Imagina que Sevilla suena bien

La Sevilla que investiga

En 2039 la ciudad corre serio riesgo de disparar los sonómetros por los altos índices de ruido y precisará de políticas que combatan los efectos nocivos de la contaminación acústica.

El ruido provoca enfermedades psicosomáticas, deficiencias auditivas y somnolencia. Los acúfenos se multiplican.
El ruido provoca enfermedades psicosomáticas, deficiencias auditivas y somnolencia. Los acúfenos se multiplican.
Juan Antonio Romero

19 de julio 2019 - 12:13

Sevilla se enfrenta en los próximos veinte años a uno de los grandes retos de su historia reciente: convertirse en verdadero referente energético y medioambiental entre los grandes núcleos urbanos del globo. Epítetos como Sevilla maravilla y otros adjetivos melifluos usados para glosarla deberán cambiarse por los de una ciudad más segura, digitalizada con el 5G y conectada por redes eléctricas inteligentes (Smart Grid), aquella donde las tecnologías basadas en el Big Data generarán nuevas oportunidades y contribuirán en la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos.

A día de hoy, Sevilla ha dado los pasos necesarios para convertirse en paradigma de ciudad segura en la que celebrar grandes citas y eventos, a tenor de los éxitos logrados en la salvaguarda del orden público con la organización de su última Semana Santa o incluso la Feria de Abril, mediante el novedoso sistema de vigilancia por cámaras. Tal es así que otras capitales están interesadas en replicar este modelo de protección ciudadana a la hora de preparar grandes concentraciones donde aglutinar a miles de personas, como es el caso de Pamplona con sus Sanfermines.

Pero ha llegado el momento de aplicar toda la teoría que fundamenta el concepto Smart City. Los procesos interadministrativos habrán de agilizar en la medida de lo posible que se pongan en práctica todas las soluciones que permitan una Sevilla más sostenible y digitalizada. Tamaña transformación exigirá de la sinergia e involucración del sector público y privado. El futuro de la ciudad, su capacidad de cambio, resiliencia y la calidad de vida que gocemos estará intrínsicamente ligada a cuantas alianzas institucionales puedan producirse en este sentido en pro de un avance ordenado y saludable.

Entre los escollos transcendentales a solventar en las próximas dos décadas se encuentra la contaminación acústica, uno de los principales problemas ambientales que soporta la ciudad, ocasionando una degradación en el bienestar y convivencia de sus vecinos.

El ruido se considera por la ciudadanía como el problema más notable a escala local. Ergo, resulta vital una respuesta común de todos los sectores implicados en el desarrollo y crecimiento de la ciudad. Para que prospere una vida saludable han de mejorar los índices acústicos y la calidad de éstos, a partir de soluciones energéticas, tecnológicas y de movilidad, impulsadas desde lo público y lo privado. El futuro exige que se valoren los riesgos que comportan los efectos de la contaminación acústica en la salud humana, en el comportamiento social y desarrollo cognitivo de las personas.

Una ciudad que tiene en el turismo uno de sus pilares básicos de crecimiento, por no decir el único, demanda forzosamente políticas de ruido que permitan la convivencia del binomio turista y residente. Lo contrario supondría morir de éxito. La ciudad de donde zarpó Magallanes para crear un imperio universal tiene la oportunidad de demostrar que en ella pueden convivir en armonía y sin estruendos visitantes y oriundos.

Quizás en 2039 conozcamos vehículos que recojan la basura nocturnamente sin provocar estruendos que alteren la vigilia del sueño, coches eléctricos que emitan escaso sonido al circular por el asfalto, repartidores de bebidas carpetovetónicas cuyos barriles estén compuestos de un material distinto al acero inoxidable para evitar su sonoro deslizar por las aceras, o maletas de turistas silenciosas e inteligentes. El encanto de la Sevilla silente está en juego mientras el sonómetro sube.

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