El crimen de la Alameda

El escenario del crimen de la Alameda estaba "bañado en sangre"

  • La víctima recibió 59 puñaladas, de las que 40 eran en el cuello y le seccionaron la tráquea, el esófago y la glotis.

Los policías que entraron en la casa de la calle Joaquín Costa en la que murió apuñalado el hostelero Manuel Flores se encontraron con que "todo estaba bañado en sangre". Así lo describió este miércoles uno de los agentes de la Policía Nacional que participó en la primera inspección ocular de la vivienda próxima a la Alameda de Hércules en la que ocurrieron los hechos, el 11 de julio de 2011. En la tercera sesión del juicio con jurado que se celebra en la Audiencia de Sevilla contra el presunto autor de este crimen, José Antonio H. G., los policías y forenses que entraron en la casa coincidieron en la gran cantidad de sangre que había tanto en el suelo como en las paredes de la habitación en la que se encontraba el cadáver del hostelero.

Los forenses relataron que la víctima había llegado a perder hasta tres litros de sangre, cuando un cuerpo humano suele contener unos cinco litros. El presunto autor del crimen le había asestado 59 puñaladas con un cuchillo de cocina de 20 centímetros de hoja que llegó a romperse durante la agresión. Pese a ello, el autor de los hechos continuó apuñalando al hostelero con el cuchillo sin mango, con lo que llegó a cortarse los dedos.

El cadáver se encontraba tendido en el suelo boca arriba, completamente desnudo y con los genitales y los muslos cubiertos por una sábana, mientras que su cabeza reposaba en otra sábana doblada de forma descuidada que se le había colocado debajo de la nuca. De las 59 heridas de arma blanca, 40 eran en torno al cuello. Casi todas estaban en la parte frontal, si bien algunas eran laterales pero le habían llegado a afectar a la parte trasera. Otras once heridas estaban en el tórax y abdomen, dos más en la espalda y seis en las manos, dedos y antebrazos, que podrían ser heridas de defensa al intentar protegerse de la agresión. También tenía una mordedura en el antebrazo derecho. De todas estas heridas, los especialistas creen que al menos "seis o siete" podían haberle causado la muerte.

Sin embargo, el hostelero murió por un "shock hipovolémico", ya que la enorme cantidad de sangre que perdió le causó la defunción antes de que lo hicieran las puñaladas. El cadáver tenía seccionada la tráquea, la glotis y el esófago y otras puñaladas le habían afectado la vena yugular interna y otros vasos del cuello, lo que provocó una "gran hemorragia". Además, sufría daños en la primera y segunda vértebras cervicales y tenía seccionada la membrana que cubre la médula espinal. Esto provocó daños en el cerebelo y un edema cerebral.

Todas estas heridas fueron provocadas mientras la víctima estaba viva, ya que los forenses no apreciaron ninguna herida postmortem. Muchas de las lesiones tienen una trayectoria oblicua descendente, por lo que posiblemente el agresor se encontrara por encima de la víctima, que podía estar bien tumbada en el suelo bien de rodillas ante el autor de las puñaladas. Esto concuerda con las salpicaduras y las manchas de las paredes, que llegaban hasta una altura de un metro. También había huellas de los pies del asesino en las paredes, ya que éste estaba descalzo y se manchó con la sangre.

Los policías que intervinieron confirmaron que en la habitación había evidentes signos de lucha, ya que la cama estaba desplazada y casi impedía entrar en la estancia. En el suelo había también un preservativo usado, en el que la Policía Científica encontró los perfiles genéticos tanto del acusado como de la víctima. Los restos biológicos de ambos, que correspondían a células epiteliales y no a esperma, estaban mezclados tanto en la parte interna como en la externa del profiláctico. En su declaración al inicio del juicio, el acusado aseguró que no había practicado sexo con la víctima y que al intentar ésta forzarlo comenzó la discusión que originó el crimen.

El jefe del Grupo de Homicidios de la Policía Nacional declaró que notó al acusado "excesivamente frío" durante su declaración, en la que relató lo ocurrido con todo detalle. José Antonio H. G. fue detenido por la Guardia Civil de Punta Umbría 36 días después del crimen por un robo de vehículo. Allí, confesó a los agentes el crimen de la Alameda, algo que para el jefe de Homicidios no supuso una "entrega" sino un "intento de adelantarse" a la investigación.

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