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Qué bien se corre en los pronombres

Una imagen de los corredores de la Nocturna del Guadalquivir.

Una imagen de los corredores de la Nocturna del Guadalquivir. / JUAN CARLOS MUÑOZ

Habían pasado tres años y tres días desde mi última Nocturna del Guadalquivir. 27 de septiembre de 2019. Ese mismo mes conmemorábamos el quinto centenario de la salida de las cinco naves desde Sanlúcar de Barrameda en busca de las islas de las Especias, al mando de Fernando de Magallanes. La salida tres años después tenía lugar el último día de un mes de septiembre que había empezado con la celebración del quinto centenario del final de aquella odisea homérica del Renacimiento, con el infortunio de que la fecha exacta iba a coincidir con la muerte de la reina Isabel II de Inglaterra.

Con cuatro imperdibles me ajusté en casa el dorsal 21719. Qué curioso. Mi número coincidía con el último año que la corrí. Estadísticamente, algunos de quienes la corrieron entonces habrán faltado a esta cita porque casi coincidiendo con el tiempo que duró la primera vuelta al mundo, una pandemia se fue adueñando y dándole trabajo a los sepultureros en todos los puntos del planeta. Todos tenemos amistades que se fueron con este escorbuto moderno.

A la Nocturna de 2019 le siguió meses después la noche más larga, como cantaba Luis Eduardo Aute en Al Alba. Ese verano había empezado una Liga de fútbol que se interrumpió el 8 de marzo de 2020 y se reanudó sin público en los estadios. La gente, a partir de aquellos idus de marzo, se encerró en sus casas. Los niños dieron clases on line, sus padres teletrabajaron, la gente hacía películas, grababa canciones y oía misa como anacoretas mientras el parte de bajas seguía sacudiendo los telediarios.

Esta Nocturna de 2022 ha sido para celebrar los atisbos del final de la pesadilla. La salida y la meta estaban muy cerca del monumento a Juan Sebastián Elcano, el capitán de la nao Victoria. La víspera de la carrera fue el día mundial del Corazón. Dicen los cardiólogos que incluso, en el año de más mortandad del Covid, superó la cifra la de las víctimas de enfermedades cardiovasculares. Correr con suavidad le hace mucho bien al corazón, como si una pierna llevara las sístoles y otra las diástoles. La salida del corredor de su casa es como la de los nazarenos en Semana Santa. Así me sentía yo atravesando una Alameda llena de familias, de niños jugando, de veladores llenos un día después de que la lluvia estropeara la tarde precedente. Recordaba ese ritual que me contaban de la salida de la casa de Eduardo Ybarra en la calle San Vicente de una retahíla de nazarenos de la hermandad del Silencio. Para que el símil fuera perfecto y encajaran esta analogía entre la Nocturna del Guadalquivir y la carrera oficial, el corredor número 21719 encontraba a sus primeros semejantes anaranjados en la plaza de la Campana. Unos iban por Sierpes, otros por Tetuán. Nos cruzábamos con turistas, paseantes, músicos que iban o venían de alguna de las procesiones señaladas para el 30 de septiembre.

El parque de María Luisa era un campo de entrenamiento. Medio centenar de chicas calentaban con cánticos junto al Museo de Artes y Costumbres Populares, el pabellón Mudéjar de la Expo del 29. Venían todas de Mairena del Aljarafe. Las palomas de la plaza de América estarían dormidas o aterrorizadas por la invasión de tanta gente calcicorta. La naranja mecánica.

Familias enteras. Noche de reeencuentros. Consejos e instrucciones. Lo fundamental era no abandonar nunca el mismo ritmo, no decaer ni dejarse llevar por la euforia de quienes iban más rápidos. Y disfrutar de la Sevilla monumental. Saludé sin verla a la Diana de Ricardo Suárez y disfruté atravesando la Torre del Oro, 801 años de historia. Algún día tendré que leer a Murakami, el apóstol literario de las carreras. Al final, si conseguía completar el recorrido, mi mujer me iba a aguardar junto al monumento a los poetas del 27, que no tenían ninguno mucha pinta de corredores. Si acaso Rafael Alberti en la Residencia de Estudiantes. Antes de salir de casa, me tomé mi dosis de Ocnos de Cernuda. Leí el relato Las viejas, esas ancianas decrépitas de las que hasta la muerte se había olvidado de ellas. Cernuda siempre rejuvenece.

Ocho kilómetros y medio. Un homenaje a Fellini. Me decía a mí mismo que si entraba en la meta alzaría los brazos en señal de triunfo. Así lo hice. Me sentía don Kipchoge de la Mancha, por el keniano que una semana antes batió su propia marca mundial en el maratón de Berlín. En 2020 no hubo Nocturna del Guadalquivir; tampoco Juegos Olímpicos de Tokio ni Eurocopa de Fútbol, que por primera vez se celebraron un año más tarde en calendas que no eran año par ni bisiesto. Yo eché a andar en el primer Mundial de Pelé, el de Suecia, y a corretear cuando el etíope Bikila entró descalzo en el Coliseo en los Juegos de Roma 1960. En la calle Recaredo se abrazaron dos corredores. Uno iba ataviado de Spiderman, otro de Capitán América. Guardianes de la galaxia sevillana a dos pasos de Becerrita. Ya quedaba menos. Se le veían los varales a la invisible Pasarela. La marcha naranja llegaba a su final. En la plaza de España sonaba la música de Icónica Fest. El corredor llegaba con una hora de retraso al monumento a los poetas del 27. Qué bien se corre en los pronombres.

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