Un asiduo de La Caja Habitada
calle rioja
Fútbol e historias. El utrerano Joaquín Caparrós entrenó a orillas del río Guadalquivir antes de hacerlo en ciudades bañadas por los tres mares que circundan la Península
AQUÍ el ocio es costumbre", escribe Luis Cernuda en su poema Resaca en Sansueña. A veces las cosas se repiten con una precisión cuya naturalidad nos debería sobrecoger. Como otros muchos años, el penúltimo sábado de febrero fui al cumpleaños de mi amiga Susi, la psicóloga que me enseñó a bailar sevillanas. Sigue pareciendo una chiquilla, aunque ya es abuela de Andrés y de Clara. Fui a recoger el coche en el garaje de la calle Crédito y, como el año pasado, estaban de celebración en La Caja Habitada, una galería de arte que también funciona como lugar de alojamiento de aves de paso. El año pasado alguien me reconoció y me saludó. La noche era tan fría como un año después. No lo reconocí con su gorra. Era Fidel Otero, artista y tabernero de la plaza de San Lorenzo. Este año me acordé de Fidel. El 1 de mayo se mató en un absurdo accidente de moto. Lo que sobrecoge es que la vida siga su curso; que todo pareciera igual tanto en La Caja Habitada, algo deshabitada sin la costumbre de Fidel, como en el cumpleaños de Susi, que preparó para la cena delicias de la gastronomía andaluza.
A Fidel le hicieron un homenaje antes de Navidad en la galería-taberna Ánima. Uno de los artistas que participó fue Kaprax, nombre pictórico del hijo de Joaquín Caparrós. El que fuera entrenador del Sevilla estaba la noche del sábado en el acto artístico-social que se celebraba en La Caja Habitada. La mitad de este país hace del ocio dominical costumbre de esa religión llamada fútbol en la que Caparrós es uno de sus más destacados oficiantes.
No sé si habrá otro entrenador que haya dirigido a equipos de ciudades bañadas por los tres mares que hacen de España una península: el Atlántico (Deportivo de la Coruña), el Cantábrico (Athletic de Bilbao) y el Mediterráneo (Mallorca), aunque el director de orquesta empezó a codearse con la élite a orillas del Guadalquivir, como entrenador del Sevilla, el equipo del que se hizo aficionado ya de niño de Utrera. Este paisano de los Álvarez Quintero, de los mostachones, de Bambino y de Fernanda y Bernarda de Utrera fue entrenador precoz que estuvo en banquillos mesetarios de Alcázar de San Juan o Navalmoral de la Mata; fue entrenador del Conquense, donde probablemente algún día se cruzó por la calle con José Luis Perales.
Vivió desde Riazor la Copa del Rey que el Sevilla ganó en 2007 y desde San Mamés la de 2010. Un año antes llevó después de un cuarto de siglo de abstinencia al Athletic de Bilbao a una final de Copa, que perdió contra el Barcelona. Lo echaron de Bilbao las urnas presidenciales que optaron por un gurú del fútbol. El fin de semana que lo vi entre pintores, galeristas y aficionados en La Caja Habitada, los cuatro equipos a los que entrenó en Primera perdieron: el Athletic 1-3 con la Real; el Mallorca, 1-3 contra el Getafe; el Depor, 1-2 frente al Real Madrid; su Sevilla, 2-1 en el Camp Nou con el Barcelona.
Esta noche Joaquín Caparrós, uno de los cuentakilómetros más curtidos del fútbol español, vuelve a sentirse sevillista. Como a muchos aficionados, recordará que en el banquillo contrario se sienta un antiguo guerrero de Nervión, Diego Pablo Simeone, de la Quinta de Caniggia y Batistuta. Que en el Sevilla vivió una efímera pero muy intensa rivalidad ajena a las contiendas locales: cada Sevilla-Tenerife, duelos asimétricos, era un pulso entre las dos Argentinas, la de Bilardo y Simeone, frente a la de Valdano y Fernando Redondo. Quevedos contra góngoras. Caparrós es una media metafísica entre el adversario y el primer discípulo de Menotti. Irá esta noche a un estadio que es una pinacoteca: en la fachada principal, la sala Santiago del Campo; en la de Gol Sur, que tiene nombre de relato de Cortázar, la sala Ahmed ben Yessef.
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