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Novedades poéticas entre tiendas de Antigüedades

  • Cernuda. En una calle donde los anticuarios prestigian el monocultivo del recuerdo nació un poeta más vivo que nunca también en el año del cincuentenario de su muerte en el exilio

HAY en la calle Acetres cinco tiendas de antigüedades: las dos de Bastilippo, en los pares y los impares, Luna, Montelongo y antigüedades Acetres en la misma casa donde el 21 de septiembre de 1902 nació el poeta Luis Cernuda. Seis si se cuenta la romántica tienda de máquinas de escribir que utilizaría el escritor en sus diferentes exilios. Una humana máquina de escribir desde Glasgow hasta México.

En puertas del cincuentenario de su muerte, no hay poeta de su generación más vivo que el hijo del coronel Cernuda que lo llevó a vivir al cuartel de Ingenieros de la avenida de la Borbolla. No es su poesía, su insuperable prosa poética, objeto de anticuario, sino andamio cierto de las fatigas y los sueños más actuales. No necesitó de la foto del Ateneo en la que están casi todos; ni del Nobel que obtuvo su paisano Aleixandre; ni de que los comunistas, la tienda de las antigüedades políticas, le hagan un homenaje como a su coetáneo Rafael Alberti, nacido el mismo año 1902.

Este inventario de la presencia de Cernuda en diferentes soportes culturales es aleatorio, para nada buscado. Una presencia que Ana Rosetti tildaría de indicios vehementes. Cernuda tiene 27 años, el guarismo de su generación, cuando en 1929 publica el libro Un río, un amor. A dos de los poemas de ese libro, Remordimiento en traje de noche y Quisiera estar solo en el Sur, les ha puesto voz y arreglos musicales en su primer disco, Poesía en resistencia (Atípicos Utópicos), Emiliano Domínguez Zapata, hijo del cantaor José Domínguez El Cabrero.

Hay además en este cd poemas de Antonio Machado, Alberti, Miguel Hernández y Benedetti. ¿Cabe más actualidad que la que encierran los versos de uno de esos poemas? "El sur es un desierto que llora mientras canta".

Tres citas de Quevedo, Larra y Cernuda ("Mejor la destrucción, el fuego") le abren al lector la trama de Señas de identidad, novela de Juan Goytisolo. En su libro Las Nubes (1937-1940), se cruzan dos de esos autores de cabecera. En su poema A Larra con unas violeta, el poeta le presta un dramático epitafio al periodista, a quien firmaba sus artículos como El pobrecito hablador, víctima de de una tierra "medida por los hombres" y por "su venenosa opinión pública y sus revoluciones / más crueles e injustas que las leyes, como inmenso bostezo demoníaco; / no hay sitio en ella para el hombre solo...".

Entre los papeles del profesor Andrés Fontana, que abandona España en un barco que sale de Cádiz en julio de 1935 rumbo a Estados Unidos para no volver jamás, aparecen unos poemas de Cernuda, de su libro Donde habite el olvido (1932-1933). "Donde habite el olvido / en los vastos jardines sin aurora...". Versos que son una sutil y furtiva declaración de amor de este profesor cuasi exiliado a la mujer murciana de su discípulo norteamericano, Daniel Carter, al que había enviado a España a realizar un trabajo sobre Ramón J. Sender. Carter y Fontana son personajes de la novela de María Dueñas Misión Olvido, en la que los versos de Cernuda son una especie de rosebud o contraseña que le da la vuelta a la trama, que convierte la entrega en intriga. Palabra que no es en absoluto ajena a un poeta que amaba la novela negra y que firma un espléndido prólogo para la edición de bolsillo de Cosecha roja de Dashiell Hammet.

Cernuda cantado, citado, evocado en un alambicado celestinaje. Y además de todo eso, el poeta como modelo de la más universal de las novelas. Cuando Mauro Armiño explica en su introducción de A la busca del tiempo perdido los materiales con los que trabaja Marcel Proust para reconstruir los recuerdos de la infancia y juventud, ese virtuosismo que tendría como icono una magdalena mojada en té que en realidad era un bizcocho, se detiene en el método del autor francés. "Es otra memoria, la sensorial, la táctil", dice de unos mecanismos ahora incorporados por los cajeros automáticos, "lo que de pronto hace surgir -a través de una magdalena, de la campanilla del Viático, de un perfume de azahar- el pasado sensitivo, 'el recuerdo de un olvido', diría Luis Cernuda".

"Un hombre gris camina por la calle de niebla...". Así empieza el poema Remordimiento en traje de noche que canta el hijo de El Cabrero y de Elena Bermúdez -productora de su primer trabajo discográfico-, con el acompañamiento a la guitarra de Juanjo Pizarro. Por las fechas de los libros, todos editados en La realidad y el deseo, está el poeta que escribe en plena dictadura de Primo de Rivera, en la II República y ya en la guerra civil que selló el martirologio de García Lorca, a quien le dedica un conmovedor poema. Los versos de Cernuda predicen muy pronto que su destino va a estar muy lejos: "Quizá mis lentos ojos no verán más el Sur...". Su estela novedosa pasea entre tiendas de anticuarios.

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