Un etíope por la Casa de las Sirenas
calle rioja
La ‘carrera’ oficial pasó por la Avenida, sin subir las Cuestas del Rosario ni del Bacalao
Iba yo a comprar el pan. Literalmente, como empezaba su Spleen en Madrid Francisco Umbral cuando revolucionó el género del artículo en las páginas de El País. El pan en San Bruno, patrono de los cartujos, donde lo despacha Pepe, panadero de Alcalá de Guadaíra, que tiene entre sus clientes al alcalde de Sevilla. Y el periódico, el pan espiritual como lo llamaba Marcel Proust, en el puesto de Antonio, que conserva la foto que Atín Aya hizo del quiosco de prensa de Matilde, ahora convertido en puesto de chucherías. Un puesto de periódicos es como un confesionario y Antonio es de los que guarda los secretos de confesión en su mosaico de portadas.
La ‘carrera’ oficial pasó por la Avenida, sin subir las Cuestas del Rosario ni del Bacalao
El pan de verdad y el periódico de verdad hacen más llevadera la mañana del domingo. Con el doble trofeo, escuché el ruido de las motocicletas por la Alameda de Hércules. Cogí el móvil, me puse los periódicos entre las piernas, me colgué el pan y disparé. Como en Blow Up de Antonioni, esa película inspirada en un relato de Cortázar (Las babas del diablo) después reparé en el objeto fotografiado. La zancada impresionante de Selomon Barega, el atleta etíope que iba a conquistar el maratón de Sevilla en su cuadragésima edición. Fue llegar y besar el santo.
Unos metros más allá estaba el cartel que señalaba el kilómetro 39. Faltaban tres y medio para la meta en el Paseo de las Delicias. Una banda de música con mucha marcha amenizaba en la esquina, frente a la antigua academia de baile de Realito y los Alameda Multicines. En mi foto se ve al atleta de espaldas a punto de pasar junto a la Casa de las Sirenas. Ese edificio cuya fascinante historia contó Fernando de la Portilla, el médico que todos los años hace su maratón solidario en Guatemala y encarnó al rey Melchor en la última Cabalgata. Selomon Barega no repararía en ese edificio tan singular que ha sido muchas cosas y que fue encargado en 1861 a Joaquín Fernández Ayarragaray, arquitecto vasco de Hernani. La familia del doctor De la Portilla llegó a habitar esta casa palaciega que fue hotel y hospital y donde según contaba en su biografía Chaves Nogales llegó a jugar de niño Juan Belmonte. Alguno de los fantasmas que debió habitar esta casa con sus áticos y mansardas debió asomarse por esas ventanas en forma de ojos de buey que le dan a la mansión un aire de barco encallado para ver la progresión del corredor africano que ya fue oro olímpico en los Juegos de Tokyo. Los segundos disputados en la capital japonesa, los primeros en toda la historia de las Olimpiadas disputado en año impar por imperativos de la pandemia. En 2021. El único año que no se disputó el maratón de Sevilla que se puso en marcha en 1985.
Dejé el pan y el periódico en casa y fui a escuchar a Monseñor Saiz Meneses en su discurso de ingreso en la Academia de la Medicina y Cirugía de Sevilla. Muchos académicos tuvieron que esquivar los controles del maratón, que colapsó el tráfico de toda la ciudad. La matemática Clara Grima, colaboradora del programa de fin de semana de Julia Otero en Onda Cero, no pudo llegar a los estudios de la emisora en la calle San Fernando. Como fui con tiempo, bajé por Alemanes para ver a esta cofradía de corredores haciendo la carrera oficial por la Avenida de la Constitución. Toda la Alameda era un gigantesco palquillo para dar la venia a los atletas, en los veladores de La Norte, el Badulaque o la Piola. Pasaban a horas de misas en el Sagrario o la Capilla de las Virgen de los Reyes. Subí por el Archivo de Indias. El dorsal de los académicos era el chaqué con la corbata. La carrera de los pingüinos. Entraba Francisco Vélez, presidente del Consejo de Cofradías, en su carrera oficiosa. La promoción del maratón de Sevilla presumía de ser el más llano, porque no incluye hitos tan cofrades como la Cuesta del Rosario o la Cuesta del Bacalao.
Sexto triunfo consecutivo de un etíope en el maratón de Sevilla. Etiopía y Kenia son limítrofes en el mapa de África, compartiendo frontera con la irredenta Somalia, el país al que llega el falso corresponsal de guerra de la novela de Evelyn Waugh ¡Noticia bomba!. Kenia y Etiopía también comparten vecindad en el palmarés del maratón de Sevilla. En este primer cuarto de siglo del XXI, los keniatas se han llevado catorce ediciones, los etíopes ocho. Un marroquí, un ruso y el español José Ramón Rey, que ganó el de 2001, completan el podio de estos 25 años. La prueba nace en 1985 y hasta cuatro años después, en 1989, no la gana un africano, un corredor de Tanzania. El día que este periódico salió a la calle, el 28 de febrero de 1999, se impuso el keniata John Mutai. Son Memorias de África. Selemon Barega, el último ganador, nació el 20 de enero de 2000, el año de los Juegos Olímpicos de Sidney.
El atleta etíope pasando por la Casa de las Sirenas es la anatomía de un instante, como tituló Javier Cercas su crónica novelada del 23-F, del que el día del maratón se cumplían 44 años. Un año menos cinco días del 28-F. El domingo 24 de febrero de 1980 se corrieron maratones en las ocho capitales andaluzas para pedir la respuesta afirmativa al galimatías de la pregunta del referéndum. Pruebas simbólicas, porque no se corrieron los 42 kilómetros y 195 metros del canon de Filípides. Era una carrera entre dos dorsales, el 143 y el 151, dos artículos de una Constitución que tenía catorce meses de vida. Ese año, en la Alameda de Hércules por la que el domingo pasaron los maratonianos, Selemon Barega el primero como el rey de la senda constitucional, se celebraron unos Carnavales con más entusiasmo que medios. El cartel lo hizo Juan Luis Aguado, artista de la Alameda que regresó a Sevilla desde Barcelona. De esos tiempos queda en la Casa de las Sirenas un recordatorio de Ocaña, el libertario de Cantillana que revolucionó las Ramblas.
Cuarenta maratones. Se puso en marcha siendo alcalde Manuel del Valle Arévalo. Cuatro décadas después, rige los destinos de la ciudad José Luis Sanz, que dice que es más de nadar que de correr. Gracias al Conde de Barajas, la Alameda de Hércules es más propicia para el atletismo que para la natación, porque antaño fue siempre una zona inundable. Antes de que el arquitecto de Hernani empezara a poner los cimientos de la Casa de las Sirenas, hoy convertida en Centro Cívico.
De ese pasado hidráulico queda el tanque de tormentas que se ubicó en el corazón de este paseo, bulevar laico le llamó Torrijos, después de que se descartara su uso como estación de Metro. Cuando el primer Ayuntamiento democrático de la ciudad, el salido de las urnas en abril de 1979, se debatía con las primeras obras entre usar los túneles horadados para que circulara el ferrocarril metropolitano o para criar champiñones (frase lapidaria del entonces delegado municipal de Transportes, Lolo Cervera, que después estuvo al frente de la Fundación Tres Culturas). En el 92 ganó el maratón de Sevilla un cordobés de Puente Genil llamado Miguel Ríos, como el cantante granadino. “El corredor de la tierra de la carne de membrillo”, como lo bautizó el maestro Sánchez Araújo. Seis años después, fue el mejor español en el maratón de Nueva York.
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