Las Sevillas de Hugh Thomas

calle rioja

La ciudad literaria. Casi un centenar de referencias a la ciudad de Sevilla en los libros del hispanista que narran la historia de la esclavitud y el imperio español de Felipe II

Hugh Thomas.
Hugh Thomas. / Juan Carlos Muñoz
Francisco Correal

11 de mayo 2017 - 02:34

En dos de las obras fundamentales de Hugh Thomas, La trata de esclavos, una historia de la esclavitud, el tráfico de seres humanos de 1440 a 1870, y El señor del Mundo (Felipe II y su imperio), hay casi un centenar de referencias a Sevilla, lo que habla tanto del interés que la ciudad despertó en el hispanista británico como de la importancia misma que la ciudad jugó en determinados momentos de la historia universal, en las luces imperiales y en las sombras de la esclavitud, luces y sombras que como la peste y Murillo siempre formaron parte de una dialéctica común, ésa que Antonio Domínguez Ortiz resumió gráficamente como Orto y Ocaso.

Los comerciantes de esclavos construyeron grandes mansiones en ciudades como Liverpool, Lisboa o Sevilla. "En el siglo XV -escribía Hugh Thomas en el primero de los libros citados- había más esclavos en Sevilla que en cualquier otro lugar de la Península Ibérica. Podían encontrarse en el Arenal, donde se cargaban los buques, y hasta vendiendo por las calles y mercados". Dice que los moros y moriscos, a los que llama "esclavos blancos", normalmente capturados en las guerras de Granada o del Mediterráneo, suscitaban antipatía, "pero los esclavos negros solían convertirse al cristianismo y aceptaban la cultura española".

Thomas traza un curioso paralelismo sevillano entre Colón y Américo Vespuccio

En Sevilla llegó a haber tantos mercaderes lusos (de esclavos) que contó con una calle llamada "de los portugueses". Los florentinos Bartolomeo Marchionni y los hermanos Joao y Juanotto Berardi, amigos de Colón, "dominaban el comercio sevillano en negros, musulmanes y canarios". Los Berardi fueron agentes en Sevilla de los Médicis. Marchionni financió una de las expediciones al Nuevo Mundo del cartógrafo y explorador Américo Vespuccio, que residía en Sevilla, donde está enterrado (en eso sí se emparentó con Colón). Vespuccio trajo esclavos de las Bahamas y en el cuarto viaje de Colón figuró como grumete un negro llamado Diego "pero no es evidente que fuese esclavo", matiza Thomas. El hispanista recuerda que el padre Bartolomé de las Casas, el dominico sevillano que fue obispo de Chiapas y gran defensor de los indios, inductor involuntario de la leyenda negra, había viajado a La Española en el segundo viaje de Colón.

Era un comercio muy trepidante. El rey Fernando el Católico autorizó en Valladolid el traslado de 50 esclavos para trabajar en las minas de La Española y pidió a la Casa de la Contratación de Sevilla el envío de otros 200 esclavos para ser vendidos en Santo Domingo, "la tierra que más amó Colón". Piero Rondinelli sustituyó a los hermanos Berardi como agente florentino de la venta de esclavos. Un centenar de ellos viajaron desde Sevilla en el barco Trinidad que se perdió cerca de las costas de Panamá.

Da cuenta Hugh Thomas de todos los que participaron en esta ominosa industria. Algunos, como Juan de la Barrera, uno de los hombres más ricos de Sevilla, acompañaba al cargamento humano en sus propios barcos haciendo la ruta de Sevilla a Cabo Verde y a Veracruz. Tres continentes. Además de Bartolomé de las Casas, el también dominico sevillano Tomás de Mercado, que de joven había estado en México, hizo una firme declaración contra la trata. "En Sevilla la población del barrio negro de San Bernardo creció y la parroquia tuvo que dividirse en dos, dando como resultado un nuevo barrio, San Roque, cuya iglesia terminó de construirse en 1585". Thomas conocía el trabajo de Isidoro Moreno sobre la Hermandad de los Negritos, que fundó el arzobispo Gonzalo de Mena y también que el nombre originario de la Hermandad del Calvario fue de los Mulatos.

"La primera preocupación que hubo de afrontar Felipe II a su regreso en España en 1559 fue la aparente crisis religiosa causada por el descubrimiento de protestantes en Sevilla y Toledo, así como los autos de fe de Sevilla y Valladolid que siguieron, consistentes en ejecuciones públicas en la hoguera…". Así empieza Hugh Thomas el primer capítulo de la biografía imperial de Felipe II. Lo precede una cita de la Araucana de Alonso de Ercilla, una poética descripción de ese imperio donde no se ponía el sol, y una espléndida introducción que arranca con el tratado de paz de Cambrai, donde sitúa el inicio de la historia moderna. Un acuerdo en el que Italia acepta lo que Stendhal llamaría el despotismo español "porque ambos necesitaban protección contra los turcos y codiciaban la plata americana. La paradoja es que Cervantes peleó en Lepanto pero no fue a Indias, aunque sus ejemplares del Quijote, como cuenta el propio Hugh Thomas, muy pronto cruzaron el Océano Atlántico. Uno de los herejes mencionados en el libro es El Julianillo (Julián Hernández), que vino a Sevilla desde Génova con numerosos libros calvinistas y murió en la hoguera tras un auto de fe en la Plaza de San Francisco de Sevilla.

En cada página del libro hay un apunte para una novela. Pocos sabrán que Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, estuvo a punto de ingresar en la Cartuja de Sevilla. Después de ser jugador, guerrero, hombre de mundo y disfrutar "de varios amoríos", fue herido en una pierna en el ataque franco-navarro a Pamplona. Para su convalecencia pidió libros de caballerías como Amadis de Gaula o Tirant lo Blanc, pero por error le mandaron una serie de lecturas religiosas. "Pensó en ingresar en la famosa Cartuja de Sevilla, pero su deseo se enfrió y en su lugar viajó a Cataluña, al monasterio benedictino de Montserrat".

Las grandes conquistas del siglo XVI contaron con la ayuda de algún importante empresario, cuenta Thomas. Hernán Cortés fue apoyado inicialmente por los comerciantes sevillanos Luis Fernández de Alfaro y Juan de Córdoba. Cristóbal de Haro, banquero de Sevilla, vendió 480 quintales de clavo traídos en la nao Victoria por Elcano en 1522. Si Génova era fundamental en la influencia financiera o Burgos el centro indiscutible en los seguros marítimos de Castilla, paradoja inverosímil en nuestros días, Sevilla era una pieza esencial en la comunicación. Y no sólo por barco, donde tenía el monopolio del comercio con América. En Medina del Campo se celebraba la feria más importante de España. El servicio de correo entre Sevilla y esa ciudad de Valladolid, siglos después importante nudo ferroviario, era semanal.

El oro o los esclavos eran más rápidos que la correspondencia. Escribe el hispanista británico que "el tiempo mínimo que tardaba en llegar una carta de Lima a Sevilla a finales del siglo XVI era 88 días, y desde México, 112". Los dominios de Pizarro y Cortés, respectivamente.

El apéndice 13 del libro sobre Felipe II ofrece un cuadro con las remesas enviadas de Perú a Sevilla en 1577. Con un primer apartado, Oro y plata enviados en la flota del capitán general Francisco de Luján, y un segundo con el epígrafe Perlas y esmeraldas de Tierra Firme para Su Majestad, recibidas en Sevilla en 1590.

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