Dátiles con bacon, Petisú de espárrago
calle rioja
Recuerdo, 25 años después de su muerte, de una vida que son muchas vidas. En la calle Lumbreras venían de los rincones más lejanos a probar las tapas de Pilar en Casa Eulogio
Dispositivo especial de Tussam y Lipasam para el día de la Virgen de los Reyes
El verano de hace 25 años terminé de leer una de las novelas que más me han estremecido. Se titula Bella del Señor, obra de Albert Cohen, un escritor de familia judía nacido en Corfú. Al terminarla escribí a modo de rúbrica: “Primeras horas del 1 de agosto del 2000. Acabo de matar a una cucaracha. Pilar, ponte buena, que nos vamos a Ayamonte. Es la primera vez que leo el final de una novela con lágrimas en los ojos. Se recomienda leer la página 57 para relajar la tensión”.
A Pilar, mi suegra, la ingresaron ese mismo día y ya no volvió a salir del hospital. Hoy hace 25 años que nos dejó y literalmente parece que fue ayer. El amor tiene la cualidad de regalarte también una familia. Ese 1 de agosto que yo terminaba de leer la novela de Albert Cohen deberíamos haber salido rumbo a Ayamonte, donde justo 25 años después la pintora ayamontina Virginia Saldaña ha inaugurado una exposición de su última obra que incluye el cartel de la Semana Santa de Sevilla de 2025. Como ayer retiraron del culto la imagen de la Macarena, la única forma de verla es viajar a la población fronteriza y que Virginia les firme un cartel el próximo día 15, día de la Virgen.
En vez de Ayamonte, mi destino ese verano de hace 25 años fue Benalmádena. Hasta allí viajé con mis hijas, que tenían nueve y seis años, para alejarlas del dolor de quien tanto las quería. Las dejé con mi hermano Juan y me inventé un cuento profesional para volverme a Sevilla. Andrea, la mayor, me dijo una cosa que un cuarto de siglo después me sigue estremeciendo tanto como la lectura de Bella del Señor: “Papá, los periódicos no tienen corazón”, que suena a frase de Primera Plana. Lamento haber desviado al oficio al que tanto amo ese dicterio infantil con la fuerza de una catilinaria por esa mentira piadosa.
Nos duró los trece días de agosto. Pilar nació en Santa Olalla del Cala, ese Despeñaperros que une o separa Andalucía con Extremadura, el último día de 1936. El mismo día que muere Miguel de Unamuno. Y murió en el aniversario de la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, el torero que hizo el paseíllo con Alberti en la plaza de toros de Pontevedra donde un toro ha cogido a Morante de la Puebla. Su nacimiento conecta con un icono de la generación del 98, su muerte con la del torero mortalmente cogido en la plaza manchega de Manzanares que reunió en Sevilla a los poetas del 27.
Era hija de Gregorio Romero, más conocido como el Zaranguangua, barbero que se fue con las herramientas y enseres de su oficio a cortarle el pelo a los que trabajaban en la construcción de un embalse en El Tiemblo, donde conoció a Enriqueta Testillano, una castellana recia que enviudó muy joven y pasó buena parte de su vida en una casa de la barriada del Turruñuelo a la que Gualberto inmortalizó en uno de sus discos.
Se casó con su paisano Eulogio García Vargas, apellidos de ministro socialista o de cantaor gitano. La boda tuvo lugar en la iglesia de la O, en la calle Castilla, al amparo del Jorobadito de Pedro Roldán. En 1955 nace su hijo Eulogio y en 1957 Pilar. Una década después viene al mundo María José, la que me regaló a Pilar como segunda madre, la que a su vez le dio vida a esas dos niñas que llevé engañadas a la Costa del Sol aquel día de agosto del año 2000.
Eulogio inició su carrera laboral en Casa Gonzalo, calle Alemanes esquina con Álvarez Quintero. Presumía de que le había servido el último café a Galerín. Era tan joven cuando llegó y su pelo tenía tanta personalidad que le decían el Rubio de Casa Gonzalo. Cuando empecé a salir con su hija, regentaban en la calle Lumbreras Casa Eulogio. En el corral de vecinos de enfrente, hoy de apartamentos turísticos, el Corral de los Chícharos, nació Manolo Caracol. Casa Eulogio era en realidad Casa Pilar, porque en el local que llevaba el nombre del tabernero la gente venía a buscar su buena plática, su inagotable repertorio de historias, pero sobre todo las tapas de la cocinera. Igual que Borges, Proust o Joyce no necesitaron del Nobel para que se les siga leyendo, Casa Eulogio no necesitaba una estrella Michelín para que desde los rincones más lejanos llegara gente para probar las exquisiteces de la hija de Gregorio y Enriqueta, hermana de tres varones: Pepe, Luis y Vicente. Era mi lectora más fiel mientras que su marido leía a la competencia. En este diario sólo le dio tiempo a serlo año y medio. Veía en el objeto un artículo sagrado y planchaba mi periódico cuando lo veía arrugado.
En los últimos años, cuando la ciudad se preparaba para la Expo del 92 y ya veían próximo el final de su aventura laboral, pusieron en el bar un libro de firmas que sus hijos guardamos por turnos como si de un Stradivarius se tratara. No sólo firmas: allí hay glosas de las tapas en todos los idiomas imaginables, hay dibujos, trabalenguas, poesías en torno a tapas que suenan a entremeses cervantinos: Dátiles con bacon, Bola Picante, Petisú de espárragos… La primera firma está fechada el 10 de julio de 1988. La última es del 23 de marzo de 1990. Ese verano nos fuimos todos a Conil, fue cuando mi cuñada Pilar se asustó al ver maniobras militares cerca de la playa, tambores de la primera Guerra del Golfo. Entre una fecha y otra, por medio vinieron la caída del muro de Berlín, el Nobel a Cela y la boda de su hija pequeña con el cronista en la Capilla de los Marineros.
En ese libro de firmas están Ismael Yebra, Julio Anguita, Rafael de Cózar, Fermín Aristu, los periodistas Mercedes de Pablos, Ezequiel Martínez y Rosa Pilar Abelló, los doctores Ángeles Mon, Gerardo Grau o José Javier Ruiz o Paco Gallardo, Osi, Manolo Barrios, el Guti... La calle Lumbreras sigue igual, con la torre de don Fadrique en pie desde el siglo XIII. Casa Eulogio es una de las suites turísticas donde antaño estaba el Corral de las Bombas.
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