Cuando al asombro le llaman costumbre

Calle Rioja

Regreso. Paco Robles presentó en el Mercantil su libro ‘El niño del callejón’, primero que publica tras el ictus que en la primavera de 2020 le tuvo catorce días al borde de la muerte clínica

Paco Robles, con Francisco Gallardo y Lola Chaves, en el Mercantil de Sierpes. / Juan Carlos Muñoz

En mayo de 2019, Paco Robles presentó en el Palacio de los Marqueses de La Algaba el ‘Cuaderno de San Lorenzo’ de Paco Gallardo y el martes se ‘disputó’ en el Círculo Mercantil el partido de vuelta. Fue Gallardo quien presentó El niño del callejón (Algaida) de Paco Robles. Con una madrina de excepción, Lola Chaves, que actuó como vicepresidenta de la nueva junta directiva del Mercantil y como personaje principalísimo de este libro donde hay muchas Dolores y una sola Lola. “Lola lo ha sido todo para mí”. Y deletrea Todo como Nabokov deletreaba Lolita al comienzo de su novela.

Entre una presentación y otra han pasado muchas cosas. Paco Robles ha aprendido a escribir con una sola mano pero puede presumir de tener dos vidas. El 21 de marzo de 2020, justo una semana después de declararse en España el estado de alarma, con las calles vacías de gente y las casas llenas de miedo, se terminó la primera vida de este sevillano singular. Estuvo catorce días en los dominios del Dante y del Bosco, pero consiguió salir. “El secreto es su fuerza de voluntad”, dice Lola Chaves. “Le ha echado cojones”, dice desde el patio de butacas su amigo el doctor José Pérez Bernal, toda una eminencia en resucitados.

El libro comprende los ocho primeros años de vida de un niño en una casa de vecinos del callejón de Dos Hermanas, entre Santa María la Blanca y Levíes. La Sevilla de Mañara y de Paco Lira. “… horas tristes para la historia de España, per inmensamente alegres para nosotros”, escribe en este su primer libro escrito después del ictus que por poco se lo lleva al otro barrio, a una judería sin sinagoga ni panadería. “Ocho años maravillosos en un hábitat muy cutre, en una casa que se caía a pedazos”.

Dice que el único libro que había en su casa era “el de familia”, como la novela del Nobel francés Patrick Mediano. Encontró medios para mitigar esa carencia: su abuelo materno le enseñó a leer con el periódico y como era albañil de doña Pura, la maestra, pudo entrar en el colegio de ésta. Y descubrir las bibliotecas, “el sitio más maravilloso”. Cuando le pasó lo que le pasó, no reconocía a Lola “pero mis recuerdos estaban intactos”. Lola Chaves, que iba a verlo todos los días, le llegó a poner la voz de Paco Robles en el móvil declarándole su amor. Horas después de la presentación, el autor cumplía 60 años. Le apagaron una tarta con velas en Doña Encarna (apócope de la Encarnación). Nació en junio, por eso el libro empieza por ese mes. No se pierdan las cosas de febrero, y no por el 23-F o el 28-F. Realismo mágico sevillano. La necesidad (y hasta el vicio) hecha virtud.

Nace en Sevilla el año que Cernuda muere en México. En su vida anterior visitó la tumba del poeta que marcó su nueva vida. A Lola Chaves la conoció en la casa de Cernuda de la calle Acetres, en una Semana de la Arquitectura organizada por Honorio Aguilar. La primera cita de los enamorados fue en El Rinconcillo que Lola no había pisado en su vida y donde el coronel siempre tiene quien lo beba.

Quería haberle dedicado el libro a su madre, pero murió en 2007; también a su hermano mayor, pero éste falleció el 10 de junio de 2020, un mes y dos días después de que Paco Robles abandonara el hospital. En la presentación estuvo el doctor Fernando Machuca, de Crecer (Centro de Rehabilitación de Daño Cerebral), la pista de aterrizaje de Robles en esta nueva vida.

El libro se resume en la cita de Borges que lo abre: “He dicho asombro donde otros dicen solamente costumbre”. Unos recuerdos de la vida en el callejón, palabra que recuerda al Nobel egipcio Naguib Mafouz, que acaban con su primera comunión el 28 de mayo de 1971. Su padre no pudo acudir porque estaba hospitalizado en las Cinco Llagas donde ahora pasa consulta el doctor Jesús Aguirre.

En primera fila, Antonio Muñoz, el alcalde de Sevilla que el día de san Fernando le dio la medalla de Sevilla. Las palabras comunión y excomunión aparecen en la misma página, la segunda relativa a no dar con la fórmula para hacer unas buenas papas fritas. Tiempos del transistor, la voz de Bobby Deglané, del televisor, ese intruso en blanco y negro. La gitana que sentía devoción por José Menese, payo y comunista de La Puebla de Cazalla. La Liga que ganó el Valencia el año que Paco hizo la primera comunión.

Del Cuaderno de san Lorenzo de Paco Gallardo a este Cuaderno de san Bartolomé de Paco Robles. El niño que también se perdió, pero no lo encontraron en el templo hablando con los doctores sino encerrado en una nevera. Dice el doctor Gallardo que El niño del callejón entronca con esas novelas con alma de las que mencionó Mortal y rosa, de Francisco Umbral, o Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes. Yo le añadiría ‘El guardián entre el centeno’. En esta novela de Salinger ocurre como en la de Robles: sólo se habla bien de las monjas.

La infancia es un poema envuelto en papel de prosa. Cuando Paco Gallardo habló de los poetas de referencia de Robles (Bécquer, Cernuda, Juan Ramón), el niño del callejón citó al Nobel del 56, “la luz con el tiempo dentro”, frase tan universal que viajó desde Puerto Rico hasta una gasolinera de Moguer.

Robles volvía al Círculo Mercantil donde unos días antes de su viaje a los abismos (abismos claros, como los quería Romero Murube) presentó su libro Frikis de capirote. Hay un niño nazareno en estos retazos de vida. El editor ha puesto la palabra Novela en la portada. Robles trasciende los géneros. Puede ser la nivola de Unamuno o la noviela de Lola Chaves. “La vi con otro hombre, creía que era su marido pero me dijo que era su novio…”. Tenaz para amar, para vivir, para escribir, para hablar y también para caminar. El milagro de Paco Robles. Que en su visita a México se trajo el reloj de Cernuda: “¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?”.

En la ciudad de los apellidos, para los niños sólo existen los nombres. “Hay grupos de niños jugando al coger, llamándose los unos a los otros de forma pertinaz, como si olvidar un nombre fuera a provocar la desaparición de alguien”, escribe Robles. Donde no habita el olvido. Estuvieron el ex decano del Colegio de Abogados, José Joaquín Gallardo, y los ex presidentes del Ateneo y del Círculo Mercantil, Alberto Máximo Pérez Calero y Práxedes Sánchez, respectivamente. Un cumpleaños con muchos invitados.

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