presidente de la comisión del centenario de Luis Cernuda. ¿Fue Aznar quién le llamó?

-Me llamó Luis Alberto de Cuenca, que estaba de secretario de Estado de Cultura. Él conocía el congreso internacional sobre Cernuda que habíamos montado Domingo Ynduráin, Manolo Abad y yo en la Menéndez Pelayo, cuando se cumplieron 25 años de la muerte del poeta.

-Aznar es muy aficionado a la poesía. ¿Llegó a hablar con él de la materia?

-Comí en la Moncloa y hablé con él, pero muy superficialmente. Me enseñó la primera edición que tenía de La realidad y el deseo.

-¿Fue un buen año?

-Yo creo que salió muy bien.

-¿Pero cómo lo vivió?

-Bueno, lo viví con entusiasmo, pero tuve que soportar bastantes feos por parte de ciertos políticos de turno, ciertos personajes a los que les sentó mal mi nombramiento, porque yo no era de ningún partido... En fin, lo importante fueron los logros, como el Epistolario de Cernuda, elaborado por James Valender, o el catálogo y la exposición de la Residencia de Estudiantes. Me trataron mejor en Madrid que en la propia Sevilla... Me hicieron muchos feos por no pertenecer a la casta de los políticos.

-¿Cree como dicen algunos que Cernuda es el mejor poeta del 27?

-El poeta más dotado del 27 era Lorca. Lo que pasa es que Lorca es un mundo que se agota en sí mismo y sus seguidores han sido, por tanto, imitadores. Es lo mismo que ocurre con Góngora. Cernuda sí fue el poeta que más abrió los caminos de la lírica moderna española. Ahí están Gil de Biedma, Brines y toda la Generación del 50. Yo he admirado mucho de Cernuda su entrega sin condiciones a la poesía.

-Además de ser un buen aficionado a los toros, ha dedicado parte de su trabajo intelectual a la tauromaquia. Recientemente, en estas mismas páginas, Alberto González Troyano se mostraba muy pesimista con el futuro de la fiesta. ¿Comparte ese diagnóstico?

-En buena parte sí y en buena parte no tanto. Evidentemente, si comparamos la pasión, la moral, la exigencia y la entrega de, por ejemplo, Joselito el Gallo con lo que hay ahora... Toreros como José Tomas no me interesan en absoluto.

-Es una opinión a contracorriente.

-No se puede ser torero sin asumir el reto que significa Madrid, Pamplona, Sevilla, Bilbao... Sin competitividad, sin lucha, sin orgullo ni heroicidad. José Tomás ha sido un torero importante, pero hoy en día le puede más la cosa mediática. Eso de escoger la ganadería, de torerar sólo una vez al año y con figuras que están prácticamente de retirada... Estoy en total desacuerdo con esa concepción de la tauromaquia.

-Otra de sus grandes pasiones es la ópera. Actualmente, el Teatro Maestranza está pasando malos momentos por la crisis económica. ¿Cree que se podrá mantener en el futuro una temporada de ópera en Sevilla?

-Yo creo que sí. Sevilla tuvo una tradición operística en los siglos XVIII y XIX muy importante. En 1828 se dieron 112 funciones de Rossini... La ópera en Sevilla no es un fenómeno nacido en la Expo 92, ahí está para demostrarlo el libro de Andrés Moreno Mengíbar. Incluso después de la Guerra Civil estaban las temporadas de ópera en el Lope de Vega. Actualmente, tenemos un público entendido y amable, aunque aún quedan muchos títulos fundamentales que no se han visto en Sevilla. Creo que el Maestranza se debería alejar de las grandes producciones, huir de estos montajes y vestuarios carísimos. El teatro es ficción y el traje de la Princesa de Éboli no tiene que ser de terciopelo, puede ser perfectamente de cartón. El mayor peligro de la ópera contemporánea son los directores de escena y sus abusos, están rizando el rizo y el que está sufriendo más es el pobre de Mozart, del que se hacen versiones completamente absurdas. Además, se somete a los cantantes a una auténtica tiranía, obligándoles, por ejemplo, a cantar colgados de un trapecio, un tipo de abuso que ya hubo en el siglo XVII. Es absurdo gastarse 6.000 euros en cada traje, como se hizo en el Don Carlo de Madrid. Se puede hacer una cosa más modesta, con voces jóvenes, y conseguir así programar mucho más de cinco títulos al año.

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